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Fue en la tarde del pasado sábado, estimado lector, cuando Nelly Mesa Estévez (entrañable compañera de carrera en la Universidad lagunera) me envió un urgente ... guasap: «Este domingo estamos en Tenderete desde Gáldar. Es un grupo de Los Realejos, Tigaray. Es bueno».
Fiel a la cita conecté con la Primera (TVEC), claro, como todos los domingos desde hace varios decenios, desde cuando el programa se grababa en La Casa del Marino con el inolvidable Díaz Cutillas. (A principios del milenio fui invitado como autor de un libro dedicado a Gáldar, edición del Ayuntamiento presidido por Demetrio Suárez Díaz. Con su presentador, Antonio Betancor, conecté inmediatamente: la entrevista fue fluida, serena y hasta algo coñona. Eso sí, con mucho respetito, que es muy bonito).
Los primeros programas los vi en La Laguna. Me había entrado la afición por nuestra música popular de tanta tradición en mi pueblo (maestro Ignacio, Los Viejos de Gáldar, Los Cebolleros…). Luego fue revolucionada por Los Sabandeños y su embrujo: maravillosas voces como las de 'El Minuto', Enrique Lecuona, Julio Fajardo... y nuevas letras. Conocí a unos cuantos en Casa Gregorio (no podía faltar Elfidio Alonso) una tardenoche de pelete y palos de agua guachincheando camino de Las Mercedes. La conexión con ellos, tendereteros no solo del folclore canario sino también de las maravillas latinas, fue impactante.
De paso, el dueño del mesón se ganó, a pulso de cocina, el 'don'. ¿Por qué? Elemental: lengua y paladar vibraban de emoción (e incluso de agradecimiento) ante las divinas garbanzas con costilla, el glorioso conejo en salmorejo y el atrayente pescado encebollado… con un riego a la manera de Berceo (siglo XIII): «Quiero hacer una prosa en román paladino / en el cual suele el pueblo hablar con su vecino, / pues no soy tan letrado para hacer otro latino: / bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino».
Retornando al domingo, la presencia del grupo realejero Tigaray en Gáldar (ya cuarentón, en continua evolución y un chorro largo de cantadores, tocadores, percusionistas...) me trasladó no solo hasta Los Realejos tinerfeño: fui mucho más allá, a Granada (Graná), la ciudad del «Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada».
Porque Graná, entre otros, cuenta con un barrio casi a los pies de La Alghambra (El Realejo), formado a su vez por otros tres: San Matías, Santa Ana y Barrio de la Virgen (no le sorprenda, estimado lector, la santificación casi absoluta en la toponimia, estamos en Graná). Aquella الحمراء, 'Aljamra' ('castillo rojo') tiene muros y torres que relucen a la manera del color plata durante la noche, como cuando «La luna vino a la fragua / con su polisón de nardos. / El niño la mira mira / el niño la está mirando» (Federico y su Romancero gitano). Y brillan al atardecer como puros colores de oro, rubios tostados que se imponen en las estructuras fortificadas vistas desde el mirador de San Nicolás (si los chonis dejan hueco, coñazos e impertinentes).
Plata y oro, por cierto, también presentes en varios poemas de Poeta en Nueva York, libro de la vanguardia lorquiana, el poeta granaíno de Fuente Vaqueros. Así, la plata: «Un río que viene cantando / por los dormitorios de los arrabales, / y es plata, cemento o brisa» (poema 'New York'). Y en 'Grito hacia Roma': «Manzanas levemente heridas / por los finos espadines de plata, / nubes rasgadas por una mano de coral».
Y el oro, el brillante dorado que aparece en la última estrofa de 'Oda a Walt Whitman' («Quiero que el aire fuerte de la noche más honda / quite flores y letras del arco donde duermes / y un niño negro anuncie a los blancos del oro / la llegada del reino de la espiga». Y en 'Oda al rey de Harlem': «Los negros lloraban confundidos / entre paraguas y soles de oro, / los mulatos estiraban gomas, ansiosos de llegar al torso blanco, / y el viento empañaba espejos».
Y a todas estas, ¿por qué los nombres de El Realejo / Los Realejos, granaíno y tinerfeño, respectivamente? La respuesta la encontramos en el Diccionario: se trata de una palabra formada por el adjetivo real + sufijo -ejo (tal dice la RAE) usada para indicar el 'sitio donde acampa un ejército'. En el caso de mi soñada Granada (donde ya no soy forastero), la zona actual fue el barrio judío Garnata al-Yahud ('Granada de los judíos'). Su población era respetada y convivía en civilizada armonía, a fin de cuentas los dueños (árabes) se establecieron allí desde el siglo VIII hasta finales del XV. Un quinquenio después los cristianos construyeron la Plaza del Príncipe ¡precisamente sobre un cementerio musulmán! (¿Cómo osaron sacrílegos destructores del reposo de los muertos cometer tal villanía?)
¿Y el municipio tinerfeño? Más de lo mismo: los conquistadores españoles instalaron por la fuerza su campamento en Realejo Alto mientras los guanches moraban por Realejo Bajo. Pero ya a mediados de los cuarenta (siglo XX) ambos barrios fueron unidos (¿plebiscito popular, referéndum?) para dejar de llamarse oficialmente Bajo y Alto, aunque la conciencia realejera mantiene ambos topónimos. (Al menos cincuenta y cinco años atrás -¡diez menos en Canarias!-, cuando uno andaba de pollillo incipientemente barbado.)
Viví dos años seguidos las fiestas realejeras con varios compañeros, su romería de San Isidro («Que por mayo era por mayo / cuando hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor, / cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor»). Y mientras, fortalecíamos iniciales raíces de amistad bajo cuyas vidas, ramas y enhiestos troncos mantenemos armonías, concordias y hermandades cual surtidores de alegrías y satisfacciones... (Sí, es cierto: pueden pasar bienios, trienios o quinquenios sin vernos. Pero cuando el reencuentro se produce, renacen las palabras de Fray Luis de León -«Como decíamos ayer...»- al volver a su cátedra salmantina tras cuatro años de cárcel a causa de la barbarie inquisitorial. Así volvimos a sentirlo un año atrás, cuando nos vimos para celebrar el medio siglo desde 1973.)
Y héteme allí, realejeramente vestido de mago con indumentaria distinta a la usada en la correspondiente de Gáldar o la festiva Las Marías de Guía. Viví con intensidad la sentida identificación popular de las nativas con sus nobles tradiciones, arraigos en el terruño, asentamientos en la patria que les dio la vida. Pero no echaban de menos los tiempos pasados, en absoluto. Vivían el momento como algo de su propio ritmo de vida, genética que mantuvo el vínculo con el ayer pero no impidió la mirada al futuro mañana, el hoy actual. Desde aquel presente inmediato picaban el ojo a su antier como guiño cargado de futuro…
Y cuando Tenderete me conectó desde mi pueblo, Gáldar, con los componentes de Tigaray, estos me trajeron envueltos en laúdes, guitarras, timples, bongós, tambores gomeros… los recuerdos de una etapa de plenitudes. Gracias, Tigaray. (Por cierto: eché de menos al conejero allí abuelado, José Antonio, guitarra y voz de Los Campesinos primeros.)
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