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Olimpiadas, condones, sexo y literatura
Voces, palabras

Olimpiadas, condones, sexo y literatura

Nicolás Guerra Aguiar

Las Palmas de Gran Canaria

Viernes, 2 de agosto 2024, 22:49

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Durante las Olimpiadas londinenses (2012) se repartieron entre los deportistas 150 000 condones (talla normal) o preservativos (dos tallas más). A la par, la cadena deportiva ESPN recogió las declaraciones de una deportista olímpica: «He visto gente teniendo sexo en público, en los jardines… Los JJ OO son una experiencia única y todos quieren llevarse un recuerdo y el sexo está incluido». Cabe preguntarse, pues, si tal despliegue carnogenital erótico se produjo como fenómeno natural propio de la ardiente juventud o fue a causa de las incitaciones al uso de los forros («¡Póntelo, pónselo!»)

No obstante, estimado lector, no fue en las Olimpiadas de Gran Bretaña donde surgió la feliz idea del profiláctico, sino en las correspondientes de Barcelona (1992): «Como ni de coña habrá voto de castidad, evitemos males mayores». Y así los deportistas, sabios y nobeles en el tema por su propia experiencia (la madre de la Ciencia) y, quizás, también por el estudio en el aula de la tradición literaria europea, consiguieron los tales artilugios relajantes y relajientos.

Pero los puretillas del poder olímpico, próximos algunos a la fosilización, impusieron criterios y límites. Repartieron pocos pues, argumentaron, los Juegos Olímpicos no son casas de citas, lupanares, burdeles, Sodoma y Gomorra, muy al contrario: la presencia de tantos miles de deportistas en Barcelona se debía a lo otro y no al pecado carnal, precisamente. Es decir, estuvieron allí no para competiciones ajenas a lo olímpico sino para las deportivas, aunque bien mirado las primeras también son deporte gimnástico y mismamente rítmico.

¿A qué tradición literaria me refiero? Permítame, lector, dos referencias. Una, las 'Novelas exemplares y amorosas '(1637) de María de Zayas y Sotomayor, la más avanzada escritora española en la defensa de los derechos femeninos. Sumo su denuncia ante el desprecio y la infravaloración que ellas recibían del macho ibérico. Así, dice don Fadrique en ¡El prevenido engañado': «Si ha de ser discreta una mujer, no ha menester saber más que amar a su marido, guardarle su honor y criarle sus hijos, sin meterse en más bachillerías». (No, la acción no se desarrolla en la España franquista.)

Frente a tal impuesto sometimiento, algunas ejercen su libertad sexual como los varones. Es el caso de la joven que, como el mayor de sus tesoros, esconde en el establo a un amante negro bien fornido y escrupulosamente dotado. O la otra, la que ve a un desconocido desde el balcón y lo desea para el colchón: su volcánica pasión le acelera el corazón y lo persigue. Cual dama desarretada corre tras él, loquita de su juicio, desagalladita, saltándose en arrebatador frenesí los principios religiosomorales ajenos al sexo masculino («¿Nuestra alma no es la misma que la de los hombres? Por tenernos sujetas desde que nacimos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros almohadillas»). Erotismo latente, pues, con especial atención a los deseos sexuales femeninos.

Fines y técnicas (ejemplaridad, diálogos) no son originales de doña María, pero sí su valentía en la fanática España del XVII. Valgan como ejemplos dos paralelismos con dos grandes genios. Uno: Cervantes es autor de 'Novelas ejemplares' («Heles dado el nombre de ejemplares […] no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso»). Otro, 'El Decamerón' (siglo XIV), novela del italiano Boccaccio, nace por reuniones entre adultos encerrados a causa de la peste. 'Novelas exemplares'… se justifica por el encierro a causa de calenturas (no inicialmente eróticas), paludismo o malaria. Por tal coincidencia la obra fue conocida como 'El Decamerón español'. (Por cierto: la Santa Inquisición –varones, solo varones- actuó en el siglo XVIII contra ella y prohibió sus reediciones.)

