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UNO. Corría septiembre del año 2000 cuando Francisco Javier G. S. fue salvajemente embestido por un coche de narcotraficantes. Esta bárbara actuación tuvo terribles consecuencias: el inspector de la Policía Nacional, gravemente herido, necesitó más de cuatro años y treinta operaciones para su recuperación.
El ... Ministerio, claro, le había ofertado la jubilación anticipada, merecidísima. Pero él no tuvo dudas desde el primer momento. Como se trataba de una decisión exclusivamente personal, impuso su inclinación frente a la propuesta: pidió la vuelta al trabajo, regresó a su comisaría la pasada semana. A fin de cuentas se trata de un agente vocacional.
Yo lo entiendo. El gusanillo, los pálpitos para la vida activa y la conciencia ética pudieron más que la proposición. Le honra. Y como ciudadano de a pie aplaudo su ejemplaridad, me alegra su recuperación: la Muerte lo había invitado a su danza macabra... pero logró desasirse de Ella. El inspector, a pesar de los peligros de la lucha contra el narco, tenía muy clara su condición de servidor a la sociedad. Y le fue fiel hasta el mismo umbral de la parca: tal llama el lenguaje poético a la deidad romana encargada de cortar el hilo de la vida, símbolo al cual Francisco Javier ya tutea.
Simboliza, también, el cambiazo experimentado por las Fuerzas de Seguridad del Estado democrático, tan distintas a las conocidas durante los agrios y nigérrimos años de la dictadura por Dios y por España. La Policía Nacional y la Guardia Civil de hoy solo coinciden con sus correspondientes anteriores en la presencia física callejera o haciendo caminos por los interiores. (Ya ve, estimado lector: los guardias civiles muertos y heridos en Barbate tras ser arrollada su lancha por narcos, 2024, tampoco se habían dejado comprar. ¡Y mire usted que es terriblemente tentadora la oferta de 'colaboración' donde tantos cientos de millones de euros se manejan!)
Siempre hay excepciones negativas, claro: es la condición humana. Pero esta ni justifica ni puede ser alegada frente a crueldades, tropelías y atrocidades cometidas por quienes intentan escudarse en 'el cumplimiento del deber, órdenes superiores' o, simplemente, trapichean y obtienen pingües beneficios. Recordemos el caso del coronel de la Guardia Civil (para ciertos narcotraficantes, 'El Padre') ingresado en prisión el pasado año tras las investigaciones realizadas durante una década por miembros del mismo cuerpo.
Y hasta pocas decenas de años atrás la represiva, cruel y totalitaria Policía Armada y de Tráfico (popularmente conocida como 'los grises') ejerció también de brazo armado con cargas, porras, subfusiles, escopetas, fusiles, cascos de guerra, disparos… frente a quienes reclamaban la libertad durante la dictadura franquista y se opusieron a esta vertiendo, incluso, su roja sangre.
El mismo líquido o plasma del cuerpo humano también encarnado o bermejo derramado por Javier Quesada, estudiante canario muerto por una bala perdida cuando la Guardia Civil, de forma sorpresiva, entró en el campus universitario lagunero y «cargó contra los estudiantes que estaban en la escalinata del Edificio Central» (ull.es). (También la revista canaria Sansofé -iniciales años 70- denunció las descargas eléctricas a un joven, Maximiliano Páiser Medina, en los sótanos del Gobierno Civil de Las Palmas.)
¿Y en la etapa democrática? Solo citaré dos perversiones. Una, relacionada con la trama del Ministerio de Interior cuando gobernaba el PP: fue llamada «la policía política de Rajoy» (infolibre.es). Y elcorreo.com apunta: «El ministro del Interior, con las cúpulas política y policial fue procesado por la Audiencia Nacional: la Fiscalía los acusaba de 'la trama de espionaje ilegal' montada presuntamente con fondos reservados».
Otra: la condena al psocialista ex ministro del Interior y a ocho acusados por el secuestro de Segundo Marey en 1983. Once años después fueron detenidos el director general de la Seguridad del Estado; el ex jefe del Mando Único de la Lucha Contraterrorista; el ex responsable de la Brigada de Información de Bilbao y dos inspectores de policía (elmundo.es.). Se trataba del 'Caso GAL', terrorismo de Estado o 'guerra sucia'.
DOS. Viene a cuento el recordatorio: treinta años atrás (enero, 1995) el líder del Partido Popular en Guipúzcoa y, a la vez, concejal del Ayuntamiento de San Sebastián, Gregorio Ordóñez, fue vilmente asesinado (tiro en la nuca) por la banda terrorista ETA. Como no tiene desperdicio reproduzco en parte la 'justificación de tal muerte', qué triste: «[…] mientras los estados español y francés, además de violar los derechos colectivos de Euskal Herria [...], nieguen la posibilidad de una solución del llamado 'problema vasco' mediante vías democráticas, es legítimo que Euskal Herria utilice, para lograr su soberanía, todas las formas de lucha, tanto la institucional, como la del nivel de calle, como la de carácter político, que desarrollan ETA e IK (Iparretarrak), es decir, la propia lucha armada».
No, en absoluto: jamás el asesinato (o simple represión, coacción o insinuación) de quien representa la voluntad popular a través de las urnas puede ser el camino para chantajear simbólicamente o por escrito (en Colombia, 'boletear') a quienes gobiernan en ayuntamientos, cabildos, comunidades y Estado o representan a los poderes del mismo (Congreso, Senado...)
Y en tales instituciones se encuentran porque lo quieren los ciudadanos con el universal, libre y democrático poder de sus papeletas. Pero no, claro, a la manera de las últimas elecciones celebradas en Europa -Bielorrusia-, donde 'oficialmente' el actual presidente vuelve a obtener el ochenta y ocho por ciento de los votos, casi unanimidad desde 1994 (Bielorrusia mantuvo conversaciones con la Unión Europea para su ingreso). Tampoco a la manera de Venezuela, con ocultación de las actas. Ni de Rusia.
Por tanto, el concreto asesinato del señor Ordóñez (y de casi mil personas más) fue la violación de la voluntad ciudadana (sus electores), exactamente lo contrario a la convivencia democrática, respetuosa y en paz que los españoles se dieron como marco para encauzar sus actividades sociales, políticas, personales y asociativas. Y, de la misma manera, la reacción violenta de ciertos sectores del Estado (englobémoslos en las siglas GAL) contra la banda terrorista fue también eso, terrorismo de Estado, rigurosamente opuesto a los más elementales principios del poder popular.
Me viene a la memoria un poema de Blas de Otero (corte existencial, de donde entresaco «Sólo el hombre está solo. Es que se sabe / vivo y mortal. Es que se siente huir / -ese río del tiempo hacia la muerte-»). Impactó sensorialmente en muchos de mis alumnos, sobre todo tres versos de casi el final y cuyas primeras cinco palabras de cada uno son las mismas. Los mensajes difieren en las tres formas verbales que los terminan, tres momentos en progresión ascendente: «ve ---> vela ---> mata» (percibe con los ojos → no los cierra ni tan siquiera por la noche --> quita la vida al ser vivo).
Sí, todos caminamos hacia la muerte. Pero a Gregorio Ordóñez lo mataron en plena juventud mientras ejercía como representante de la voluntad popular.
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