Rabolleva, rabolleva, quién no se lo quita siempre lo lleva», reiteraban, una y otra vez, voces infantiles, cantarinas, sonrientes, llenas de inocencia alegre y sin acritud alguna, en estos últimos días del año, pero muy en especial en ese 28 de diciembre que tan arraigado ... estuvo en el corazón, asombrado, cordial e inocente, de mayores y 'peques'. «Rabolleva», esa «hierba silvestre que produce una pequeña espiga que se adhiere fácilmente a las ropas», pero que, por estos días de alegres inocentadas, también se convertía en una tira de trapo que, por burla, se le prendía por detrás del vestido a una persona, aunque también podía ser la tradicional 'maza', ese muñeco recortado en papel que se cuelga en la espalda, entre griteríos de 'inocente, inocente', el día de los Santos Inocentes; unas 'mazas' que representaban a espíritus etéreos, seres de aire o viento, similares a hadas o duendes, que se creía que, en estos últimos días decembrinos, rondaban por todas partes, silenciosas y traviesas, mofándose de la gente demasiado inocente, escarneciéndola o preocupándola.
Unos días alegres, pletóricos de ilusiones e inquietudes en los que, como recordaba a finales del siglo XIX el cronista Domingo J. Navarro, sin «acordarse del pasado, sin cuidarse del porvenir, sin conocer el valar de los recreos sociales, gozaban con pacífica beatitud las distracciones que les proporcionaban algunas fiestas anuales», pues en «toda la temporada de pascua estaba la ciudad día y noche atormentada con los ranchos de cantadores, que cantaban romances con panderos, repiqueteo de asadores, sonajas o cascabeles, bajo el pretexto de pedir para las ánimas benditas». Un entorno vivencial en el que arraigó una de las tradiciones más populares y divertidas de la Navidad, el día de inocentadas y de inocentes, que se celebra cada 28 de diciembre y que, durante ese día, está permitido gastar bromas, para lo que también se hizo habitual comprar artículos graciosos en mercadillos navideños.
El memorialista José Miguel Alzola, allá por las décadas centrales del siglo pasado, reseñaba como se trataba de «bromas, pero no tan sangrientas e irreverentes, que se daban y se siguen dando el día de los Inocentes a familiares, amigos y vecinos. Los periódicos, cada año, inventan noticias bastante verosímiles, adobadas con fotografías trucadas que, de momento, no suelen levantar sospechas en el lector. Una antología de estas bromas de la prensa canaria causaría sorpresa y regocijo, pero ocupa ría demasiado espacio». Recuerdos de un tiempo y unos usos que, en buena medida, ya pasaron y no sólo no se dan, sino que quizá ni se entenderían en la hora actual.
Una tradición que tiene un origen algo confuso y doble, pero poco comprensible para una celebración que resultó predominantemente infantil, festiva y jocosa. De un lado las fiestas que en la antigua Roma se dedicaban al dios Saturno, las 'saturnianas', en las que hasta los esclavos tenían más libertad, y esto les permitía gastar bromas de toda clase. Una celebración inserta en la tradición de fiestas de inversión y transgresión del invierno, que comienzan con 'los Nicolás' y culminan con el 'carnaval'. De otro, el relato bíblico de aquel rey Herodes que ordenó matar a todos los niños de menos de dos años para deshacerse del pequeño Jesús de Nazaret. Pero, las tradiciones y costumbres populares de los últimos siglos, en el entorno del cristianismo trocó este pasaje macabro y convirtió en 'inocentes' a todos los ingenuos que llevan un 'rabolleva' o una maza en la espalda, o aquellas personas que se creen las historias que les explican el 28 de diciembre, entre la general risotada de quienes les observan y se ríen de ese momento de ingenuidad.
Aunque también la Iglesia, de forma oficial, recuerda esa 'matanza de inocentes' y la rememora en su liturgia del 28 de diciembre. Lo que no debe confundirse con estas bromas populares, que con tanto desenfado practicaban monaguillos y niños cantores de la Catedral de Canarias allá por los siglos XVII y XVIII, y que motivo que el propio Cabildo catedralicio, el 10 de enero de 1749, como recogió el lectoral José Feo y Ramos, allá por 1933 en la Revista de El Museo Canario, dispusiera prohibir «de forma tajante las inocentadas y se manda que de hoy en adelante las vísperas y el día de los Santos Inocentes y su calenda se cante y oficie según su rito, sin que en cosa alguna se haga mutación ni desorden con pretexto de inocencias, así por los sochantres y músicos como por todos los mozos de coro de esta santa iglesia, sin que en él se altere la compostura con que deben estar; ni que inviten a algunos de fuera a entrarse en él o en la capilla mayor a hacer sus jocosidades».
Sin duda, el Día de los Santos Inocentes es, desde tiempos inmemoriales, un día de celebración popular, y si no toda la población la práctica, sí que hay un ambiente, un aire bromista y divertido, incluso, en muchos lugares, con actividades más formales que llegan a recaudar fondos para fines benéficos, algo que desde hace algunos años también se ha extendido a algunos medios de comunicación, en especial las televisiones. Un día en el que también se debe pensar en los más pequeños, que son el origen de esta conmemoración. Pero ¿qué significa ser inocente hoy?, ¿cómo se pueden y se deben entender, o malentender, las 'inocentadas' en la sociedad actual, llena de 'fakes', de bulos y tergiversaciones, en especial en ese gran medio de comunicación -o ¿mejor, 'des comunicación' social? - que son las denominadas 'redes sociales', en las que mucho de lo que ocurre parece una ininterrumpida 'inocentada' ?, ante lo que nos debemos preguntar ¿hasta qué punto somos unos impenitentes 'inocentes' a los que nadie les ríe las inocentadas que sufrimos a diario?
El DRAE habla de inocente como libre de culpa, como un 'estado del alma libre de culpa', y de una carencia general de culpabilidad con respecto de cualquier clase de crimen, de pecado, de picardía, de malicia o mala intención. Y al recordar las verdaderas ausencias de malas intenciones o acritudes en aquellos sonoros griteríos de 'rabolleva, rabolleva…', también se puede pensar en la existencia de un estado de desconocimiento, donde se da una menor experiencia entorno a lo que acontece. Más, frente a un estado de 'ignorancia', el de 'inocencia' se ha tenido siempre como algo positivo, que conlleva una mirada feliz y positiva del mundo, y que deviene de una falta de maldad. Quizá por ello Alzola, en sus memorias navideñas grancanarias, habla de la «vieja y entrañable costumbre la de la inocentada que, por unos instantes, nos hace a todos ingenuos y juguetones, como si fuéramos otra vez niños».
Cada 28 de diciembre celebramos y disfrutamos de inocentadas, nos sentimos 'inocentes'. en el más ingenuo y grato de los sentidos de nuestras tradiciones, pero seamos también muy consciente de la inocentada que puede suponer ser inocentes hoy. Pensemos que en el origen de tan festiva celebración hay unos hechos muy trágicos, la matanza de unos verdaderos inocentes, o la situación de unos esclavos, que distraían su enojosa realidad con ciertas bromas y risotadas por unos días.
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