El segundo ejemplo de la tradición literaria arriba apuntada es 'Tragicomedia de Calisto, Melibea y la vieja puta Celestina' (1499), más conocida como 'La Celestina'. Ya desde el acto I adelanta Celestina el tema sexual en su conversación con el jovencísimo Pármeno, algo disparatadillo (¿pansexualismo freudiano?) según la sabia vieja: «Que la voz tienes ronca, las barbas te apuntan. Mal sosegadilla debes tener la punta de la barriga». Punzante observación confirmada por el ardoroso joven: «¡Como cola de alacrán!». Y concluyente sentencia en boca de la protagonista de la novela dialogada: «Y aun peor, que aquella muerde sin hinchar y la tuya hincha por nueve meses».

Así, y como se trata de una noble, sana y pura rivalidad deportiva, la correspondiente sección sobre recatos y pudores de los actuales Juegos Olímpicos -París, 2024- («Por una moral olímpica: a la juventud lo que es de la juventud») presume de haber superado a los de Londres (2012) en número de fundas, gomas, forros, profilácticos, préservatifs, condoms, preservativi, kondome… entregados.

En el París de Francia (ácrata, libertaria, revolucionaria cuando es menester) se repartieron 300 000 unidades frente a las 150 000 del Reino Unido (más austero, sobrio y frugal, ancestral influencia de la moral victoriana aún dominante). Fueron sus agraciados 9000 directos participantes y 5000 acompañantes los cuales (las cualas), además, gozan también de gratuitos geles íntimos, lubricantes, vaselinas… para mejores compenetraciones de las parejas.

Pero en los correspondientes a Río de Janeiro (2016) la pasión sexual (¡puñetero clima brasileiro!) se previó mucho más dislocada, alocada, disparatada, rabiosamente carnal, superpecaminosa: se repartieron 500 000. Por lo cual, señalaron, «A cada residente le corresponderán 21 condones para un evento que dura 17 días».» («¡Maligna racanería!», vociferaron algunos. Y el más recatado, prudente y juicioso macho sementalísimo sacó cuentas: ¡los 21 solo le dieron para dos días y ocho horas a pesar de haberles dado tres vueltas a cada uno al final de otros tantos servicios o emulsiones volcánicas, ditoseadiós!). Varios hicieron su julio: revendieron los sobrantes en clandestinas ofertas pues, derrotados los primeros días (como deportistas, claro), tuvieron que retornar a sus países.

Y como estos franchutes son espabilados, racionales y muy científicos (nuestro primer antropólogo, doctor Chil y Naranjo, estudió Medicina en la parisina Sorbona), tuvieron también en cuenta todas las cuestiones científicas como, por ejemplo, talla y grosor de los tales artilugios. Así, su volumen es de 0,056 mm (algún fantasmilla habrá que denuncie la dificultad para encajarlos en enhiestos voladores) y se fabricaron en distintos tamaños pues «Un preservativo más grande puede ser más cómodo pero uno más pequeño puede intensificar las sensaciones. Lo importante es sentirse a gusto y que el preservativo no se te deslice». (Por cierto: el Diccionario define el término 'franchute' como «adjetivo - sustantivo despectivo», pero lo uso como palabra impuesta coloquialmente, sin ánimo de ofensa.)

En concluyendo: aunque parezcan sopladeras, estimado lector, coincidirá usted conmigo en que desde tempranas edades la gente menuda ya sabe 'la tira' sobre los tales artefactos de la foto. ¿Responsables? Los rojos progres, claro, pues deforman las virginales mentes infantiles y de primeras juventudes con la diabólica educación sexual en lugar de ensalzarles la abstinencia moralizante. Y los vertederos parisinos serán puro cromatismo tras la finalización… de los JJ OO. Pero siempre quedará la gloria para España: la olimpiada condonilada fue iniciada en tierra española. (¡Vivaspañaaaaa!)

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