En la guerra de trincheras en que se ha convertido la política nacional y, en buena medida, la comunicación con sede en Madrid, Carolina Darias aterrizó en el Ministerio de Sanidad con la intención de anestesiar los ánimos, bajar la tensión y, en la medida de lo posible, recuperar los consensos. Quien la eligió para tal menester seguramente se fijó en su trayectoria, donde ha acumulado pruebas de que vale para dialogar hasta el infinito y más allá.
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Las primeras semanas en el cargo estuvieron marcadas por cierta benevolencia mediática. Y también política. Bien es verdad que Darias no se había metido en demasiados charcos en su etapa en uno de los ministerios más desconocidos de la política española, de manera que tampoco extrañó que se expusiera mucho menos que Salvador Illa. Pero el tiempo fue pasando y se metió por medio el proceso electoral madrileño, donde triunfó precisamente la estrategia de confrontación directa -directísima- con todo lo que salga de Moncloa, el Consejo de Ministros o cualquiera de los departamentos ministeriales. Y en esa dinámica, Darias empieza a ser triturada en la máquina de hacer picadillo político-mediático que es a día de hoy Madrid.
También hay que reconocer que el equipo alrededor de la ministra ha tenido algunos resbalones. Mayormente por no saber explicar las cosas o porque dejar resquicios abiertos, en los que se cuelan precisamente los enemigos políticos y, sobre todo, los que difunden informaciones a medias o claramente bulos. El primero de esos errores fue la decisión en torno a la segunda dosis de quien recibió la primera de AstraZeneca. Ahí, el Ministerio de dejó llevar por el miedo del político ante un posible problema de salud aislado y el resultado es que ha creado un problema colectivo donde había al principio solo un riesgo de incidencias muy aisladas. O sea, que ha sido peor el remedio que la (posible) enfermedad. El segundo episodio acabamos de verlo con la decisión en torno a las limitaciones en la actividad de ocio nocturno. Porque cuesta explicar que sin estado de alarma se quiera ahora imponer una decisión a 17 autonomías, cuando está más que demostrado que las realidades en cada una de ellas son muy diferentes y quien mejor conoce esa singularidad es cada Ejecutivo regional. Es más, llevamos casi un mes sin estado de alarma y se ha demostrado que la famosa cogobernanza funciona aceptablemente, de manera que cuesta entender qué necesidad de montar un lío donde en apariencia no lo había.
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