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Hay un momento en 'Cómo cazar a un monstruo', el documental que Carles Tamayo ha dirigido para Prime Video, que hiela la sangre. A sus 76 años, Lluís Gros Martín, sentenciado a casi 24 años de cárcel por varios casos de abuso sexual a menores, aún lleva una vida plácida en su casa. Varios recursos médicos interpuestos por su abogado han retrasado su entrada en prisión y el exprofesor y antiguo responsable del cine La Calàndria, en El Masnou, que se declara inocente y niega los hechos 'ha convencido' a Carles para contar su historia y su verdad.
Así que el director pasa buena parte del tiempo en la destartalada casa del sujeto, donde graba inicios en falso, recoge con su cámara un desorden patente, con media docena de multas que se acumulan en el recibidor, y se gana la confianza del criminal. Apenas han pasado 25 minutos cuando Gros, un narcisista con un ego descomunal, reconoce que está dándole clases a un chico. «No nos conocemos físicamente, solo por móvil. Le estoy dando clases sobre 'La divina comedia', de Dante Alighieri. Ahora le estaba diciendo que lea el libro de 'El cantar de los cantares' de 'La Biblia'. Es que es muy erótico, la parte más erótica de 'La Biblia'», dice con una sonrisa de diablillo y una naturalidad pasmosa.
Justo cuando Tamayo pregunta por su edad, Gros recibe una llamada, la cara se le ilumina y su registro coloquial cambia por completo. Ahora parece un chaval de quince años. «Tío, me harté de risa cuando el profesor de historia te bajó la nota porque hiciste faltas de ortografía. No me haces caso, yo te envío cosas y no te las miras, cabrón», le espeta a Osman, alumno de un instituto en Málaga, que se encuentra rodeado de varios amigos en casa. Gros le explica que tiene una exalumna que se casó «con un moro» y que hay un montón de mujeres que lo hacen porque «tienen una polla de medio metro». También le invita a leer «cómo tenía la polla Fernando VII» y luego señala que todos los borbones «son puteros» y que «se tendría que abolir la monarquía y ponerme a mí».
Puede parecer que el pederasta se ha olvidado de las cámaras, de los micrófonos y de que Carles está ahí, tomando nota. Pero no es así porque Gros incluye al cineasta en varias ocasiones durante una conversación que se va enturbiando por momentos. «Escucha, ¿por qué no hacemos una videollamada y así te veo, Axel?», le dice a otro de los compañeros de Osmán. «Eres más guapo tú que el Osmán. Ya te pasaré fotografías de cuando tenía tu edad y treinta años», afirma antes de invitarle a Barcelona y de pedirle que abra el plano para mostrarle a Sofía, otra amiga. «Soy profesor y tengo que ver las caras de los alumnos», pone como excusa.
Para entonces resulta ya casi imposible apartar la mirada de un documental arriesgado y valiente, empeñado en mostrar la impunidad de un depravado sexual y del sistema que lo protegía, y las consecuencias de sus atroces actos, dando voz a las víctimas. Según ha comentado el propio Tamayo, han sido ellas quienes han puesto las líneas rojas a la hora de elaborar estos tres episodios sobresalientes, que retuercen constantemente las reglas del 'true crime' y evitan conscientemente el sensacionalismo y la frivolidad de los que a menudo hacen gala este tipo de formatos.
No fue difícil para Tamayo ganarse su confianza a lo largo de los tres meses que duró la producción porque ya se conocían. El Masnou es la localidad natal del realizador, graduado en Dirección Cinematográfica por la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña. Apasionado del cine, la radio y la televisión, Tamayo hizo sus primeros cortos siendo un chaval y el propio Gros había proyectado sus piezas en la sala que regentaba. Es fácil imaginar la ilusión con la que Tamayo afrontó aquellas primeras 'premieres' -sus padres lo corroboran en el documental-, pero también el mazazo que recibió cuando los oscuros secretos del dueño de La Calàndria salieron a la luz. Cuando en 2021 la Justicia declaró culpable a Gros de varios abusos sexuales a menores cometidos entre 2007 y 2011, en sentencia firme, el pederasta creyó haber encontrado un aliado para lavar su imagen.
Nada más lejos de la realidad. En sus pesquisas Tamayo descubre más casos de abusos entre los setenta y los noventa, habla con las víctimas -algunas, incluso, se encaran con el abusador-, recoge el día a día del criminal, descubre su ingeniería fiscal, nada avanzada, para evitar hacer frente a las indemnizaciones y a las multas, sus intentos de borrar su huella en internet, y logra encarcelarle en un último capítulo trepidante, un ejercicio de tensión fascinante, más cerca de un thriller de ficción que de un documental, pese a mantener siempre el rigor. Todo ello con una puesta en escena fresca y novedosa, que remite a YouTube, y que parece querer romper las normas de la televisión.
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