Nacido en Teror, Manuel Benítez es en la actualidad gerente de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Músico de profesión, perteneció a la plantilla de la propia orquesta, así como a otras formaciones profesionales, tanto de música clásica como populares
Manuel Benítez González
Sábado, 7 de septiembre 2024, 23:15
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Cuando me enfrenté a la redacción de este pregón, créanme que la tentación de recurrir a la inteligencia artificial era muy grande. Aunque generacionalmente me cueste asumirlo, he de admitir que cuando se sabe utilizar, puede llegar a ser una herramienta de primera magnitud que supere todas nuestras expectativas. Sin ir más lejos, estoy convencido de que este pregón sería mucho más rico sintáctica, literaria, histórica y documentalmente. Lo mismo habría ocurrido si hubiera acudido a los pregones que han antecedido a este o a las innumerables citas y estudios históricos publicados hasta el momento por auténticos expertos en historia, arte, teología y literatura. A todos los autores e investigadores, mi más profundo respeto.
Pero tras darle algunas vueltas, no puedo resistirme a aprovechar este momento para reivindicar la inteligencia y, por qué no, la torpeza emocional. Reivindicar, por un día, la capacidad que tenemos cada uno de nosotros para construir un relato desde una visión personal cuya base documental no sea más que el recuerdo vago e impreciso de historias vividas, contadas o soñadas (...)
Desde que se hizo público que sería el encargado de hablarles esta noche, muchos me han parado por la calle para decirme: «habrá música en tu pregón». Es lo que se espera. Mi profesión es la de músico, y esa es sin duda la habilidad y el ámbito del conocimiento que me han servido para el desarrollo vital y profesional hasta el día de hoy. Pero esta noche no quisiera que sonara otra música en esta plaza que la de la Banda de Música de Teror, el lugar en el que comencé a formarme como músico y en el que descubrí que lo más importante de mi vida estaría alrededor del hecho musical, haciendo música con otros, al servicio de otros, para el disfrute de otros; donde aprendí también a disfrutar, a sentir curiosidad y deseos por avanzar y estudiar. Sentado en uno de esos atriles, de la mano de un viejo maestro, Domingo Peña, y compartiendo con algunos amigos, y con sus padres y tíos: Marcial a la trompeta, Juanito Herrera en el saxofón, Manuel Tripilla y sus platillos, Panchito con su bombo, Emilio con la tuba…
Y hoy me hace feliz comprobar que mi amigo Sebastián Rivero, Chanito, con quien compartí uniforme y ganas en la niñez y primera juventud, sigue sentado tocando el clarinete. Ese es el gran secreto y la importancia de las bandas, son la primera escuela, fueron durante años la única, capaz de formar a los más pequeños y servir de vehículo en el que cualquiera, en cualquier momento de su vida, puede desarrollar sus aptitudes y sus ganas de hacer música en comunidad (...)
Sonidos y olores
Este es el paisaje sonoro y sensorial de mi infancia en las Fiestas del Pino. Voladores, olor a calamar seco, campanas, anuncios por los altavoces, señoras que animan a apostar en las ruletas… Un paisaje que iría cambiando con los años, pero que iba dejando tras de sí nombres y figuras como la mirada perdida de un ya anciano Marcelino arrastrando su carrucha; el mal genio de Pepe Caña Dulce persiguiendo con su voz ronca los restos de una crueldad infantil ya desaparecida; la solemnidad de la capa de vocación cardenalicia de Monseñor Socorro Lantigua; la atenta y socarrona mirada de Momito y Urquijo, señores de la cámara y notarios casi únicos de una fiesta entonces menos mediática, acompañados por Teófilo Falcón, aportación local e imprescindible…
El paso del tiempo ha hecho que los personajes cambien, aunque la memoria siga funcionando. Las ruletas dieron paso a la Chochona, y la Chochona dio paso a otros. Ya no hay voceros maleducados, ni ancianos solitarios mostrando sus miserias tras el personaje, ni personajes necesitados de la exhibición pública para encontrar la atención. Por suerte o por desgracia, son otras las formas en las que se alcanza la notoriedad, y aquellos nombres han dado paso a otros: otros personajes, otros notarios, como Juan José González, Frank Hernández o Nacho González; otros rectores de la basílica, como el bueno de don Manuel Reyes o Jorge Martín de la Coba (...)
