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El principio filosófico de 'acción suficiente' («Todo lo que es tiene su razón de ser») está fuertemente arraigado en la historia de la filosofía. Algunos lo remontan a Platón y Aristóteles, padres del pensamiento occidental. A caballo entre los siglos XVII y XVIII está el matemático Leibniz: «Ningún hecho puede ser verdadero sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo». El gurú Sai Baba de Shirdid se refiere también al mismo postulado: «Lo que sucede es la única cosa que podía haber sucedido». Y Antonio Machado, también poeta, escribió: «Todo pasa y todo queda, / pero lo nuestro es pasar, / pasar haciendo caminos, / caminos sobre la mar».
La lectura de un riguroso trabajo de investigación histórica defendido el pasado mes de junio en la ULPGC por Anselmo J. Gómez Duaso me confirma la certeza de las iniciales aseveraciones. Ante maestros del pensamiento arriba expuesto debo dar por zanjadas, entonces, las dudas planteadas desde que años atrás empecé a interesarme por la presencia de los ingleses (británicos) en Canarias.
UNA. En el siglo XVIII Reino Unido (comúnmente, Inglaterra) había desplazado como potencia naval mundial a España. Los británicos intentaron conquistar las islas canarias de realengo (Tenerife, La Palma, Gran Canaria) ese mismo siglo. Pero 'razones de ser' lo impidieron: ¿cuáles fueron? ¿Por qué no las invadieron para construir ventajosos puertos, refugios, almacenes de avituallamiento... dada la situación estratégica de las islas en el camino al continente americano, al africano?
Al Imperio británico le interesaban. Recordemos el intento frustrado (año 1797) del almirante Nelson de desembarcar con sus tropas en Tenerife (llegó con 9 navíos de guerra y 3700 soldados, leo en 'DiariodeAvisos'); y el anterior del contraalmirante Jenning (1706), quien arribó a sus costas con 13 naves y 800 cañones. ¿Por qué fracasaron ambas tentativas? Sin embargo, entre 1739 y 1748 hubo «acciones británicas de asalto a posiciones costeras de la Monarquía Hispánica en América (Cartagena de Indias, Portobelo, Santiago de Cuba, San Agustín de la Florida...)». Más: pocos años después, «los británicos atacarán La Habana, Manila, Buenos Aires, Nicaragua».
DOS. ¿Y por qué no lo hicieron a comienzos del siglo XIX (1808-1814, invasión de las tropas napoleónicas) cuando la Junta Suprema de Canarias, convencida de que más tarde o más temprano los franceses arribarían también a nuestras islas, decidió estar bajo el protectorado del Imperio Británico y no el español?
Decenios después (1891), el ministro canario León y Castillo consiguió que el Puerto de la Luz fuera declarado Puerto de Refugio tras ocho años de intensos trabajos a cargo de una empresa inglesa: trajo desde Londres maquinaria y utensilios inexistentes en la isla. El nuevo puerto significó la entrada en Gran Canaria de los avances tecnológicos europeos (Alfredo Herrera Piqué): transportes, cable telegráfico submarino, correíllos… Todo, claro, controlado por empresas inglesas: Élder, Gran Canary Coaling, Bank of British West Áfrika, Blandy, Míller… El turismo inglés (los chonis) fue introducido también por ellos (hoteles Inglaterra, Victoria, Santa Catalina, Metropole…). Ya lo cantó nuestro paisano Alonso Quesada: «La colonia británica, elegante, / discreta y grave, no torcía el ceño...»).
A la par, y casi con un pie en el siglo XX, también surgieron empresas agrícolas (plátanos para Londres, Liverpool…), navieras (British and African Steam Navegation, Pacific Steam Navegation…). Es decir, controlaban toda la economía canaria. ¿Por qué, entonces, como último paso, no colonizaron a través de las armas? La respuesta a esta concreta pregunta es sencilla y obvia: no era necesario. A fin de cuentas nada se movía en nuestra tierra si no estaba controlado por ellos: incluso hasta el suministro de carbón. Se cumple, pues, el principio de 'acción suficiente' en este apartado.
