El día a día de la nueva red solidaria en Canarias
Somos Red ofrece a los inmigrantes en situación de calle productos de necesidad básica, asesoramiento y hasta clases de español, pero también elevan sus quejas al Gobierno para que imponga soluciones
Son las diez y media y de la mañana y Valeria y Quique ya están metidos de lleno en la cocina para elaborar 35 raciones de pollo encebollado con cuscús que repartirán -junto a otros 80 bocadillos- nada más caer el sol a los inmigrantes en situación de calle que se encuentran concentrados en la capital grancanaria. «Al menos reciben una comida caliente al día», explican los voluntarios de Somos Red, la plataforma solidaria que nació hace apenas unos meses para dar una respuesta al bloqueo y la desprotección de estas personas. «Nos turnamos con otros compañeros y algunos restaurantes que también se han ofrecido a colaborar para que la carga no caiga solo en unos pocos, pero el servicio lo damos de lunes a lunes», aseguran.
En pleno Ramadán, los horarios de reparto se han adaptado a esta cultura y los menús se modifican en función de las reservas de productos que se reciben de las donaciones y que almacenan en una nave cedida por el Ayuntamiento. Los cocineros tratan de combinar los sabores africanos, donde han descubierto que el cilantro y el limón son siempre un acierto, pero también atacan platos canarios como la ropa vieja. «Todos están siempre muy agradecidos», indica Valeria. «Con lo poco que hacemos van saliendo adelante, pero luego encontramos casos que ya son más delicados porque tienen anemia o diabetes». De hecho, cuentan que actualmente están haciendo seguimiento de uno de los chicos porque presenta un estado de salud evidentemente deteriorado y con la tensión baja.
Ambos voluntarios se quejan de la mala gestión de las instituciones y reclaman, por un lado, levantar el bloqueo a las islas y, por otro, la cesión de espacios por parte de las corporaciones locales para atender a quienes se mantienen al margen de los recursos de acogida humanitaria. «La fábrica de hielo, por ejemplo, está abandonada y serviría para que los chicos no durmieran en la calle; haría falta unas cocinas con mayor capacidad, también, asunque todo esto no va a solucionar nada», aclara Valeria. «Tiene que quedar claro que esta asistencia que estamos dando es algo temporal, quien debe actuar es el Gobierno, que tiene el poder y la financiación para hacerlo, nosotros solo somos gente de la calle», complementa Quinque.
«Es muy gratificante ver cómo chicos que no sabían ni leer ni escribir van avanzando y aprendiendo español»
Mónica. profesora Voluntaria
Desde marzo recolectan tanto alimentos frescos como no perecederos, ropa y otros enseres de higiene personal para hacer frente a las necesidades básicas. Tito Martín, un vecino de La Isleta, se encarga de comprar fruta y agua que recogen cada día los miembros de la plataforma después de poner en marcha entre sus conocidos una campaña de crowdfunding con la que ha conseguido recaudar casi 1.000 euros. Además, ha ofrecido un baño que dispone en su garaje para que los jóvenes pudieran ducharse.
La comisión de cocina y reparto es solo una de las múltiples que se organizan en Somos Red. Entre ellas también se encuentran las de asesoramiento jurídico, la de comunicación y relación con los medios, la de acogida o la de acompañamiento. Esta última, aseguran, también es «fundamental», ya que entre sus tareas habituales están orientar a los chicos en trámites como la petición de protección internacional, servir de mediadores en los controles aeroportuarios o impartir clases de español.
Mónica es una de las profesoras que dedica parte de sus tardes a enseñar nociones básicas a chicos que están con familias de acogida para poder comunicarse. «Se ha hecho un trabajo impresionante porque muchos eran analfabetos, no sabían leer ni escribir o cómo se pasaban las hojas de una libreta», cuenta llena de orgullo, ya que ve una gran evolución en sus alumnos y, sobre todo, motivación. «A medida que aprenden van pidiendo más, y también intentamos que se diviertan». Mónica prepara para su próxima clase unas fichas en las que rellenar las palabras faltantes de la canción de Diego Torres, 'Color Esperanza', pero también ha impulsado un bingo lingüístico y otro tipo de juegos.
Las clases incluyen gramática, escritura y conversación, algo que demandan especialmente los migrantes, pero las profesoras también insisten en la comprensión lectora, argumentándoles que les servirá en para entender, por ejemplo, los documentos de la Administración. De esta manera, todos ellos se aplican, conscientes de que cuanto más se reduzca la barrera idiomática más posibilidades tendrán de adaptarse en un futuro y, además, reduce la frustración de no entender qué ocurre a su alrededor.
Alrededor de 200 personas participan actualmente en la plataforma Somos Red, que se divide en diversas comisiones
La comisión de formación se organiza como si de una academia se tratase y llevan un seguimiento de sus alumnos. Las profesoras se coordinan online, de manera que pueden avanzar en los mismos temas o reforzar aquellos que lo necesiten. Sin embargo, trabajar con los de acogida resulta «fácil» en comparación con aquellos que se encuentran en situación de calle. Algunas compañeras, cuenta Mónica, dan sus clases en plena playa de Las Alcaravaneras, pero no siempre se puede llevar una continuidad porque los chicos no aparecen. «Tienen que ser más flexibles y, además, no tienen un espacio adecuado, a pesar de que a veces nos ceden algún local». Con todo, asegura que tras 25 años de experiencia en la docencia, la clave es el esfuerzo. «Es una de las experiencias más gratificantes que he tenido», destaca. Un sentimiento que, sin duda, comparten muchos de la red. Ya lo decía Quique desde la cocina: «Ser canario y solidario van de la mano».
«Las historias en los aeropuertos a veces terminan con final feliz, pero otras no»
Los voluntarios de la comisión de acompañamiento se presentan en el aeropuerto al menos tres horas antes de la salida del vuelo, porque saben que en los controles habrá problemas. Dulce asegura que a raíz del auto del juez que pedía a la Policía que permitiera viajar a uno de los inmigrantes se empieza a levantar poco a poco el bloqueo. «Ellos también tienen menos miedo a intentarlo pero, con todo, ha costado», indica. «No siempre hay un final feliz». Cuenta la odisea de un chico que se quedó en tierra a pesar de haber llegado hasta la puerta de embarque, puesto que ya habían quitado el acordeón que conectaba con el avión, y ni sus súplicas ni llantos consiguieron otro resultado. Sin embargo, en otra ocasión esas lágrimas fueron de felicidad. Otros dos jóvenes pudieron pasar solo después de llamar in situ a sus familiares para facilitarles sus NIE y otra información personal, además de solventar un problema de última hora con los billetes. Una vez en el avión, vino el alivio y la euforia por una meta al fin conseguida. Solo alcanzaron a enviar un audio agradecidos a sus «madres» canarias, que esperaban fuera la noticia.