Bar Mis abuelos, el tapeo imprescindible en Morro Jable
Gastronomía ·
Manolillo Francés empezó trabajando en el bar de sus abuelos a los 14 años en una Jandía que despertaba al turismo. La distinción del 'Solete' de la guía Repsol le cayó sin esperarlo
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Con 14 años y pico, Manolillo Francés Saavedra dejó el colegio y empezó a trabajar en el bar de sus abuelos. A punto de cumplir los 59, sigue en la misma ocupación, en el mismo lugar de la avenida del Carmen de Morro Jable y rindiendo homenaje a sus abuelos a través del nombre del local. El 'Solete' de la Guía Repsol 2024 le llegó de sorpresa, cuando a las 6.30 de la mañana se levantó para ir a preparar las tapas de su negocio.
Hasta su nombre tiene que ver con aquel primer bar de sus abuelos en el Morro Jable que empezaba a vislumbrar el negocio turístico. «Mi abuelo se llamaba Manolo, mi tío también Manolo y yo, que apenas tenía 14 años y pico, pues me quedé Manolillo por ser el más chico».
Pues eso, Manolillo (Morro Jable, municipio de Pájara, 1965) confiesa que «no me gustaba la escuela, tres años duré». El colegio era la entonces escuela-hogar de Puerto del Rosario, a cien kilómetros de distancia de Morro Jable para ir y otros cien para volver, donde estaba internado, «y me quemaba toda la semana allá arriba, pensando todo el día en Morro, en la playa y en los amigos que dejaba aquí debajo».
Así que se puso detrás de la barra del bar de sus abuelos que regentaban sus tíos Manolo y Luciano Saavedra. «Fregaba un vaso, servía un ron a los marineros» en un local desde donde entonces -y ahora deja Manolillo entrar a la nostalgia- veía a los barcos varar en la playa cargados de pescado, se arreglaba allí mismo y se traía en canastas hasta el bar donde se preparaba, más fresco imposible, a aquellos primeros clientes.
Ellos, los clientes del Morro Jable de 1979 y los años siguientes de la década de los 80 del siglo XX, eran sobre todo alemanes en invierno y canarios en verano. «En el bar antiguo, el pescado fresco era el plato principal: frito, en caldo».
Pasaron los años, los marineros dejaron de varar los barcos en la playa, murió primero su abuelo en 1991 y después su abuela en 1995. Manolillo se casó con Inma Torres Martínez (Valle de Tarajalejo, 1969), que se incorporó al bar familiar.
Negocio propio desde agosto de 2001 en el mismo solar
Y llegó el año 2000 con un nuevo milenio. «Se botó la casa de mis abuelos al suelo, se construyó un nuevo edificio con cinco locales y a mi madre le tocó el número 4. Hablé con ella y mis hermanos y abrí un bar». Cómo no, se llamó Mis abuelos, que están presentes también en foto en el local situado en el mismo solar.
Fue el 23 de agosto de 2001 cuando empezó a servir las primeras tapas porque Manolillo tenía claro que iba a ser un local de tapeo. «A más tapeo, más variedad de comida, sin olvidarme del pescado fresco, de la carne de cabra, ni del potajito. Eso sí, con dos tapas, quedas bien».
Manolillo, con su mujer Raquel en los fogones, empezó a tener más clientes, más comida, «y entonces contraté a un hermano mío que el pobre ya falleció. Luego metí a mi hija Raquel». También dejó de servir desayunos, «porque aquello era imposible: o los bocadillos de la mañana o el menú de las tapas del mediodía. No podíamos con todo».
Y el horario quedó de martes a sábado, de 11.30 a 16.00 horas, aunque muchos días tiene que decir que no hay más mesas desde las 14.00 de tanta gente. En realidad, llegan al bar a las 7.30 queda mañana y comienzan a preparar marido y mujer las tapas. Igual por la tarde cuando cierran, dejando todo a punto para la siguiente jornada. «A veces me vienen clientes de hace 40 años, que me conocen de cuando era joven».
Como hace 40 años, cuando empezó con sus tíos Manolo y Luciano, el cliente «se gasta bien el dinero», sostiene Manolillo. El turista alemán, siempre pide más las gambas al ajillo. El canario, la ropa vieja y la carne de cabra. El peninsular, los tacos de pescado. «Pero ninguno le hace ascos a un potajito de berros o de verduras, a los churros de pescado, a todo».
El galardón del 'Solete' de la Guía Repsol 2024 a los locales con arraigo y tradición le llegó temprano. «No sabía nada, abrí el teléfono y me entró la noticia. Luego empezó a llamarme todo el mundo para felicitarme».
Con distinción y todo, cierra esta semana para coger «diez diitas» de vacaciones. «Trabajar sí, pero quitarse la vida, no». Y se va con una de ropa de vieja de pulpo para la mesa 5, mirando por encima de las gafas.
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