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Ángel Pinedo no lo tiene nada fácil a la hora de moverse por La Feria, el barrio en el que ha residido la mayor parte de los 50 años que han transcurrido desde que recaló en Las Palmas de Gran Canaria por trabajo y decidió convertir esta ciudad, tan alejada de su Orduña natal, en su hogar.
Sus 90 años -«91 el 1 de diciembre», como le gusta recalcar- y la silla de ruedas que sus problemas de movilidad le obligan a usar para sus desplazamientos no son barreras sencillas de salvar.
Sin embargo, el mayor de sus problemas es externo y lo provocan aquellas personas que no tienen en cuenta a esas otras para las que, como le ocurre a este nonagenario, acometer tareas tan rutinarias como salvar el bordillo de una acera les supone un obstáculo inasumible.
Ángel depende de la ayuda de amigos como Carmelo Cormenzana, que vasco como él, no duda en pasar largas temporadas en la isla y así acompañar y velar por alguien al que conoció siendo apenas un adolescente y con el que trabó una amistad para toda la vida.
Carmelo reconoce que se enerva cada vez que salen a Diego Betancor Suárez, la calle de este núcleo poblacional de la parte alta de la ciudad en la que reside Ángel, para acudir a echar una café en un establecimiento cercano o bien coger la guagua para ir a por sus churritos mañaneros en La Madrileña, en pleno parque de Santa Catalina, o para dar un paseo por Las Canteras y tomar el aperitivo después.
Por eso no ha dudado en respaldar a su amigo a la hora de denunciar públicamente en CANARIAS7 una situación que cree merece tener respuesta por parte del Ayuntamiento capitalino.
«Al final no te queda otra que ir por la carretera», explica Carmelo contrariado por los obstáculos que reiteradamente conductores que califica de incívicos le ponen a personas como Ángel, que no tienen alternativa para desplazarse con su silla de ruedas.
Dice que cada día se enfrentan a los mismos problemas y que en más de una ocasión sus causantes son los propietarios de unos coches que repetidamente estacionan sobre las aceras, en los pasos de peatones o en las paradas de guaguas sin calibrar el modo en que su acción afecta a otras personas con movilidad reducida o a quienes han de llevar un carrito de bebé.
«Dejan los coches en zonas en las que no podemos pasar con la silla y al final tenemos que ir por la carretera porque si no, no hay forma», dice Carmelo consciente del peligro que esta acción implica tanto para Ángel como para él mismo.
Apunta que lo mismo sucede cuando tratan de subir a la guagua y hay coches estacionados indebidamente en la parada. Pues como el chófer no puede entrar para recoger al pasaje, se para en medio de la carretera, lo que implica que la rampa que despliega para que suban las sillas de ruedas «no se apoya sobre la acera, sino que queda en el aire y tienen que ayudarme a subir a mi amigo».
Señala que la gente «es servicial y muy maja» y siempre hay quien le echa un cabo en esta tarea, pero lo que él reclama es que esto no sea necesario y que los vehículos respeten las zonas en las que no están autorizados a aparcar.
Asegura que en las proximidades de la parada del número 39 de la calle Diego Betancor Suárez, que es la que este par de amigos utiliza habitualmente, hay un aparcamiento con «unas 70 o 80 plazas».
«Esto es una locura», corrobora Ángel, que no deja que estas dificultades apaguen su buen carácter y sus ganas de bromear.
Sin embargo, eso no quita para que reconozca que si no fuera por Carmelo, le sería imposible transitar o salir de paseo. «Sin él, yo no podría salir», afirma.
Mientras estos dos amigos realizan sus desplazamientos habituales por La Feria, van mostrando las zonas más comprometidas en lo que a movilidad se refiere.
«Vamos, atleta», le dice Carmelo a Ángel en tono cariñoso mientras trata de guiar la silla y se topa con esquinas que no pueden cruzar, espacios tan estrechos entre vehículos por los que a duras penas puede pasar la silla de ruedas o rebajes de aceras que quedan fuera de su alcance debido a un coche que se encuentra estacionado sobre ella.
Durante ese recorrido en horas de la mañana se encuentran con otro vecino, también en silla de ruedas, que va con su cuidador, quien certifica cada una de las quejas expresadas por Ángel y Carmelo, pues ellos viven las mismas circunstancias adversas para transitar por el barrio.
Carmelo está convencido de que la problemática que expone, y que ya ha denunciado al Ayuntamiento, tendría solución si la Policía Local aplicara la normativa. Y es que señala que como no se sanciona a los infractores, estos repiten estas acciones una y otra vez.
Aclara, en cualquier caso, que su objetivo no es que multe a estas personas, pero sí que se retiren aquellos vehículos que supongan un problema para que transiten libremente los peatones en general y las personas con movilidad reducida o con carritos infantiles, en particular.
Carmelo explica que a estos obstáculos se suman defectos que presentan las aceras, «que tienen levantados los adoquines» y dificultan el paso de la silla, lo que les ha generado algún susto.
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