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Estas navidades tuve la oportunidad de escuchar en un medio considerado de izquierdas las explicaciones que, de algún modo, se le pidieron a la abogada, ... influencer y presentadora televisiva Inés Hernand, también presumiblemente de izquierdas, a cuenta de su aparente buena relación y hasta amistad con Cristina Cifuentes, expresidenta de la comunidad de Madrid con el PP. Pese a sus tablas, le costó justificarse, como si tuviera que hacerlo.
Al fin y al cabo, la vida cotidiana está trufada, afortunadamente, de relaciones humanas, de buenas relaciones humanas, que están por encima de las diferencias ideológicas. Sin ir más lejos, he vivido rodeado de familiares y vecinos que me hablaban y me hablan bien de su vida en tiempos de la dictadura franquista. Cuando toca discutir ideas, se discute, pero el resto del tiempo se convive.
En eso consiste, precisamente, la democracia, un sistema en el que no se reprime al diferente ni al que piensa distinto. Por eso celebro también que estos días el PP esté abriéndose a la posibilidad de acuerdos con un partido al que hasta no hace mucho ni mentaba por su nombre, al que incluía en esa suerte de alianza de la ignominia a la que solía vincular al Gobierno central y a la que se refería con una letanía de adjetivos que sonaban feos, o esa era la intención. Les llamaban independentistas o radicales, así, de forma genérica.
Ahora han vuelto a ser Junts. Ahora tienen nombre. Y está bien. Porque la democracia es, entre otras cosas, la posibilidad del acuerdo entre diferentes. Que se lo pregunten a Sánchez, que tuvo que tragarse aquello de que no pactaría con Pablo Iglesias porque entonces no podría dormir tranquilo por las noches.
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