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Tras un periodo de residencia en Francia, Bachir y su familia buscan de nuevo casa en la isla majorera que considera más cálida y, a fin de cuentas, su hogar. Juan Carlos Alonso
30 años de fenómeno migratorio en Canarias

El viaje de Bachir: «Aquí no me siento inmigrante»

Se embarcó en 1995 desde El Aaiún en la tercera patera que vio Fuerteventura y desde entonces carga en su mochila con la esperanza de ver prosperar a su familia y a su país

Ingrid Ortiz

Puerto del Rosario

Domingo, 25 de agosto 2024, 22:37

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Tenía 23 años y un certificado de nacimiento saharaui que le negaba el derecho a una vivienda o un trabajo en su propio país, que hasta hoy sigue ocupado por Marruecos. Fue el contexto en el que Bachir Embarec decidió embarcarse en una patera hace casi tres décadas con otras cuatro personas rumbo a Fuerteventura. Una isla que en su historia solo había recibido dos embarcaciones de este tipo meses antes y no estaba familiarizada con el fenómeno. «De aquella época, la mayoría de los que vinieron han fallecido o fueron deportados», explica ahora un Bachir de 52 años, integrado y padre de familia.

El camino no ha sido fácil, y aún le queda por recorrer. Echando la vista atrás, recuerda que tuvo suerte en la travesía y que se encontró con una sociedad canaria que lo acogió desde el primer momento pese a no contar con apenas protocolos. Pasó alrededor de nueve días en la cárcel de Puerto del Rosario antes de ser trasladado a Las Palmas de Gran Canaria, donde pudo gestionar los trámites pertinentes como refugiado a través de CEAR. Sus padres habían emigrado a las islas mucho antes con ocho de sus hermanos menores, después de que les expropiaran tierras y expulsaran de Fos Bucraa, una empresa minera española en el Sahara dedicada a la explotación del fosfato, fundamental para la producción de fertilizantes. Mientras su familia llegó legalmente, gracias a sus raíces canarias, Bachir y otros tres hermanos adultos, sin pasaporte, se quedaron atrás. «Me lancé al mar... Si me salvaba, bien; y si no, nada. Es el tipo de decisión que tomas cuando ya no tienes más opciones».

Tardó cuatro años regularizar su situación, tiempo durante el cual trabajó en los invernaderos de Vecindario, plantando tomates y calabacines. Una vez obtenidos los papeles, fue el primer inmigrante en casarse según sus costumbres en Fuerteventura, en 1999. Trabajó en el zoológico de La Lajita como mozo y luego se adentró en la construcción, hasta que sufrió un nuevo escollo: una crisis inmobiliaria que paralizó toda obra.

CANARIAS7 recogió en sus páginas la llegada de Bachir junto a otros cuatro saharauis en 1995.

«Tuve que volver a emigrar para mantener a la familia en 2011. Me fui a Francia, ahorré seis meses, compré una casa en Nantes y me traje a mis cinco niñas», afirma. Tres están ya en la universidad cursando Traducción e Interpretación y Relaciones Internacionales, mientras que una cuarta está estudiando en Reino Unido. Es, confiesa, el logro del que está más orgulloso. La pequeña tiene ahora 13 años, seguida de un hijo de 9 y otra niña de 7, ambos nacidos en el extranjero. Aun así, Bachir insiste en su deseo de regresar con ellos a las islas.

«Aquí yo nunca me sentí inmigrante. Los vecinos me conocían, los niños jugaban y hacían vida y hay más seguridad. En Francia nos miran con desconfianza, hace frío y apenas sales a la calle. Además toda mi familia está aquí».

Y bajo el peso de esa mochila, cargada con la búsqueda constante de un hogar y una vida mejor, se asoma una mezcla de resignación y tristeza al pensar en el legado cultural saharaui que sus hijos, en gran parte, desconocen. «Deben saber que tienen una tierra por la que luchar, son nuestras raíces... Dudo que vea resuelto el conflicto, pero quizás ellos sí», afirma. «Lo que nosotros decimos es quien lucha por algo, ese algo siempre llega».

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