No he visitado mucho la ciudad de Ayacucho, aunque una vez nos montamos en un aguerrido Suzuki Alto para hacer la ruta andina desde Lima ... en ocho horas, si bien nos tomó doce con el motor pujando por la altura entre vistas de cerros y de zorros; era Semana Santa, de madrugada, y ni siquiera teníamos una reserva de hotel. Existe una célebre novela que aprovecha ese topónimo para su título: 'Los Ayacuchos' de Benito Pérez Galdós, aunque no trata sobre esa región inmortal en el sur del Perú; tampoco se extiende demasiado en torno a los soldados que regresaron a España después de la derrota realista en la Pampa de la Quinua el 9 de diciembre de 1824, aquella «cofradía de militares» (en palabras de Mario Vargas Llosa) a quienes llamaban ayacuchos. Escrita en 1900 e incluida en la tercera serie de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, la novela sirve para justipreciar los efectos intercontinentales de la etapa final del proceso emancipatorio en América del Sur, cuyos orígenes pueden remontarse a 1780 con la rebelión de Túpac Amaru II. Ayacucho fue un vocablo despectivo, que se vinculó a la capitulación que firmó el representante del virrey ante el victorioso representante de Simón Bolívar. Con el trasfondo de su título y desde un pasado bélico, Benito Pérez Galdós nos recuerda los antagonismos que conlleva cruzar el Atlántico para labrar un futuro en España, siendo nacional y también extranjero; la suya no es una advertencia histórica ni una premonición literaria, solo una constatación.
Lo que sí desarrolla Benito Pérez Galdós desde el primer capítulo de Los Ayacuchos es la figura de un personaje clave para la política de España en el siglo XIX, aunque también para el memorialismo del Perú. «Un señor viejo, alto, amarillo, con unas patillucas cortas, el mirar tierno y bondadoso, el vestir sencillísimo y casi desaliñado, sin ninguna cruz ni cintajo ni galón. Era don Agustín Argüelles, elegido por las Cortes tutor de las hijitas de Fernando VII», de acuerdo con la novela. Este hombre mayor, austero y sin vanidades, es sobresaliente en la ficción del célebre escritor de Gran Canaria, aunque es todavía más sobrecogedor por lo que significó en la vida de un compatriota mío en el exilio.
Es recordado con el nombre de Juan Bautista Túpac Amaru el hermano menor del líder Túpac Amaru II, quien reunió a más de veinte mil personas, especialmente indígenas, en una rebelión que sacudió Tinta e impactó en Cusco y en Lima, la capital del Virreinato del Perú. Siete meses después, el líder fue traicionado y capturado junto a sus allegados; también prendieron a su hermano menor. Juan Bautista, a diferencia del resto de cautivos, no expresó su orgullo por las acciones de insurrección; por el contrario, afirmó que fue un criado o asistente sin manejo de armas ni implicación sediciosa. Por ello, el hermano menor no fue ajusticiado como sus parientes, quienes además fueron atormentados para espantar a la población soliviantada; a él lo sentenciaron con un dilatado exilio. A Juan Bautista lo trasplantaron hasta las costas mediterráneas de Ceuta en 1787.
Sin familia, el hermano menor del líder rebelde subsistió en el norte del África, a donde también fueron desterrados patriotas americanos y liberales españoles. En esa colonia penal, lo que hizo Juan Bautista fue resistir como nadie y reclamar por lo infame de su castigo; así, clamando contra el despotismo, interactuó con diversas personalidades de aquí y de allá como Agustín Argüelles, considerado una divinidad por su oratoria parlamentaria en las Cortes de Cádiz. Ellos compartieron presidio en 1814, en el contexto de la restauración absolutista; un corto periodo que no impidió que se gestara, al parecer, el aprecio y el respeto mutuo.
Al cabo de tres décadas y media en el exilio, Juan Bautista fue testigo del proceso de amnistía para los cautivos en Ceuta; sin embargo, esa absolución no le correspondía. Entonces, escribió al restituido Agustín Argüelles para que intentara la extensión de un perdón. ¿Y qué ocurrió? «La contestación de este fue mandarme la licencia de mi libertad y una carta de atención al correo inmediato»(de acuerdo con el testimonio de Juan Bautista, quien a los 75 años elaboró sus memorias en Buenos Aires). Esta figura de la política española, que es personaje en Los Ayacuchos de Benito Pérez Galdós, está vertebrada por una ética que coexiste en la ficción y en la historia, al punto que sirve para repensar los vínculos entre las personas del país del cual provengo y del país en el cual vivo. Será que, en este diciembre de 2024 en que terminan las conmemoraciones por el Bicentenario de la Independencia del Perú y España se enfanga en una vil polarización, conviene imaginar nuestros destinos como si fueran una carta de respuesta de Argüelles a un necesitado de justicia: practicar la bondad, y nada más.
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