

Secciones
Servicios
Destacamos
Fue hace unas semanas, a finales de agosto, y se lio una buena. Un centenar de senegaleses se juntó en la Avenida de Canarias de ... Vecindario para celebrar el Gran Magal de Touba, una fiesta religiosa muy popular en este país africano. No hubo incidentes, pero las redes sociales entraron en ebullición. Me ahorro repetir los calificativos, o mejor dicho, los descalificativos. Su actitud era festiva, entre cánticos.
Y el asunto llegó incluso al pleno. La comunidad senegalesa reconoció, eso sí, que la convocatoria se le fue de las manos en cuanto a afluencia. Y admitió otra cosa: que no había pedido permiso. Mal hecho, pero insisto, según fuentes policiales, no pasó nada.
Estos días, sin embargo, saltó a las redes otra procesión, esta vez no con fines religiosos. Otro numeroso grupo se dirigía a un campo de fútbol. En esta ocasión no solo tenían permiso, sino que hasta les escoltaba la policía. Normal, por otra parte. Los cánticos eran de otro tipo y las actitudes, dicho sea también, no eran precisamente pacíficas. Lo que me pregunto es si este caso acabará generando igualmente otro debate en el pleno de la ciudad que corresponde. Me temo que no, y eso que a mí me generó más inseguridad la segunda que la primera.
Tengo la sensación de que la sociedad ha normalizado cierto tipo de violencia. Es esa violencia que unos y otros consienten en los campos de fútbol, la que lleva a ciertos entrenadores a legitimar una lapidación 2.0 al jugador de turno o que propicia que algunos clubes permitan que sus aficionados se oculten detrás de inquietantes pasamontañas. En esto, como en tantas otras cosas, hay un punto de prejuicios, otro de hipocresía, y otro, de abierta y confesa complicidad.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.