Familia
Mi hermana me pide humildad, difícil reto cuando te rodea esta escenografía. Mi hermana, ahora la mayor, se llama Pino, de una época en que las Pinos en Teror solo se distinguían por el apellido: Benítez, Nuez, Yánez, Henríquez, Peña, Quintana, Acosta, Domínguez… Una legión de Mapis y Maripinos que pensé estaba en vías de extinción.
Para salir de dudas, y porque me apetecía contarlo, llamé hace unos días a mi amiga, y eficiente encargada del servicio de estadística municipal, Zenaida Peña para preguntar por el dato. Por si ustedes quieren tenerlo a mano, les diré que hay 415 mujeres y 35 hombres cuyo nombre contiene el de la Virgen: Pino. Aproximadamente un 3,7 % del censo; no está nada mal para mis lúgubres presagios. Como al parecer vuelve a estar de moda acudir a las vírgenes a la hora de elegir el nombre de las y los niños, anímense y repoblemos de Pinos esta isla. Ahí lo dejo.
Sería tremendamente injusto que yo pasara por aquí sin nombrar a mis padres, y no solo porque merecen el lugar principal en mi imaginario de estas fiestas que hoy me corresponde pregonar, sino porque de una u otra forma entre ambos simbolizan su esencia.
Pepe Benítez era por encima de todas las cosas un hombre de Teror, un terorense nacido en El Rincón, que desarrolló prácticamente toda su vida en un pueblo que transitaba y al que saludaba a diario; podríamos decir de él que era un gran anfitrión y un hombre muy sociable.
Mi madre, Ferminita, era una mujer de fuertes convicciones cristianas. Nacida en Caideros de Gáldar, pasa su infancia y primera juventud en Firgas y termina casándose en Teror, donde se había asentado con una parte importante de su familia junto a mi abuela y sus hermanos más jóvenes.
Mi familia materna, la que no da apellido, seguramente encarna a la perfección lo que significa la relación de la isla con El Pino y con Teror. Madrina, María, la mayor, nacida en el siglo antepasado y puntual la antevíspera, siempre desde la cumbre y a la que mi madre invitaba a dormir en alguna de las camas libres para sorpresa de su propietario al volver en la madrugada de la fiesta; Zaragoza, con su imponente presencia y su pañuelo negro a la cabeza, desde algún lugar entre el Barrial y Sardina de Gáldar; Segunda, todo dulzura, a ver a la Virgen desde Firgas; Leandro, hombre de campo, desde Piletas puntual a la Feria de Ganado; la familia de José, el mudo, desde Telde; mi tía Victoria, siempre en primera fila para la bajada de la Virgen y la romería. Todos, los más de 20 hermanos, tenían una cita a la que no podían faltar (...)
«Las señas de identidad de una sociedad no están solo en los símbolos que nos unen ni en seguirlos inconscientemente, sino en compartir: la fe, la vida, los recuerdos, los deseos, las alegrías y las penas… Porque de eso van las fiestas»
En fin. Pepe y Fermina, como cualquier otro matrimonio de Teror: un hombre comprometido, orgulloso de su pueblo, fiestero y gustoso de recibir visitas; y una buena mujer, trabajadora y emprendedora, cuya extensa familia se regó por toda la isla desde las cumbres de Gran Canaria. Fervor, fiesta e isla, compartiendo camino y destino por un día. Eso significan para mí, y creo que para todos, estas fiestas.
