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EFE
A Dios rogando...
Opinión

A Dios rogando...

Andrés Odeh Moreno

Las Palmas de Gran Canaria

Jueves, 22 de agosto 2024, 22:59

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En la adaptación al cine de la novela 'La colmena' de Camilo José Cela, dirigida por Mario Camus en 1982 y que contó con la participación de los mejores intérpretes españoles de la época, hay escenas conmovedoras donde se reflejan de forma magistral las miserias de la España de la posguerra. En una de ellas, el personaje que interpreta Paco Rabal le dice al joven poeta que se sienta a su lado en el Café de doña Rosa (José Sacristán), para expresar que le invita a pesar de «no contar con la 1,50 precisas para pagar este brevaje», que «Dios proveerá, y eso se lo dice un agnóstico».

Creyentes o no, encomendarse a dioses, santos o cualquier ente que interceda por nosotros en momentos de apuro forma parte de nuestro lenguaje y es una herramienta de uso habitual. Igual que ocurre con los refranes, esas fuentes de sabiduría popular cuyo origen a veces se pierde en la noche de los tiempos, no encontramos en ocasiones mejor ejemplo para explicar una situación que uno de estos aforismos, corto, claro y al que sobra cualquier añadido.

Y es una de esas citas bíblicas la que me viene a la cabeza más de una vez cuando, en cualquier asunto cotidiano, me enfrento a las vicisitudes que tengo que vivir como usuario. Sean públicos o privados, los consumidores tenemos que sufrir a diario auténticos atentados contra la correcta atención y la buena praxis en muchos de los servicios que solicitamos. Considero que todos, antes de iniciar nuestra jornada laboral, deberíamos tomarnos unos minutos para meditar, relajarnos y prepararnos para afrontar con el mejor ánimo nuestras obligaciones. Dar un buen servicio a nuestros clientes, con una sonrisa si es posible, debería ser una norma de obligado cumplimiento. Porque, aunque parezca una máxima que damos por sentada, la realidad por desgracia a veces es bien distinta.

Vaya por delante mi consideración a los grandes profesionales que son mayoría, en todos los ámbitos, y que dignifican con su esfuerzo el trabajo diario; también censuro con mi rechazo a empresas y administraciones que contribuyen, con sus condiciones o con su trato, a ponerles las cosas difíciles a los empleados que intentan dar lo mejor de sí mismos. Pero creo que ante cualquier situación desfavorable, aunque sea de índole personal, debería dejarse al margen al consumidor que paga por un servicio. Ya sé que parece fácil, y que una cosa es la teoría y otra la práctica.

Un mal día lo tiene cualquiera, evidentemente, y eso debe respetarse. Lo que no me parece aceptable es que haya personas que convierten cada jornada en un suplicio; aunque sea por puro egoísmo, harían bien en tomar cartas en el asunto ellos mismos o, en su defecto, sus responsables. Hay ocasiones en que me veo llegando contento a casa por el simple hecho de haber sido atendido correctamente en algún lugar. ¿No tendría que ser esto lo normal?

Es un deber de cada uno, desde nuestras diferentes posiciones, batallar para que se reconozca nuestro esfuerzo y se respeten las mejores condiciones donde desarrollar nuestro trabajo. En cambio, no me parece de recibo que, ante cualquier dificultad, bajemos los brazos y carguemos sobre el usuario nuestro descontento.

Yo, que soy agnóstico como el personaje de Paco Rabal, no puedo evitar acordarme de San Bernardo y apelar al esfuerzo cuando se presentan problemas. Y, al que se coloca tras una ventanilla o mostrador, igual que al carretero al que se le rompió la rueda y le pidió al santo que solicitara ayuda divina, decirle : «Yo rezaré a Dios, pero vos id dándole con el mazo…»

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