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Crítica del episodio 2x06 de 'La Casa del Dragón': los besos no quitan el hambre
'La Casa del Dragón' en Max

Crítica del episodio 2x06 de 'La Casa del Dragón': los besos no quitan el hambre

Un episodio donde siguen avanzando muy lentamente las fichas, y al que se añade una subtrama romántica que venía faltando en la temporada

Lunes, 22 de julio 2024, 11:15

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Aunque ya haya habido una gran batalla —la del cuarto episodio— seguimos pudiendo hablar de una serie pre-bélica. Esta temporada de 'La casa del dragón' tuvo su punto álgido entonces, cuando Christon Cole encabezaba un pequeño ejército para hacerse con un castillito insignificante, pero entonces se pusieron dragones de por medio. La serie parece querer hacernos entender que la diferencia de dimensiones entre humanos y bestias aladas es tan colosal que todo pierde el sentido. El propio Cole se ha vuelto más callado, más humilde, y también más cobarde. Además de ver la furia de los dragones, vio el alcance de la ambición sanguinaria de Aemond, capaz de abrasar a su hermano a doscientos metros de altura. Lecciones de guion: siempre es más interesante dejar al rey medio muerto que muerto del todo. Así, al menos, en cualquier momento todo puede cambiar.

A partir de aquí, espoilers del sexto episodio de 'La casa del dragón' (segunda temporada)

Partiendo de la experiencia de la batalla anterior, ahora nadie quiere desenvainar una espada si no sabe que contará con apoyo aéreo. Los Lannister, con su habitual cara dura, lo dejan claro en las primeras secuencias —curioso y terriblemente poco práctico que vayan llevando un león enjaulado a cuestas—. Ambos bandos, no obstante, andan faltos de dragones adultos o de jinetes. Y ambos saben que Rhaenyra por un lado y Aemond por otro, grandes jinetes, no deben alejarse mucho de casa porque son quienes deben ser protegidos. Está claro que Aemond es explosivo e impetuoso, aunque ponga de vez en cuando esa sonrisilla de tener el pulso de acero y todo controlado. No me acaba de convencer el actor —Ewan Mitchell— todavía, está demasiado encorsetado en los mismos tres gestos (prefería al borrachín inseguro con quien comparte genes).

Quien se ve borrada de la historia, siendo la historia el consejo del reino, es Alicent, la reina madre. Y es su hijo tuerto el que la expulsa, llevando a término uno de los leitmotivs claros de la serie, el papel de las mujeres en tan supuestamente masculinas conversaciones. Seguiremos viendo cómo se resuelve este tema, paralelo en ambos bandos, y si no se queda en algo demasiado esquemático. Eso sí, como comentaba Borja Crespo al hilo del episodio anterior, ese plano maravilloso de Alicent escuchando a los demás al no ser elegida regente, esos ojos, fueron proverbiales. En un alarde de literalidad, Aemond manda a su madre a ocuparse de cosas «más domésticas». Ella no se calla «¿acaso no has vengado suficientemente las humillaciones que sufriste de joven?», le dice mientras le acaricia, probablemente por última vez.

De hermanos va la cosa. Aegon y Aemond en el lecho del convaleciente Warner

Al otro lado del mundo, Rhaneyra y Jacaerys se ponen a buscar jinetes, en una trama un poco floja y juvenil —en general todo lo que tiene que ver con los dragones peca de esto—. Que el primer candidato acabase en incendio forestal era tremendamente previsible. Otra trama con la que nos machacan es la de las alucinaciones de Daemon, de las que de momento no ha sacado nada en claro: si esto era un retiro espiritual que tenía que enseñarle alguna lección sobre su pasado o sus ambiciones, no lo está consiguiendo. De momento, el personaje de Matt Smith sueña muchas cosas, pero sobre todo sigue soñando con una corona nunca de rango inferior a la de Rhaenyra. Este Daemon débil está a medio camino entre despiadado e infantil, y ya van demasiados episodios. La bruja de Harrenhal, el castillo más grande —y más ruinoso— de los Siete Reinos, tampoco consigue ser particularmente memorable ni espectacular.

Viserys y Daemon en una de las alucinaciones del último Warner

Lo cierto es que se va allanando el terreno para un duelo brutal entre Caraxes y Vaghar, es decir, los dragones más temibles porque los cabalgan los hombres más temibles, Daemon y Aemond, personajes claramente reflejados el uno en el otro: el hermano pequeño, sádico, inestable… ya veremos si llegamos a verlo. En el modo opuesto de pensar, va calando esta idea de que el buen gobernante es el que no quería gobernar. Que los famosos rasgos psicopáticos que comparten las personas en puestos de poder se evitan eligiendo a uno que pasaba por allí: tampoco es el mejor argumento del mundo, y desde luego es el peor para una emocionante serie de acción. En ese cupo entra el misterioso marinero que salvó al Señor de las Mareas. Todo apunta a que es su hijo, con ese obsesivo raparse (su pelo de rastas blancas inmediatamente indicaría quién es). Además de por la bastardía, tampoco queda muy claro por qué está tan enfurruñado con la vida y por qué nunca responde con más de dos o tres sílabas. Todo lo contrario que el paupérrimo rubio de Desembarco del Rey: le falta un letrero luminoso que diga «Heredero al trono aquí, gran jinete de dragones, desbloqueador de tramas, buenos precios». Las melodramáticas escenas de pobreza de su familia son de lo menos creíble de toda la serie.

El poder —teórico— del pueblo llano

Y por ahí se supone que marcha el capítulo, porque se llama 'Smallfolk', es decir, pueblo llano. Descontentos con la falta de alimento —debido también a un bloqueo naval—, a las gentes de Desembarco del Rey le crecen las ganas de tomar la Bastilla. Se hace política con el hambre: tanto con las privaciones como con los regalos. Pero es muy fantasioso que la manipulación sea tan sencilla y ahora estén todos con Rhaenyra: necesitamos más personajes tridimensionales en ese small folk para creérnoslo, pero los guionistas siguen tratándoles desde lo más alto de la más alta torre. Sea como sea, podemos prever partes interesantes: la relación entre Aemond y Larys, sin subterfugios, el retorno de Otto Hightower de vuelta de todo, el nuevo dragón y el nuevo jinete, o qué papel acabará jugando el interesante hermano de Alicent. Por cierto, ¿qué fue de aquellas perversiones fetichistas que Larys obligaba a hacer a la reina? Absolutamente olvidadas desde la primera temporada, quizás es que no valían para nada…

Y bueno, estalla una atracción sexual que venía fraguándose durante un tiempo: Rhaenyra cae en los brazos y los besos de Mysaria, el Gusano Blanco, la maestra de los espías, la Villarejo de Desembarco del Rey que últimamente parece haber escogido el buen camino. Si la serie quiere ser aburrida, harán una alianza virtuosa en la que juntando sus capacidades triunfen y todo salga perfecto. Si de verdad quiere ser 'Juego de Tronos', todo parecerá estupendo hasta que en algún momento llegue una puñalada que nos quite el hipo, una traición acorde con el pensamiento práctico de —potencialmente— uno de los mejores personajes de la serie.

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