Romería
Vivimos en una tierra donde gusta celebrar las vísperas. Posiblemente las citas más importantes en el calendario festivo, las más populares, ocurren el día anterior a la fiesta grande. La víspera del Pino, en Teror, nos preparamos para la romería.
Tal como hoy la conocemos, la Romería Ofrenda es un buen invento de Néstor Álamo y Santiago Santana, ideólogo y esteta respectivamente del régimen impulsado por Matías Vega desde el Cabildo de Gran Canaria. Un invento que ya encara su 75 aniversario y que ha logrado con el tiempo convertirse en referente y escaparate esperado de la fiesta.
Y lo logra, en mi opinión, por dos razones: en primer lugar se desarrolla ordenando y haciendo visible lo que de forma espontánea ya venía ocurriendo desde siglos atrás: la víspera del Pino hay que llegar en romería a Teror, a las puertas de su iglesia, honrar a la Virgen y celebrar que al día siguiente es su gran día, el día del Pino; y de otra parte, porque en cada municipio de la isla encontró personas y personajes que la convirtieron rápidamente en suya, ciudadanos conocidos en su pueblo pero en muchos casos anónimos para el resto de la isla (...)
No podemos borrar de la memoria el desfile de vendedoras de pescado que, capitaneadas por la portentosa voz de Juana, la de Juandetó, abrían la comitiva de Agaete pregonando aquello de «VIVIIIIITAS, de AGAETE».
Ni a la inolvidable Paca Díaz, la de Artenara, en su burro, con su pipa, pidiendo todos sabemos qué a la Virgen cada año… Ni la figura impresionante de Manolito Mayor, pastor de Santa Lucía, que, con su elegancia, su mostacho, sus zurrones y una mirada entre altiva e imperturbable, era capaz de llenar la entrada de esta plaza subido a la carreta.
Y cuántas veces hemos esperado a ver pasar la yunta de vacas que don Pedro Alemán nos traía, orgulloso, desde Firgas para arrastrar la carreta y abrir la comitiva del pueblo. O la que desde Valsequillo nos trae cada año el ganadero Nonito Mayor. En este momento se hace imprescindible mencionar a Manolín (Manuel Ortega) al frente de la carreta del Cabildo desde la Finca de Osorio, en la que ejerce no solo como vigilante, sino como cuidador y mantenedor de un ganado y una tradición que unen a su familia con esta finca desde hace varias generaciones.
Cómo dejar de buscar entre la gente de Moya a Lalita Moreno, experta guardiana de la artesanía canaria. O la figura de Petra Álamo, bailaora de El Hierro, acompañando cada año al municipio capitalino, como también lo hizo durante años Antoñita La Cubana.
No todos ocupan un lugar que alcanza la mirada curiosa de quienes contemplan el desfile de romeros, personajes y representantes públicos. Algunos viven su fiesta previamente. Acompañantes como Ezequiel Ramírez desde La Aldea, ofreciendo de buena mañana «los mejores tomates que vas a probar en todo el año». O Paco Suárez, el de los Cantos, madrugando con la fruta para la carreta del Cabildo. O las figuras de Chanito Llovet, encargado de la barca de Arguineguín, Paco Rodríguez con Mogán, Gustavo Moreno con Gáldar… También aquellos que unen ya su nombre a la de las carretas que durante años han ayudado a poner en pie y decorar: Kike Guerra Laso en Teror, Toni Caballero en Guía, Toni Benítez con Telde, Fernando Benítez para el Cabildo… Vuelvo a cometer el inmenso error de nombrar solo algunos, pero ese es el riesgo de traspasar la responsabilidad a la memoria, ya saben, imprecisa y subjetiva.
