Cual imagen costumbrista, y a las puertas de un inminente 2025, la historia referirá sobre Las Palmas de Gran Canaria que una tarde algo más ... fresca de lo habitual del recién finalizado noviembre de 2024, dos jóvenes que salían de un edificio próximo de un conocido estacionamiento de vehículos, al observar a una señora sin hogar que dormía entre cartones justo al lado de una entidad financiera catalana y arlequinada, tuvieron el digno gesto y respeto de depositar junto a ella uno de esos bowls de ensaladas preparadas, además de una pequeña barra de pan y algo de agua para beber.
Unos metros más adelante, en el parque más nombrado y conocido de la 'city', unos turistas mayores de edad y plano-mapa de papel en mano, (que no google maps) se topaban, sorprendidos y extrañados, con que una singular edificación canaria incluida en el Catálogo del Patrimonio Arquitectónico de la ciudad y proyectada y construida, por los conocidos, respectivamente artista y arquitecto, Néstor y Miguel Martín Fernández de la Torres, no sólo languidecía, sino que les generaba una incomprensible confusión.
En la zona inicial de acceso lucía un cartel decolorado y sólo en español que indicaba «Acceso a la Oficina de Información Turística por la otra puerta», sobre una flecha que les indicaba que se desplazaran hacia el lado izquierdo de la edificación. Punto en el que se encontraron con otro singular cartel de información que destacaba: «En virtud del decreto 2020-11542, con fecha 15/03/2020 del Sr. Alcalde de esta ciudad de Las Palmas de Gran Canaria para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-2019, esta oficina permanecerá cerrada al público hasta nuevo aviso. Los asuntos relacionados con Turismo de Las Palmas de Gran Canaria sólo se atenderán bajo cita previa que deberán solicitar por email a info@lpavisit.com ».
Viéndose forzados a desandar lo andado por la presencia de una extraña y hasta cierto punto peligrosa valla, a punto de salir del entorno de dicho singular edificio, se percataron de que en la última esquina que les quedaba por superar, una placa-mosaico de azulejos agasajo del dignísimo Centro de Iniciativas y Turismo de Gran Canaria (CIT) a la ciudad: «El CIT de Gran Canaria en el Día Mundial del Turismo a los Touroperadores, Agencias de Viajes, Líneas Aéreas y Marítimas, por su constante colaboración al progreso turístico de esta ciudad. 27 de septiembre de 1997».
Seguían sin entender nada al contemplar el deterioro de ese espacio arquitectónico cuando, de repente, una señora que portaba unas bolsas de un conocido supermercado canario les soltó todo un «don't go to El Pueblo Canario, similar building pero close aunque restaurant open bueno». «Thank you, thank you», le respondieron ellos tan agradecidos.
Casi enfrente, una casi infinita hilera de marquesinas daba algo de cobijo a la gente que esperaba la guagua. O, mejor dicho, las guaguas. Que, cuales recordadas tartanas de la época, traqueteaban sobre el adoquinado que en esa parte del parque había sustituido desde hacía años al tradicional piche.
En ese instante, casi un centenar de hombres jugaban al dominó como si no hubiera un mañana en no se saben cuántas mesas ubicadas en no más de 50 metros cuadrados, lo cual hubiera sido imposible en época, precisamente, de la Covid-19, por aquello de la distancia de seguridad. Se oyeron carcajadas cuando a uno de ellos, una paloma o tórtola (pendiente aún de identificar) le concedió el detalle de dejarle un rastro de una de esas tantas deposiciones que decoraban toldos y pérgolas próximas.
La pareja de turistas que por allí seguía deambulando, dudó en ese instante si subirse a una guagua turística «de las rojas» para tratar de visitar el resto de la novena ciudad de España. Pero finalmente desistieron de la misma al disfrutar también visual y acústicamente del caos de tráfico que veían rodeaba al parque sin comprender tampoco cómo era posible tal desorganización.