Pues bien, estimado lector. Las contestas a las interrogaciones planteadas (es decir, la confirmación de la 'acción suficiente') vienen detalladas, explicadas y argumentadas en la 'Memoria fin de grado' presentada por Anselmo J. Gómez Duaso, graduado en Historia y tutorado por el doctor Santana Pérez: «¿Estaban las islas seguras? La defensa de Canarias en el siglo XVIII: objetivos y resultados».
Una hora de charla ante un zumo de naranja y un buchito cafetil dan para mucho cuando mi imprescindible silencio (tras algunas observaciones, producto de una lectura concienzuda) da paso a la clase magistral de la que fui alumno privilegiado. El conocimiento que Gómez Duaso tiene sobre el tema investigado, su privilegiada memoria (fechas, nombres, números de marineros prestos para desembarcar, sutiles diferencias entre palabras aparentemente sinónimas, citas textuales…) y la controlada pasión por el tema me llevaron en algún momento a una conclusión: no me importaría caminar con él desde el preámbulo de la previa exploración histórica hasta la futura... pero inmediata cumlaudada tesis doctora.
Desde el primer apartado plantea ordenadamente las cuestiones que va a desarrollar en su estudio. Iniciales interrogaciones retóricas dan pistas sobre su intencionalidad y, de paso, me responden también a otros dos planteamientos presentes igualmente desde años atrás: si una flota angloholandesa conquistó Gibraltar (1704); si los británicos conquistaron la isla de Menorca (1708) y la devolvieron a España (1802) gracias a un tratado entre Francia e Inglaterra (recordemos que el rey español era Borbón, casa francesa); y si plazas españolas de América fueron atacadas (distintas fechas del XVIII) por los británicos, ¿por qué no desembarcaron en las islas canarias de señorío arriba nombradas y, al menos en apariencia, poco protegidas?
El mismo Gómez Duaso adelanta la posible razón de ser de tal comportamiento: tuvieron mucho que ver «la sociedad e instituciones canarias». Es decir, los militares profesionales (algunos de ellos ilustrados liberales, defensores de las Cortes de Cádiz, incluso lectores de libros prohibidos) rompen en Canarias la «sociedad tradicional española -Iglesia, Monarquía, Ejército- y se identifican con las milicias para la defensa de las islas». Pero no están solos, añade: «Algunos eclesiásticos canarios -como Viera y Clavijo- contribuyen a la concienciación ilustrada».
Cumple Gómez Duaso, pues, con su trabajo de investigación, intención primera planteada desde el inicio: cuando Canarias (siglo XVIII) era solo un nombre en la corte madrileña, los comandantes generales van poco a poco restando poder militar a los cabildos, en manos de terratenientes y nobleza isleña. Consiguen unificar Ejército - milicias - paisanaje con fines defensivos ante previsibles ataques británicos dados el poderío de la Marina británica, la dejación de sus obligaciones por parte de la monarquía española y el monopolio cabildicio (venta de esclavos, impuestos sobre el vino, el tabaco…) que, en algún momento, logró ingresar algo más de un millón de reales.
Su visión hacia el hipotético peligro exterior y la imposición, a veces por la fuerza, de los intereses generales ante la realidad interna (estructura absolutamente caciquil, casi esclavista) consiguieron identificar a la campesina población isleña con la defensa de sus islas. Campesina población analfabeta, sin instrucción militar, carente de armamento (es más: mosquetón o espada, avituallamiento y munición corrían de su cuenta). Pero no solo iban a proteger su tierra (a fin de cuentas, nada poseían): acumularían méritos para entrar en la milicia, ascender en la escala social y, acaso, conseguir permiso para trasladarse a América, el futuro.
En definitiva, un muy esclarecedor 'trabajo fin de grado' el de Gómez Duaso.
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