Para recibir a los participantes de cada pueblo siempre ha existido una legión de voluntarios y empleados del ayuntamiento de Teror que, año tras año, entablando relaciones casi familiares, acogen cada día 7 de septiembre a sus respectivos municipios de adopción por un día. Todos ellos tienen razones sobradas para unir sus nombres, apellidos o motes a este encuentro anual alrededor de la víspera del Pino: Domingo, el carpintero de San Matías y la carreta de Agüimes; Fernando y Pepe Ortega (Pepe Lola) y Cipri junto a la carreta y la barca de Mogán; los hermanos Kiko y German Grimón esperando por la carreta de Ingenio; Ana y Rita Báez, LolaMari Acosta, Yoly Montenegro, Jacinto, Ernestina, Armando Rodríguez, Vicente Nuez, Felipe, Clara Montesdeoca, Francisco Rubio, Suso Déniz, Manuel Hernández, Raúl Báez, Carmen Morales, Gustavo Sánchez, Fernando, Rosa Delia, Esther Lucía, Antonio Jiménez, Cynthia, Ignacio, Óliver, Carmelo González, Laly, Rayco, Olga Ramos, Víctor Santana, José Reyes, Pedro, Ramón Hernández, Guillermo, Antonio Nuez, Rosa, María Delia, Francisco, Vicky González, Jorge Cárdenes, Bernardo el cartero, José Manuel Ortega, Tomás… Cada una de ellas, cada uno de ellos, tiene una fiesta a sus espaldas que contar cada año.
Cultura y fiesta
Cierro hoy un ciclo de vinculación personal con las Fiestas del Pino que comenzó a finales de la década de los 80 del siglo pasado de la mano de Octavio Arencibia, amigo de la familia, político poco común y terorense sobrado de curiosidad socarrona, quien, como muchos otros, podría estar hoy en mi lugar (...)
En toda la isla corrían tiempos acelerados para lograr que la cultura conquistara el lugar que le correspondía en la actividad de las administraciones locales y se convirtiera en seña identitaria de la isla y de cada municipio. Con mayor o menor acierto, jóvenes gestores culturales y políticos de todo signo reivindican desde sus respectivos espacios mayores esfuerzos y se ponen en marcha múltiples iniciativas.
Desde el Cabildo grancanario se comienza a tejer una red intermunicipal que obtiene muy diversos resultados en función de filias, fobias, entendimientos, desencuentros y capacidades de proyección futura, pero que nos deja un aparato cultural que quedó vinculado a Teror y estas fiestas, de la mano de nombres como el de Fernando Suárez y muchos otros.
«No nos dejemos arrebatar la memoria. Lo vivido, lo pasado, da igual en qué momento y cuán importante fuera, perdura de alguna forma en nosotros»
Estaban en marcha y culminando en esos años 80 grandes hitos para la cultura de este país, y queríamos, todos, subirnos al carro de los festivales especializados, los proyectos novedosos, las publicaciones… Las fiestas eran la excusa perfecta para desatascar inversiones y pensar a lo grande, buscar conexiones internacionales, dar paso a nuevos lenguajes, mejorar la comunicación, crear vehículos de cohesión local abriendo el camino a la participación, expandir la necesidad de cultura más allá de las semanas culturales.
Con el esfuerzo de muchos, el acierto de otros muchos y la participación de nuevas generaciones, en estos años surgen hacia dentro fenómenos como La Parranda de Teror, que establece una suerte de simbiosis con la Banda de Música, que en ese momento comienza su remontada con la labor nunca suficientemente reconocida de don Eusebio Bravo.
Y con vocación de apertura aparece, liderado por un selecto y muy serio grupo de profesores, el modelo inicial para un Festival Regional de Folclore, y surge el Festival Teresa de Bolívar para rendir tributo a la música popular de los lugares históricos de la diáspora canaria, Cuba y Venezuela.