Considerando en ese momento que, visto lo visto, lo mejor era regresar a su crucero de lujo atracado en el muelle próximo, comentaron entre ellos acerca de la lastimosa primera impresión que se habían llevado al poner pie en tierra en la «ciudad capital de un continente en miniatura y sede de la Casa de Cristóbal Colón», al toparse con una réplica de la carabela La Niña III, completamente calcinada, con otra persona sin hogar residiendo en sus restos de madera, y justo frente al Museo Elder de la Ciencia y de la Tecnología, a caballo entre un barco quemado, una Casa del Turismo en estado de derrumbe moral, y un adoquinado y pavimento carne del VAR más futbolístico, un vallado anómalo y opresor. Y olor. Mucho mal olor.
Procedentes de su anterior ciudad de escala, como curiosidad habían leído que en Las Palmas de Gran Canaria eran los vecinos los que tenían que salir periódicamente a barrer y baldear sus calles, escoba y fregona en mano, por lo que pensaron que quizás los vecinos no estaban limpiando lo suficientemente bien, y de ahí que la suciedad y el abandono lo impregnara todo.
Mientras tanto, las personas que seguían esperando las distintas líneas de guaguas miraban atónitas hacia las alturas, hacia el cielo, contemplando unas vigorosas estructuras de acero y luces que se estaban transformando en navideñas montaña rusa, noria y ascensor del terror, mientras sudorosos operarios se afanaban por enganchar más y más luces, con presintonías navideñas de fondo, y con la infatigable Mariah Carey como reiterada estrella acústica invitada.
«Eso, eso», les dijo un viejo con cachimba que pasó por delante de todos ellos. «Sigan mirando p'al circo d'arriba, abobaos, y no miren p'a la mierda del suelo, que con la misma hasta pisan una rata de esas». Y siguió su camino dejando su estela de humo, cual locomotora de western estacionada en el referido museo, ocasionando que los viajeros que allí aún esperaban, empezaran a murmurar acerca de la nidificación de ratas en arboledas, en palmeras, y que si «una prima mía vio una en no sé qué calle». Lo cual, a su vez, generó a los presentes más certezas que dudas, máxime cuando para más inri, desde el Ayuntamiento responsable habían venido a señalar públicamente que la mayor presencia de ratas en la ciudad era «(sic) por culpa del cambio climático…y porque estas ratas tienen súper poderes».
«Ratas como los robacarteras que ahora también pululan por la zona de los cruceristas», destacó un asiduo de la línea 12, que había sido testigo directo de la detención de dos de ellos por la policía portuaria. Y respecto a los cuales hasta la ciudadanía se iba alertando por distintos chats de una conocida red social de mensajería. «Acabaremos como en Madrid», reseñó otro, «formando nuestras propias patrullas ciudadanas. Total, ¿si ya las hay para la limpieza, por qué no?», a la vez que todos los demás asentían afanosamente.
En el punto callejero en que el parque en cuestión perdía su mística esencia carnavalera y cedía el protagonismo a otras vallas -primas de las anteriores- que trataban de ocultar las cicatrices incurables de esa zona de la ciudad a la espera de una supuesta guagua mágica a la que bien podría aplicarse aquel eslogan del añorado jet foil, «no corre, vuela», tres mujeres y un hombre elegantemente vestidos, permanecían firmes junto a un atril de revistas de un conocido credo e iglesia evangelista.
También a su lado, como refuerzo de su mensaje religioso y apoyado en el suelo, un destacado cartel tipo cuadro que representaba la imagen de una mujer de cabellos dorados y que apoyaba su afligido rostro sobre su mano izquierda, preguntaba al viandante: «¿Acabará el sufrimiento?».
P. D. No pude evitar fotografiar toda esta cruel realidad en mi retina mental. Y en mi cámara móvilgráfica. Porque me duele muchísimo el abandono al que tienen sometida a la ciudad de mi vida. Porque yo, seguro que como usted, «soy de Las Palmas» y también quiero lo mejor para ella.
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.