La China de Rosa Polo | Día 2 (Chongqing a Guiyang)
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La China de Rosa Polo | Día 2 (Chongqing a Guiyang)
El curioso destape chino: del mercado tradicional al socialismo peculiarNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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Diane, nuestra espléndida guía, nos acompaña a la estación de Chongqing para que cojamos el tren bala hacia Guiyang. Que Dios, o Buda, o la deidad a la que rece la bendiga, porque toda la información para los viajeros está en chino. Cómo no me voy a agobiar en esa estación colosal donde no entiendo nada, si me lie en la de Murcia y acabé en Lorca en lugar de ir a Cartagena.
Nosotros miramos los carteles ininteligibles, mientras los chinos nos miran a nosotros. Somos los únicos occidentales en esta zona, y despertamos su curiosidad. Conforme se acerca la hora de subir al tren se olvidan de nuestra presencia, se levantan de sus asientos y se van poniendo en fila. Esperan en un silencio ordenado sin una queja, sin un resoplido de hastío. «Pero si tardas una chispa en pasar, te adelantan sin contemplaciones. Es como si estuvieran preparados para saltar en cuanto tienen ocasión», me apunta mi santo. Y lleva razón.
Embalados, llegamos a Guiyang, la capital de la provincia de Guizhou, una de las más pobres durante años, pero también una de las más ricas en cuanto a diversidad cultural: además de la etnia 'han', abrumadoramente mayoritaria, en China hay cincuenta y cinco minorías étnicas diferentes, y muchas de ellas se encuentran aquí. No sé de qué etnia es Lexi, la guía que nos espera en la estación, pero lo que sí sé es que es más lista que el hambre: nada más conocernos nos dice que nuestras caras son el reflejo de nuestras almas, y que somos de corazón limpio. La muy zalamera nos acaba de conquistar.
Lexi nos conduce hasta el hotel para comer, y allí conocemos al resto de los integrantes de la expedición, que vienen vía Pekín. Scott, el guía jefazo, se acerca para comunicarnos que vamos a ir a la antigua ciudad de Qingyan. «Es una ciudad preciosa», nos advierte. Y no solo lo es, sino que también responde a nuestra idea estereotipada del país: rodeada por una muralla protectora y con más de seiscientos años construidos en piedra que han sido primorosamente restaurados, la ciudad se desparrama por infinidad de callejones por donde deambulan turistas chinos que curiosean entre las tiendas y los puestos en los que se vende artesanía local, ropa, té y comida de todo tipo, desde la fruta que ofrece un hombre tocado con un sombrero cónico de paja hasta unos extraños trozos de algo que parece carne y que dos mujeres sonrientes fríen en unos enormes peroles. «¿Qué es eso?», pregunto. «Pezuñas». Vaya. Se me acaba de quitar el hambre.
Patrick, un suizo tan grande como un templo budista, pide un descanso para tomar un café. Echamos un cigarrillo con él y con Julia, una chica francesa que trabaja en Ginebra. Los dos hablan español; Patrick mucho, Julia un poquito, pero suficiente. Al corro de fumadores se incorpora un chino procedente de Austria, donde vive desde hace 35 años. Además de su lengua materna solo habla alemán, pero el tipo, tras ofrecernos tabaco, dice «fútbol», mi santo responde «Real Madrid» y ya se establece la conexión a base de pegar patadas a un balón invisible.
Por la noche, de vuelta a Guiyang, paseamos por las grandes avenidas llenas de edificios altísimos, tiendas de varias plantas y letreros que sí entendemos porque son nombres de marcas europeas y norteamericanas. Parece el centro de cualquier capital occidental, pero de una capital infinitamente más limpia: a cualquier hora hay gente barriendo las calles. Y luces, más luces, tantas que el hospital infantil parece un casino. Este debe ser el «socialismo con peculiaridades chinas», tal y como lo definieron, ya por 2007, en el XVII Congreso Nacional del Partido Comunista Chino.
Y sí, tiene varias peculiaridades, como que debajo de la plaza del pueblo, presidida por una gran estatua de Mao, haya un Walmart, o que Qingyun Market constituya una locura mareante de gente, neones, música, puestos, comercios y bares. China ha terminado abrazando el mercado como Fernando Esteso abrazaba a Jenny Llada. Es el destape chino.
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