Al mismo tiempo, nombres propios de la fiesta y del municipio a cuyo frente pongo a Pepe Cheo enseñan y dan el paso a jóvenes empleados municipales que, como Chano Martel, Carmen Pérez, y Teo Santana asumen el difícil reto de administrar y atender una intendencia llena de brindis protocolarios, comidas para profesionales, atenciones a los artistas, bocadillos para los voluntarios… hoy sustituidos por las modernas empresas de catering, que nunca podrán superar la atención en el servicio que don Pedro Herrera ponía en el empeño.
Cualquier cambio pasaba por intentar intervenir en un programa de las fiestas mimosa y celosamente preparado por Braulio Guevara, artista polifacético, primer cineasta del pueblo y maestro de casi todo; por hablar y negociar con los encargados municipales, José Antonio González Ravelo, Juan Ramírez, Juan Santana, Paco Montesdeoca…
Tanta gente, conocedora del territorio, el paisanaje y los usos, que dieron paso a jóvenes profesionales que en pocos años tendrán que volver a dar el relevo, es ley de vida. Y en cada cambio es tan importante la experiencia como el empuje renovador, el respeto por lo hecho como la necesidad de avanzar (...)
Ahí comienza para mí un cambio vital y profesional que me lleva de los atriles de mi querida Orquesta a los despachos de la gestión cultural. Allí, en el voluntariado para programar las fiestas, encuentro lo que sería mi profesión hasta el día de hoy, tomando la fiesta como escuela inmejorable, universidad y máster en aquel momento inexistente de lo que hoy es una profesión cargada de sentido, con grandes profesionales como los que actualmente están al frente desde el propio ayuntamiento.
Tuve la inmensa suerte de compartir un cambio de ciclo que llegó de la mano de las fiestas a la cultura. Los tiempos han cambiado, y ya la cultura camina desgajada e independiente de las fiestas; ha logrado imponerse en las agendas sin necesidad de satisfacer la necesaria convivencia festiva.
Pero, por desgracia, en mi opinión, las fiestas, y no solo esta, tienden a oficializarse alejadas del ocio espontáneo que las ha caracterizado en el pasado, y se manifiestan cada vez más en la necesidad y la demanda del ocio programado.
Quizá ha llegado el momento de que, sin injerencias innecesarias y ajenas al hecho festivo, y respetando la necesidad de aprovechar estas fechas para la diversión, la cultura intervenga discretamente y ayude a devolverle a la sociedad, a las personas, la capacidad de fabricar sus propias fiestas. Sin perder su razón principal: celebrar a la Virgen; sin perder ni descuidar las tradiciones, sin dejar atrás la excelencia y el buen hacer, dejemos que las nuevas ideas sustentadas en el uso de la razón, la inteligencia, la confrontación, el estudio y el respeto, la creatividad, el desarrollo intelectual… tengan la importancia que nos merecemos como sociedad rica, orgullosa de su pasado y orgullosa de sus futuras generaciones. Démosle paso a la cultura sin restricciones, como elemento de avance, no de retroceso, y que ayude a cada persona a elegir libremente su modelo de fiesta.
La labor inmensa que Yeray Rodríguez realiza todos los años invitando a parejas de niños de cada municipio a la ofrenda que se hace a la Virgen, poniendo al servicio de la fiesta la literatura de transmisión oral a través de la décima, es un ejemplo de cómo la cultura puede y debe intervenir.
No tengo la certeza de saber lo que ocurre en la caminata de la noche del Pino desde Tamaraceite a Teror, pero me encantaría creer que en algún lugar del camino ya se están dando de manera espontánea o no las nuevas formas de expresión lírica: las improvisaciones, los piques, las controversias raperas, los ritmos derivados del hiphop; y que forman, cada día más, parte de una nueva tradición que nos acompaña hasta Teror. ¿Por qué no una caminata plagada de peleas de gallos durante la noche del Pino? (...)
Final
Cada espacio guarda en su memoria colectiva los personajes que lo han transitado y lo han construido. Habrán notado que este ha sido un pregón cargado de nombres, cada uno de los que he nombrado forman parte de mi historia de esta fiesta. A partir de estos personajes compartidos yo me he permitido otorgar rangos y privilegios para contar mi relato y pregonar la fiesta.
