Ramón Montesinos: Bravo como un mar revuelto
El líder vecinal de El Batán pasó su adolescencia faenando en petroleros noruegos antes de anclarse en tierra firme para pelear por los derechos de sus vecinos ante las administraciones
Ramón Montesinos era prácticamente un adolescente cuando navegaba a bordo de gigantescos petroleros noruegos. Cruzando corrientes de resaca, crudas como el anuncio del final del mundo, se curtió una personalidad que le hace ahora seguir bregando con las manos secas del marino en tierra firma. Antes referente sindical, hoy líder vecinal de El Batán y San Roque.
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«Mirando mi currículo yo creo que a mis 71 años ya debería estar en el descanso del guerrero...», bromea el que durante los últimos 16 años ha sido presidente del colectivo vecinal del barrio en el que le salieron raíces cuando, tras el servicio militar, conoció a su mujer y consagró matrimonio con ella.
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Montesinos es chicharerro de nacimiento. De aquellas barriadas de Santa Cruz que llevaban el nombre de glorias franquistas. Hijo de un trabajador de la refinería de la Cepsa, pronto vio frustrada su carrera escolar tras la desaparición de unos exámenes, misterio aún por resolver, que impidieron que siguiera avanzando de curso.
Esa decepción la ocultaba jugando al fútbol, por ejemplo en el Don Pelayo. Pero como el mayor de siete hermanos tenía claro que tenía que buscarse la vida. Tras una breve etapa en la misma compañía que su padre, enrolado en el buque tanque Albuera, Montesinos se buscó la vida en otros mares.
«Tenía un amigo que vino un día y me dijo que se iba a trabajar con un barco noruego», introduce. «Le pregunté cómo lo había conseguido y me dijo que yendo al consulado de noruega y decidí hacer lo mismo. Estuve mucho tiempo yendo todos los días, pero como solo tenía 16 años no me dejaban porque había que pasar por Estados Unidos y no te dejaban entrar si no habías cumplido los 18. Hasta el día que me avisaron y me embarqué», dice.
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Ese fue un momento clave en su vida. Paso de niño a hombre recorriendo el mundo en petroleros de gran calado. Sufriendo la dureza de la vida en el mar, un aprendizaje del que todavía se sirve para la lucha ciudadana.
Esos primeros años de vida en el mar fueron los que le trajeron a Las Palmas de Gran Canaria. De los petroleros a la marina militar. En este caso para cumplir con el servicio militar en la Base Naval, ese Arsenal que tanta discusión ocupa sobre la recuperación de los terrenos para la ciudadanía palmense; vieja e incumplida promesa.
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Lo que parecía que iba camino de consolidarse como una vida errante, de puerto en puerto, tuvo un giro inesperado: «Haciendo aquí la mili conocí mi mujer y desde entonces hasta ahora», confiesa, en el dique seco de San Roque y el Batán, espacios de la ciudad por los que no piensa renunciar a seguir peleando.
Tras el servicio militar pasó a trabajar para el personal sanitario del Cabildo. Muchos años en el Hospital Psiquiátrico, otro puño de ellos en el Negrín. «Por allí ya anduve en batallas sindicales y esa clase de peleas», comenta.
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La pelea por el colegio San Roque
Hoy lo normal es encontrarle en el local social de El Batán, bajo el polideportivo en la calle Severo Ochoa. En su despacho reina el orden. Montañas de papeles apilados y estanterías con libros y archivadores colocados en perfecta simetría. «Normalmente estoy ya por aquí a las 09.00 horas, cuando hay que abrir el local para las clases que se dan en el centro. Luego me marcho al mediodía y regreso por la tarde hasta las 19.00 horas, aproximadamente», resume.
Su implicación es absoluta y no se plantea una renuncia. «Solo llevo 16 años como presidente y llegué casi de casualidad. Por la lucha que tuvimos cuando, por unas obras, cerraron el colegio San Roque. De aquella pelea acabe aquí», expresa con una de las habituales carcajadas que acompañan sus palabras.
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El asociacionismo y la lucha vecinal desgastan. Lo sabe bien Ramón Montesinos, que todavía encuentra el brillo suficiente para ilusionarse por esa corriente que parece darle músculo en estos momentos en la ciudad aunque antes haya atravesado tiempos más hostiles. «He tenido momentos de querer arrojar la toalla pero no lo he hecho. En esos días te encuentras con vecinos que te preguntan si los va a dejar y se te revuelve algo en el estómago que te hace pensar en que no les puedes dejar botados», dice.
Por eso volvemos al mar. Y le preguntamos que es más duro, si estar en el centro de la tormenta perfecta o en la pelea con las administraciones para el bien colectivo. «Prefiero pasar por un temporal que viví en el Canal de la Mancha, con el petrolero cargado a tope, y unas olas que mirabas para arriba y pesabas que te caía encima y que te ibas para el carajo, que estar tocándole en la puerta a un concejal porque parece, a veces, que las asociaciones de vecinos solo nos queda ponernos de rodillas ante un concejal o la alcaldesa para que te solucionen los problemas del barrio», resume.
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Porque ese carácter irredento define su perfil público, el que se gasta en la exposición pública de la lucha vecinal, el que hace que los políticos municipales le pongan rostro y sepan a quien se enfrentan cuando la situación lo requiere. Por eso insiste: «De rodillas solo en la iglesia y no voy mucho a ella».
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