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Lo primero es pedir perdón. Ruego disculpas por mi manifiesta incomprensión de las actitudes de la mayoría de nuestros jóvenes, perdón por mi falta de perspectiva. Exculpación por un grado de exigencia para conmigo mismo, que no tengo que hacer extensivo a otras generaciones.
Pero es que la juventud es algo tan grande, tan impresionante. El vigor, la energía, el coraje que brinda la juventud, siempre fue el pasaporte para el cambio, la transgresión, el inconformismo, la revolución. Los jóvenes siempre han aspirado a cambiar el mundo, son el motor, el engranaje esencial de una sociedad. Sobre todo si es una juventud que aspira a mejorar, a acrecentar el bagaje que ha heredado de sus ancestros. Por eso, no puedo comprender el pasotismo, el victimismo, la parálisis, el venenoso conformismo que atenaza a toda una generación y nos arrebata 'su' futuro. Desde el pasado, porque eso soy, no lo comprendo.
Pero también es cierto que hay miles de razones, de una sociedad anestesiada, sin rumbo, que impiden que la sangre joven oxigene toda una estructura social. El que los jóvenes no se rebelen frente a todos los absurdos del globalismo, del totalitarismo igualitario de la agenda 2030, no es óbice para reconocer todas las piedras que hay en el camino. Y es que los datos no son alentadores.
Cada vez más estudios acusan la parcialidad y temporalidad en el empleo juvenil. El 65% de los jóvenes que trabajan no puede emanciparse y tener una vivienda en España. Más del 50% de los trabajadores jóvenes españoles, concretamente el 66%, no puede independizarse, por lo que continúan viviendo en el hogar familiar. Les resulta prácticamente imposible alquilar y lo de comprar una casa es una quimera.
Un informe de la consultora Freemarket Corporate Intelligence, con el clarísimo título de 'España no es un país para jóvenes', sustentado en cifras de la OCDE, del Banco de España y del Instituto Nacional de Estadística, es cristalino al respecto. Refleja la precariedad laboral de nuestros jóvenes, las altas tasas de paro que hay en el margen de edad entre los 16 y los 29 años y la baja actividad de estos trabajadores, además de sus bajos salarios, y en consecuencia, los enormes problemas que tienen para el acceso a la vivienda.
El 26% de jóvenes trabaja con contratos a tiempo parcial, 12 puntos por encima de la media del conjunto de la población, y la tasa de temporalidad de la juventud ocupada sigue doblando la del resto de trabajadores españoles. Si antes un joven trabajador alcanzaba una base de cotización, es decir, un salario, similar a la del resto a los 27 años, ahora no lo hacen hasta los 34, siete años más tarde. Y cuando hablamos del segmento juvenil de mayor formación, sobra comentar por qué exportamos tanto talento y pocos se quedan en nuestra nación.
El principal problema es la progresiva pauperización de la sociedad española. Cada día menor poder adquisitivo y salarios que valen para menos. Difícil que sea de otra forma con gobiernos tan liberticidas como improductivos y voraces en lo tributario. No dan un respiro, dado que el explosivo gasto público para mantener 'su fiesta' no tiene freno.
Si bien, tal y como refleja el estudio, ni siquiera alquilando una habitación en lugar de una vivienda entera las personas jóvenes se libran de dedicar el 30% de su salario a la vivienda. En España, el precio medio de alquiler de una habitación era de 380 euros al mes, el 37% del salario neto mensual de una persona joven. Si hablamos de Madrid o Barcelona, la brecha se dispara. El ejemplo palmario es que del colectivo de jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 34 años, solo un 13% residía en viviendas de alquiler, versus el 53% en Alemania, el 36% en Francia y el 20% en la zona OCDE.
Los datos son aburridos, pero es necesario contextualizar el problema, si no te es suficiente con salir a la calle, o hablar del tema con lo que sufren familiares y amigos. ¿Cómo no va a ser un sueño inalcanzable adquirir una vivienda, cuyo precio, solo en el segundo trimestre de 2024 ha subido un 8%? El pasotismo, combinado con un buenismo que camufla egoísmo, se pueden convertir en una enfermedad del alma. Lo sentimental tiene poco que ver con el sentimiento al igual que el progresismo tiene poco que ver con el progreso.
Nadie niega que la modernidad es claramente inoperativa y disfuncional, pues no cubre las verdaderas necesidades de las personas que esclaviza y, además, crea una sutil barrera de protección para no percibir el absurdo que gobierna en quiénes lo aceptan. Pero esto es proporcional a la imperiosa necesidad de rebelarse frente a las injusticias. Ese sinsentido va de lo global a lo más pequeño, que somos cada uno de nosotros, y alimentamos al monstruo no sólo con nuestro miedo, sino también con nuestro buenismo y esa ingenua credulidad en el progreso constante y lineal. El que tenga ojos que vea.
Se trata en consecuencia de forjar mental e ideológicamente a una juventud que tendrá que afrontar el caos probable y proveer un incierto futuro. Ahora no percibo capacidad de reacción, falta energía, vitalidad y coraje. Pero sobre todo, hace falta visión y conciencia. Si no ves las cómodas cadenas que te constriñen, no ves nada. A lo mejor, algún día despertamos y erradicamos nuestras acomodadas ensoñaciones y jugamos a luchar por algo. Luchar para sentirnos vivos, no unos peleles batidos por el viento, o el oscuro empuje de los poderosos.
Pero en la historia, finalmente, sólo cuentan las minorías activas. Las masas siguen a las minorías voluntariosas, como lo ha demostrado el devenir de los tiempos. No pierdo la esperanza en una juventud que emprenda el camino de la lucha. De una juventud consciente de que es necesario ahora formarse, prepararse y endurecerse. Cuando sobrevenga el colapso del sistema, muchas estructuras se desmoronarán, y alrededor de ese naciente núcleo duro se agregarán los nuevos luchadores, porque estarán personalmente preocupados de su seguridad y, muy presumiblemente de su supervivencia.
La vida es como un libro. Hay libros más interesantes que otros, aunque en su mayoría todos son verdaderas joyas. Probablemente la diferencia estriba en que no merece ser leído un libro que en cada página no nos haga detenernos y ponernos a pensar. Y eso es lo que constituye la verdadera alma de cualquier libro, de cualquier texto, de cualquier vida: que nos haga pensar. Nada hay más enérgico y vital que el espíritu joven. Para erradicar las maldiciones, pensar, ser y vivir como jóvenes de verdad.
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