Pero cada uno de nosotros, independientemente de su procedencia geográfica, social o ideológica, puede hacer este ejercicio haciendo entrar en el juego a cuantos personajes considere necesarios, a cuantas personas hayan sido importantes para que cada mes de
septiembre tenga un recuerdo que les traiga a esta plaza, delante de esta Virgen y bajando esta calle. Venga del lugar que venga, participe de la forma que lo haga: la abuela que paga la promesa, el romero que afina su instrumento, el bailador que estrena un traje, el colega que viene caminando todos los años, los amigos del grupo de fitness que han quedado por primera vez, el grupo de WhatsApp del colegio porque ya es tradición, mi yerno que me trajo los turrones…
Todos tenemos una historia que contar, y lo que es más importante, una historia que recordar, y cada relato personal puede convertirse en relato posible y compartido.
Me permito citar al escritor, viajero y político francés del siglo XIX Chateaubriand en su libro Viaje a Italia: «Cada hombre lleva en sí un mundo compuesto por todo aquello que ha visto y amado, adonde continuamente regresa, aun cuando recorra y parezca habitar un mundo extraño». Casi un siglo después, el también francés y antropólogo Claude Levi Strauss aprovecha esta cita en sus Tristes Trópicos para declarar lo siguiente: «De una manera inesperada, entre la vida y yo, el tiempo ha tendido su istmo, fueron necesarios veinte años de olvido para encontrarme frente a una experiencia antigua cuyo sentido me había sido negado y su intimidad arrebatada por una persecución tan larga como la Tierra».
No nos dejemos arrebatar la memoria. Lo vivido, lo pasado, da igual en qué momento y cuán importante fuera, perdura de alguna forma en nosotros. Les propongo que utilicen sus vivencias durante estas fiestas y aprovechen tanto los recuerdos como el presente para vivir, convivir, disfrutar y brindar por lo que fuimos y lo que queremos ser, lo que no queremos perder y lo que necesitamos para avanzar… Demos vía libre a la memoria, a vivir las experiencias, a aprender de las vividas y a entender aquello que nos une.
Porque las señas de identidad de una sociedad no están solo en los símbolos que nos unen ni en seguirlos inconscientemente, sino en compartir: la fe, la vida, los recuerdos, los deseos, las alegrías y las penas… Porque de eso van las fiestas, de recibir y dar en comunidad, cada uno a su manera.
Gracias a la Virgen del Pino, eje central de la celebración para los creyentes y los que no lo son tanto, por darnos no solo una imagen que venerar, sino una razón común para sentir que formamos parte de una misma sociedad, cada uno en su parcela, todas importantes e igualmente necesarias, al menos unos días de cada septiembre.
Antes de terminar quiero agradecer, de verdad, a todos los que me convencieron para escribir este pregón por arrojarme al abismo de los recuerdos y ayudarme a comprobar que mi paso por estas fiestas solo tiene sentido con cada momento que he podido vivir y disfrutar con otros. A Sergio Nuez, José Agustín Arencibia, Angharad Quintana, Obdulia Domínguez y Franklin Cárdenes. A mi familia directa no necesito nombrarla, saben que están en cada línea de este pregón.
Estos han sido mis nombres, los que la memoria trajo a mi mente en este momento de mi vida. No creo que sean ni los más importantes ni los más ilustres, ni siquiera los más significativos. Yo les invito a todas y todos a poner los suyos. En cada rincón de la isla de Gran Canaria hay pregoneros del Pino cargados de nombres y de recuerdos, con una razón de peso para volver a encontrarnos en Teror.
Sean pues bienvenidos, pregoneras y pregoneros del Pino, para celebrar junto a la Virgen que un año más nos vamos de fiesta en septiembre.
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