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Mundos paralelos
¿Te lo imaginas?

Mundos paralelos

Miguel Ángel Rodríguez Sosa

Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 12 de septiembre 2024, 22:55

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Es una obviedad, pero es bueno recordar que el simple hecho de que hayas nacido en tu familia y no en otra, en este país y no en otro, en este continente y no en otro, en este momento y no en otro, ha marcado por completo tu vida. Estos pequeños 'detalles', que no elegimos, crean un abismo que nos separan de las realidades de los demás y definen en gran medida quienes somos y cómo viviremos.

Otro gran abismo lo marca el poder adquisitivo. Si tienes suficiente dinero podrás cubrir, sin preocupaciones, todas tus necesidades y deseos. Podrás elegir la casa que quieras, vestirte como te gusta, comer lo que prefieras, cambiar de coche cuando lo necesites, disfrutar a lo largo del año de numerosos viajes, actividades deportivas, culturales, o salir de fiesta o a comer a buenos restaurantes sin pensártelo dos veces. El dinero no sería un problema, ya que te daría seguridad y la libertad de poder planear tu futuro con tranquilidad.

En cambio, si tuvieras una situación económica precaria, serías una de esas muchas personas que luchan por llegar a fin de mes. Cubrir lo básico o pagar las facturas, serían tus 'deportes de riesgo'. Aunque el coche estuviera cayéndose a cachos, no podrías permitirte uno nuevo. Comprar lo que te gusta en el supermercado sería un lujo, y salir a cenar fuera sería algo reservado para ocasiones muy especiales. Vivir con lo justo significa vivir con la incertidumbre de no saber si podrás cubrir todas tus necesidades.

Para quien vive en la abundancia, las decisiones no se ven afectadas por la urgencia, sino por las preferencias, ya que pueden elegir entre múltiples opciones. El dinero se convierte en un medio para alcanzar sueños, explorar el mundo y construir una vida de confort.

Para quienes viven con lo justo, las decisiones se toman bajo presión, con la necesidad de priorizar lo esencial sobre lo deseado. Cada euro cuenta y cada gasto se mide cuidadosamente. Viven constantemente con estrés, lo que limita las posibilidades y estrecha los horizontes.

Las personas con estabilidad económica ven sus relaciones como una oportunidad para compartir, crear vínculos y disfrutar de la vida con los demás. Esto les da acceso a grupos sociales más amplios, donde tienen más oportunidades para crecer tanto personal como profesionalmente.

La precariedad económica a menudo genera aislamiento. Las limitaciones económicas pueden llevar a la exclusión de ciertos entornos sociales, donde el costo de participar es demasiado alto. La constante preocupación por el dinero puede también erosionar la autoestima y llevar a la sensación de que la identidad está definida por la falta, por lo que no se tiene en lugar de por lo que se es.

A pesar de estas profundas diferencias, hay algo que une a ambas realidades: la humanidad compartida. Al final del día, todos somos seres humanos que anhelamos amor, seguridad y felicidad.

Con esta reflexión no pretendo hacer un lamento por la desigualdad, sino una invitación a la empatía y a la acción. Reconocer estas disparidades es el primer paso hacia la creación de un mundo más equitativo, donde las oportunidades estén más igualmente distribuidas y todos podamos aspirar a una vida digna.

Es fácil juzgar sin entender, pensando que los problemas de alguien con dinero son simples o que quien vive con poco no se esfuerza lo suficiente. Pero si nos tomamos el tiempo de reflexionar, escuchar y comprender las situaciones de los demás, podemos empezar a reducir esa distancia, no solo en lo económico, sino también en lo humano.

Es curioso, pero a veces, las personas que tienen más dinero no son las más felices. De hecho, muchas veces, cuanto más tienen, más vacías e insatisfechas se sienten, incapaces de encontrar algo que realmente les llene.

A menudo se piensa que la riqueza corrompe o que la pobreza ennoblece, pero la verdad es que ni todos los ricos son malas personas ni todos los pobres o trabajadores son buenas personas; la ética y la moral no tienen que ver con el dinero, sino con las decisiones y los valores individuales.

Mi experiencia, habiendo vivido en ambos extremos, me ha enseñado que la verdadera felicidad se encuentra en la sencillez, en valorar lo esencial y vivir con humildad. Disfrutar de las pequeñas cosas y ser agradecido me ha ayudado a sentir que ahora mi vida es plena.

La verdadera riqueza, para mi, no está en lo que poseemos, sino en cómo nos conectamos con los demás. Y es que cuando actuamos con empatía, todos nos volvemos un poco más ricos.

¿Te lo imaginas?

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