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En la isla más pequeña de Canarias, que se ha convertido en un nuevo punto caliente en cuanto a la llegada de pateras, los herreños se niegan a mirar para otro lado. Al margen de las disputas políticas, centradas en competencias y presupuestos, se han dedicado a poner nombre, rostro e historia a cada víctima de la Ruta Canaria que se ven obligados a enterrar. Las últimas, dos hombres que fueron encontrados en el interior de un cayuco con 173 personas el pasado viernes y a los que se les ha dado sepultura este martes, como muchos, sin identificar. (*Actualización: finalmente, bajo las nomenclaturas 152 A, 175 y 152 A, 176*)
«Todo sucede muy rápido: desde que llegan, se les atiende o fallecen y hay que enterrarlos. No es fácil, porque muchas veces no llevan documentos, los pierden durante la travesía o mueren en condiciones tan precarias que no da tiempo a preguntarles», explica Haridian Marichal, periodista y una de las integrantes más activas de la comitiva que se ha formado espontáneamente en la isla para acompañar los sepelios.
La mayoría tienen lugar en El Pinar, un municipio de menos de 2.000 habitantes que se ha convertido en un ejemplo de solidaridad. En el camposanto ya hay alrededor de 30 migrantes enterrados, cuyos nichos han sido cedidos por el ayuntamiento, que además asume los costes. No en todas las lápidas hay nombres o mensajes de familiares, pero sí están todas adornadas con flores. «A mí esto me reconforta el alma porque, si te fijas, son ramos hechos a partir de otros que han traído los vecinos a familiares y los han compartido», señala Marichal frente a la tumba de 'Inmigrante K1'.
4.808 víctimas
Es el último dato de las muertes en la Ruta Canaria que recoge Caminando Fronteras hasta julio, lo que equivale a un fallecido cada 45 minutos
30 entierros
Es el número aproximado de lápidas de migrantes que se cuentan en El Pinar, donde han dado sepultura a la mayoría. El coste lo ha asumido de forma solidaria el Ayuntamiento
La letra del abecedario identifica a la embarcación y el número del fallecido corresponde al que se asigna a cada persona que viaja a bordo. 'K1', que murió el 4 de noviembre del pasado año, era el primer pasajero del cayuco identificado con la letra K.
Lo que podría quedarse en la frialdad del drama se envuelve de la calidez de quienes participan en los entierros, incluyendo autoridades municipales y ONGs. Su misión es dar «contexto y humanidad»: si se conoce la religión de la persona fallecida, se organizan pequeños rezos cristianos, se lee el Corán o, en raras ocasiones, hay hasta testigos de Jehová. En otros casos, algunos prefieren recitar poemas o interpretar música. «Cada vez que ocurre, te remueve las entrañas, pero es nuestra forma de devolverles la dignidad», explica Marichal.
«Toda esta situación nos ha hecho reflexionar sobre la pérdida a nivel individual», asegura. «Aunque no siempre conocemos las costumbres funerarias, cada uno acompaña desde su propia creencia. Algunas lápidas llevan a la Virgen de los Reyes como símbolo de la isla, ni siquiera es un asunto ideológico. Al final, lo importante es estar allí, acompañando».
Joke Volka, una artista holandesa afincada desde hace años en la isla y otra de las mujeres que peregrinan por los cementerios, va más allá. Considera fundamental mejorar la comunicación con el continente africano para poder localizar a las familias y darles una respuesta. Para ello, se ayudan de sus propias redes sociales para servir de contacto, aunque confiesa que es una tarea demasiado difícil. Incluso, tanto Volka como Marichal recurren a las instituciones después de los entierros para intentar obtener información que permita contactar con los allegados.
Por el camino han sido testigos de historias que las han tocado de manera muy personal: la de Aissatou Camara, una joven que dejó huérfana a una bebé el 7 de julio; la de 'Z 147', cuyo cuerpo sin vida se encontró ese mismo día sepultado en el fondo de un cayuco o el de J-15. De él se supo que era menor de edad y de nacionalidad senegalesa, y su fallecimiento, que conmocionó a toda la isla por inesperado, se produjo horas después de haber localizado a su tío.
«Y luego está el caso de la niña de dos años, que murió junto a un joven de 20 en julio. El otro día enterramos a cuatro a la vez... Si eso no te estremece, estamos perdiendo algo como sociedad», lamenta Marichal visiblemente afectada. «Este es nuestro granito de arena, pero hace falta mucho más», sentencia Volka.
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