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El titular es el comentario de un lector o lectora, anónimo por supuesto, y con un dibujito para ocultar la identidad de quién critica, a ... una información de este periódico: «Quien agrede no es un monstruo, son hombres que vemos todos los días».
Es una frase de una de las portavoces de la Red Feminista de Gran Canaria, una frase que hace referencia a que la pareja o expareja de una víctima de violencia machista no es un ser con uñas largas que huele a azufre, sino un señor que va cada día a su trabajo, saluda al vecindario y cuando compra el pan siempre deja el céntimo de propina. Hace referencia a que el abuelo o el tío que abusa de su nieta o sobrina puede que incluso sea el alma de las fiestas de Navidad vistiéndose de Papa Noel para repartir los regalos en casa. Es ese joven que se peina a un lado y ni siquiera tiene tatuajes, pero que controla el móvil de tu hija, la aparta de sus amigas y le dice cómo tiene que vestirse y qué tiene que dejarse hacer para satisfacerlo sexualmente. Es ese compañero en el trabajo que siempre se roza con tu cuerpo, que te habla al oído o te dice que perderás el trabajo si no le haces caso. Es el entrenador estupendo que lleva al equipo cada semana a entrenar, pero que a tu hija o a tu hijo le tiene especial cariño y se lo lleva aparte para enseñarle lo que es la vida.
Estoy segura de que ese lector o lectora anónimo que escribió de forma consciente «las charos pidiendo guita» entiende el español y sabe a qué se refiere la frase. Y, precisamente por eso, creo que o bien es un lector que se ve retratado en ese «hombres que vemos todos los días» y siente que la vergüenza y el miedo están cambiando de bando, o bien es un o una colaboracionista que mientras no le toque a nadie de su círculo, le importa un carajo la vida de las demás mujeres. Pero, en lugar de decirlo abiertamente, llama «charos pidiendo guita» a quienes reclaman sus derechos y recursos sin darse cuenta de que, en ese caso, hasta el presidente Fernando Clavijo, clamando por partidas para Canarias por la su ultraperificidad, no sería más que otra «charo pidiendo guita». Y es que, los derechos, siempre han sido cosa de los y las charos, no de los y las machirulos.
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