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Carolina Muñoz
Lunes, 2 de septiembre 2024, 23:03
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El verano nos deja muchas cosas buenas, pero también inseguridades. Quien más y quien menos tiene algún complejo y como en los últimos meses hemos dejado más porción del cuerpo al aire... nuestros agobios también han quedado al descubierto.
Durante los meses de verano hay gente que se dedica a autoanalizarse sin piedad, a compararse con otros -ay, esas miraditas en la playa o la piscina para valorar al prójimo- y a «compensar excesos o llenarse de privaciones que intensifican o ayudan al desarrollo de trastornos en la conducta alimentaria», advierten los expertos en salud.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son un conjunto de afecciones mentales que incluyen, entre otros, anorexia nerviosa, bulimia nerviosa y trastorno por atracón. Según la enfermera especialista en Salud Mental, Isabel Mateo, su inicio no obedece a una única causa: en su aparición suelen mezclarse influencias genéticas, ambientales y psicológicas. Y si a ello sumamos el desmadre alimenticio del verano y la comparativa de cuerpos a la que nos sometemos... el problema está servido. Desde el Consejo General de Enfermería (CGE), recalcan que la mayor exposición corporal del verano y la proliferación de mensajes que exaltan la delgadez extrema actúan como detonantes de estos trastornos, que ya afectan, según sus datos, a 400.000 personas en España.
Además, subrayan que la adolescencia es una etapa particularmente vulnerable en este sentido. «El verano se convierte en un momento crítico en el que la presión social por alcanzar ideales de belleza poco realistas se intensifica, lo que puede derivar en el desarrollo de un TCA en personas predispuestas», advierte Isabel Mateo, enfermera especialista en Salud Mental. Las estadísticas son preocupantes: los TCA son la tercera causa de enfermedad crónica entre jóvenes de 13 a 14 años y afectan sobre todo a mujeres.
Pérdida rápida de peso, cambios de humor repentinos, conductas de evitación en torno a la comida... hay señales que no debemos ignorar en nuestros seres queridos ni en nosotros mismos (que a veces somos los que más tardamos en verlo). Por eso, Florentino Pérez Raya, presidente del CGE, subraya que «aprender a reconocer estos indicios y adoptar un estilo de vida saludable salva vidas».
La doctora María Zubillaga, especialista en Nutrición y Endocrinología, también insiste en que «la intervención temprana es crucial». De ahí que estos días debamos a estar aún más vigilantes que de costumbre. Un mensaje que lanzan a las familias, a los sanitarios de atención primaria y a los profesionales de la educación.
«En mi consulta me topo muchas veces con pacientes que llegan con fotografías sacadas de Instagram, que están evidentemente editadas o con filtros. Y me lanzan un 'quiero este cuerpo y lo quiero ya, ¿qué tengo que dejar de comer?' Una completa locura», comenta Zubillaga.
Por eso, el CGE insiste estos días en la necesidad de una vigilancia constante y en educar desde la infancia en hábitos saludables que se mantengan a lo largo del año. Las enfermeras, con su capacidad para acompañar y educar, son esenciales para prevenir estos trastornos y brindar apoyo a quienes ya los padecen. «El verano no debería ser un motivo de angustia ni un catalizador de problemas de salud mental, sino una oportunidad para reforzar la autoestima y el bienestar», comentan las profesionales.
La doctora Zubillaga insiste en que es vital que tan pronto como que se detecta que una persona entra en un terreno de «comportamiento de riesgo» debe acudirse a un profesional de la salud mental, porque en la mayoría de los casos «son distorsiones psicológicas de la concepción de nuestro cuerpo, vemos defectos donde no los hay y magnificamos aquellas cosas pequeñas. Llamarse a una misma vaca, foca, gorda, cerda… son palabras con las que me encuentro a diario en la consulta. El problema empieza cuando nos degradamos al máximo y creemos que la felicidad está en la delgadez. Pero tras alcanzar ese peligroso objetivo, el batacazo llega cuando la persona continúa siendo infeliz...».
Así que si conoce algún caso, lo primero es acudir a uno de estos profesionales o al médico de cabecera, aunque es muy posible que sea derivado a un equipo especializado en el tratamiento de los trastornos alimentarios, entre los que hay expertos de salud mental, pero también dietistas y expertos en otras disciplinas -como dentistas- para afrontar los problemas derivados del trastorno alimentario.
Además, en el caso de que los afectados sean jóvenes que todavía viven en casa, los padres deberán participar activamente en el tratamiento y supervisar las comidas. Es una tarea que hay que abordar desde distintos frentes, pero la familia tiene un papel estelar si se quiere que no haya recaídas o anticiparse y evitar que una obsesión veraniega incipiente termine siento un problema grave. Hacer de la comida un momento agradable y de disfrute, evitar la televisión y los dispositivos electrónicos en la mesa (aprovechar el momento para escucharse unos a otros) y no hacer dietas que no estén prescritas por profesionales son algunas de las cosas que podemos hacer para mejorar la situación. Asimismo, hay que dejar de elogiar la delgadez y ensalzar el 'tipazo' como una meta vital. De hecho, lo más sano es alabar a otras personas por características que no tengan que ver con el físico, aconsejan.
En muchas ocasiones, hasta que no se retoma la rutina, no se tiene conciencia de los cambios que anuncian que está empezando un trastorno alimentario o agravándose uno que ya estaba latente. Zubillaga recomienda estar estos días especialmente atentos a posibles señales de alarma. Son estas:
-Ingesta de comida excesiva en un periodo corto de tiempo.
-Saltarse comidas o comer solo alimentos poco calóricos.
-Sentimiento de culpabilidad tras comer.
-Evitar comer delante de gente.
-Fluctuaciones en el peso.
-Uso de laxantes o diuréticos.
-Necesidad de ocultar el cuerpo.
-Cambios de humor, aislamiento.
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