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Se acaba el 2024, uno de esos años que decimos que pasa sin pena ni gloria, de los que nos llevan a desear entre las doce uvas hacia 2025 lo de «virgencita, que me quede como estoy». Es verdad que parece así, pero también que ... algo ha cambiado, porque si una cosa es segura es que en el Universo la palabra cambio es la reina. No puedo negar que, como buen bisiesto, acogió los Juegos Olímpicos, en París por tercera vez en la era moderna, y eso que los segundos juegos parisinos fueron hace exactamente un siglo; también se celebró otra Eurocopa, que ganó España por cuarta vez, Nadal se retiró oficialmente (poco Nadal quedaba desde hace un par de años) y, si les digo la verdad, no recuerdo quiénes ganaron los Oscars, pero se celebraron, y hubo ganadores, como en los Nobel, el Cervantes y la reina del Carnaval. Siempre pasa lo mismo pero siempre es distinto. En la parte negativa, los perdedores son los mismos, desde Gaza hasta la frontera norte mexicana y desde Ucrania hasta la República del Congo. Lo que no debemos olvidar es que también hay víctimas de la avaricia y la crueldad en la rutilante New York, en la casi mítica Tokio, lo mismo que en Bombay o Haití, como ya son una lamentable tradición. Es que el mundo es injusto; que unos prosperen no debería ser causa de que otros se hundan en la miseria.
El cambio universal también nos ha traído cosas buenas y malas, desde los desastres naturales a la desidia de los gobernantes, el reinado de las armas y el drama de la inmigración irregular, que será ilegal y todo lo que se quiera, pero que cuesta vidas y sufrimiento. Los cambios por lo visto son a peor, porque al Primer Mundo, antaño dueño del planeta, no le da la gana de poner orden en su codicia. Alguna cosa buena ha habido, seguramente en el plano personal, y sin duda es una bendición que surjan nuevas vidas, que la gente sea solidaria y que haya unos pocos que seguimos empeñados en mantener encendida la antorcha de la esperanza. También se han plantado ilusiones, como las de quien escribe, que espera ver nuevas ediciones de su obra en las librerías. Esas pizcas que levantan el ánimo; unidas a otras hacen bueno el aserto oriental de que muchos pocos hacen un mucho, porque el caudal del Amazonas empieza con una gota de lluvia en lo más profundo de la selva peruana, otra gota en el final de la sabana venezolana y alguna gota que trae el viento de no se sabe dónde. Todo eso significa que al final se formará un mar de agua dulce que camina, y eso es lo que aporta cualquier actividad cultural, esas que este mundo tanto desprecia pero que es la que marca la diferencia entre un ser humano y un tigre.
Todo cambia, es ley cósmica que ya enunció Heráclito de Éfeso («no te bañarás dos veces en el mismo río»), que es uno de los pioneros de la cultura y el pensamiento occidental, que descubrió lo del cambio universal sin haber leído o escuchado a Sócrates, Platón y Aristóteles (es anterior al exitoso trío griego, lo mismo que Cervantes y Shakespeare nunca leyeron a Proust o a Emily Dickinson, qué palurdos). Pues eso, que todo cambia, y empieza con una promesa que se hará realidad o no, pero mientras tanto permite que la gente sueñe, se ilusione y tenga esperanza. Por lo pronto, lo más interesante que nos venden lo supuestos pregoneros de la sociedad son la rivalidad inútil de Pablo Motos y David Broncano y ahora el gran debate entre Dani Martín, el del Canto del Loco (a ver si alguna vez consigo traducir las letras de sus canciones, que, dicen, están en castellano), y Quevedo, que dicen que es canario, pero nació en Madrid (debe ser de Bilbao, que nacen donde les da la gana), y del que tampoco consigo entender una palabra. Pero bueno, el refrán dice que algo tendrá el agua cuando la bendicen, aunque a mí lo del agua bendita…
Advierto a 2025 que no voy a dejarle pasar una. Creo que he sido demasiado apaciguador con los años recientes, que me han quitado a personas que navegaban en el mismo barco que yo, que amaban las mismas cosas que yo y que, sobre todo, generaban esa ilusión y esa esperanza de la que hablaba. Como del rayo, partieron Dolores Campos-Herrero, Juan Jiménez, Luis Natera, Manuel Almeida, Osvaldo Rodríguez, Javier Rapisarda, Marimar y Antonio Lozano. El año anterior se llevó la parte que me tocaba de nuestro Alexis Ravelo y de Domingo Socorro, otro marinero de este barco, de María Castro, Nicolás Díaz y Paco Juan Déniz. 2024 me quitó a mi tío más querido, a Paco Morote, a Apolonio García del Rosario, el alfil de oro del ajedrez, con un nombre que debió ponerle la NASA, porque ambos acompañamos a Neil Armstrong (que también se fue) en cada minuto de nuestro primer viaje a La Luna en 1969, y también se empeñó en llevarse a Miguel Montañés, a Raúl Saavedra, a Pepe Alcaraz, a José Miguel Pérez, a Eloy Acosta y a Luis Pérez Aguado, al que conocí y traté desde antes de que ninguno de los dos escribiera una sola línea con pretensiones.
Es más, como dice Alfredo Zitarrosa en su largo poema Guitarra Negra, la muerte se ha atrevido incluso a hurgar entre mis cosas, pero logré ahuyentarla. Y estoy harto. Solo le pido a 2025 que sea menos severo que sus antepasados, y que nos deje vivir sin sobresaltos ni ausencias. Sé que no es poco, pero es que a veces somos pobres para pedir. No espero nada de esos figurones que salen en los noticiarios, solo piensan y actúan en beneficio propio. Entiendo que hay que cumplir con Heráclito, que no puede evitarse el cambio, pero al menos el Año Nuevo debería permitirnos esperar, ilusionarnos, desear, que si no todo, al menos algo cambie a mejor. Eso es lo que también deseo para quienes se han acercado a estas líneas (que no tienen otra pretensión).
Nota extemporánea: Un amigo y yo comentábamos estos días las películas El Cazador y Novecento, ambas de los años 70 del siglo pasado. Las vimos entonces y sabíamos que eran muy buenas, pero las hemos visto de nuevo y podemos garantizar que son mucho mejores de lo que recordábamos. Sugiero revisitarlas, el tiempo las ha hecho crecer.
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