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Eespectáculo 'Impression of Lijiang', dirigido por Zhang Yimou. Fotos: Rosa Palo
Desde que llegué a China, soy otra... Y casi feliz

La China de Rosa Polo | Día 7 (Lijiang)

Desde que llegué a China, soy otra... Y casi feliz

Visitamos la ciudad de Lijiang, sigo enferma y me encuentro con Leonor. No, la princesa no

Viernes, 9 de agosto 2024, 23:16

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Desde que llegué a China, estoy tan maravillada ante lo que me rodea que soy otra. Soy Karen Blixen viendo por primera vez su granja en África, soy Charlie Marlow remontando el río Congo, soy Marco Polo llegando a Yunnan. Soy todos los viajeros del mundo. Y soy casi feliz.

Alcanzaría la felicidad plena si tuviera un poco de tiempo para mí y mis circunstancias: hasta el doctor Livingstone, supongo, pudo ir al baño sin prisas. Ya estamos en la provincia de Yunnan, pero, al igual que en Guizhou, seguimos corriendo de un lado a otro: después de comer arrebatadamente, salimos desde Kunming en tren hacia Lijiang. Al llegar, me siento aún peor a causa de la altura. Hemos subido a dos mil quinientos metros, y tengo taquicardia, fatiga y un cansancio infinito. El chino simpático me ofrece un cigarrillo: por primera vez en mi vida rechazo la invitación. Hecha un trapo nos vamos a cenar. Y allí, en medio de mi mareo y de un bol de arroz glutinoso, aparece Leonor.

«No me llamo así, claro, pero es que el primer nombre español que escuché fue el de la princesa», dice en un perfecto castellano. Leonor, veintidós años recién cumplidos, acaba de terminar Filología Hispánica en la Universidad de Pekín. Es pizpireta, coqueta y simpatiquísima, y adora la tortilla de patata con cebolla y el melón con jamón. «¿Que si he estado en España? Mira», y me enseña, orgullosa, un anillo. Es de Tous. «Me lo compré en Barcelona», dice.

Más Austria que China

Leonor viaja acompañada por su mejor amigo, Schoch, un chaval encantadoramente tímido que ha estudiado alemán. Ambos van a pasar estos días en Lijiang con nosotros haciendo prácticas como traductores. Esa noche pego la hebra con Leonor; por la mañana, rompemos la regla no escrita de sentarnos siempre en el mismo sitio en el autobús y nos ponemos juntas para seguir dándole a la lengua. Así, charlando por los codos, alcanzamos Blue Moon Valley.

Leonor y Soch posan con nosotros para el album del viaje. R. P.

Las montañas altísimas, los prados infinitos y un lago de un azul irreal hacen que el paisaje parezca más austriaco que chino, y solo los yaks con los que nos cruzamos nos recuerdan que no estamos en Europa. Hace frío y la lluvia arrecia, pero los del grupo, ya más colegas que compañeros de viaje, paseamos mezclándonos unos con otros y con nuestros idiomas hasta que Alex nos anuncia que vamos a asistir a una representación teatral. Mira, al fin un sitio donde resguardarnos. Pues no: el asunto es al aire libre. Maldiciendo todos los fenómenos meteorológicos habidos y por haber, tomo asiento en las gradas abarrotadas de público. Entonces, empieza la función. Y abro la boca y no la cierro durante la siguiente hora y media.

Caravanas de té

Es una representación sobre la antigua Ruta del Caballo del Té, que comenzaba en el sur de China y llegaba hasta el Tíbet. Dirigida por Zhang Yimou (dato revelador que solo descubro al sentarme a escribir este artículo, pero que lo explica todo), está interpretada por casi quinientos actores no profesionales de las etnias de la zona que, en perfecta sincronía, cruzan de un lado a otro un escenario gigante dividido en varios planos a distintos niveles atravesados por unas largas pasarelas en zigzag. Hay bailes, cánticos y tambores que resuenan de punta a punta del valle y, a pesar de estar calada hasta el tuétano, me meto de lleno en este cuento de amor y caravanas de té.

Leonor, traductora y nueva amiga

«¿Que si he estado en España? Mira». Y me enseña orgullosa un anillo. Es de Tous. «Lo compré en Barcelona»

Y cuando creo que ya nada puede superar semejante espectáculo, de repente, arriba, a una altura imposible y difuminadas por la niebla, la lluvia y el humo, aparecen las siluetas de unos jinetes a caballo. Estoy viendo una película de John Ford, y me caen dos lágrimas gordas, redondas y perfectas que se confunden con la lluvia. Soy Karen Blixen, y Charlie Marlow, y Marco Polo, y también la cría que vio por primera vez 'Centauros del desierto'. Y soy feliz.

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