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El precio de los alquileres o de venta de las viviendas, la falta de recursos en la Sanidad que alarga las listas de espera en algunas especialidades hasta la eternidad, los problemas con las matemáticas y la comprensión lectora que arrastra el alumnado español, la altísima tasa de pobreza infantil en nuestro país, la gentrificación que campa a sus anchas en unas ciudades cada vez más turistificadas, el sistema de dependencia, que sigue sin despegar, los recortes en los presupuestos de servicios sociales, los bajos salarios y las dificultades para la conciliación, la discriminación por ser mujer o por la orientación sexual, el edadismo… Ninguno de estos temas copan la preocupación de la ciudadanía española, según la última encuesta del CIS. El problemón de España es «la inmigración».
En distintos artículos se preguntan estos días periodistas, sociólogos y personas expertas en datos por las razones que han hecho que la inmigración sea percibida como el problema más acuciante que tiene España en estos momentos. Que quizás sea porque en ocho meses han llegado a las costas españolas 31.000 personas. Que a lo mejor es por «el bombardeo» en los medios de comunicación. O que quizás es porque se ha tomado conciencia de la «crisis migratoria» en las islas, que al parecer soportan la llegada a los aeropuertos de 500 vuelos con sus 50.000 turistas en un fin de semana, pero no que arriben 600 personas a las costas.
Llama la atención que, con todo, no surja una causa más en ese debate. Que no se mencione la palabra que parece prohibida: racismo. Y es que, a lo mejor, resulta que somos racistas, que no todos los «otros», como decía Kaváfis, son «bárbaros», palabra gruesa que le reservamos a quienes tienen un tono de piel más oscuro que el Pantone «blanco»: árabes, negros, pakistaníes… España no ha colapsado por acoger a 40.000 niños y niñas de Ucrania y nunca se informó en goteo mediático cuántos llegaban cada día. El racismo se construye con los mensajes de los Alvises, Feijós y Abascales, pero también con la inoperancia de los Marlaskas, los Sánchez y los Clavijos.
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