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Mario Hernández Bueno
Sábado, 6 de julio 2024, 22:44
A pesar de la pobre experiencia con la cocina del pescado, perseveré. Y fue en un curioso restorán, donde el servicio fue para enmarcar. El Landry's es un antiguo barco fluvial reconvertido y fondeado en un muelle deportivo, que volvió a recordarme Las Palmas de Gran Canaria. Nos acomodaron en la planta alta. Me sorprendió la carta: demasiado extensa. Tania pidió Cola de langosta, que vino con espárragos verdes frescos, y yo king crab.
El cangrejo no estaba bien: la carne resultó algo oxidada. Se lo comenté al joven camarero, vestido como para revista militar, y tras excusarse me pidió que eligiera otro plato y me decidí por la langosta. Por el aspecto sabía que era caribeña, pero vi que estaba bien emparrillada. Y, efectivamente, resultó razonablemente buena. Y aún no la había terminado cuando apareció un joven cocinero; fue el chef Castillo, que vino desde la planta baja a darme explicaciones y excusas. Después pensé si alguien en España podría tener hoy una experiencia como esa. Y a la salida nos esperaban el manager y la azafata para disculparse. ¡Cuánto hemos perdido! Uno se pregunta qué sería de nosotros si no se hubiesen abierto tantas escuelas de hostelería e invertido tantos cientos de millones en cursos de formación.
Antes de emprender el camino a San Antonio nos acercamos al Museo de Ciencia e Historia. Fuimos, más que por otra cosa, por la Historia. Y no nos defraudó: ofrece un espacio dedicado a los descubrimientos y las exploraciones de los españoles. Héroes que, merced a siniestros indeseables, están siendo desprestigiados y vilipendiadas sus hazañas al tiempo que les dan paladas de carbón a la diabólica Leyenda Negra. Y partimos de Corpus Christi reconfortados; bien es cierto que la ciudad es rara desde el punto de vista urbanístico, pero el factor humano nos sorprendió positivamente. La gente en Texas resultaba amable y afectuosa y aunque la gastronomía no nos pareció un punto fuerte, el servicio, el trato, me retrotrajo a cuando éramos una referencia.
Y así, recostado en el asiento del Chevrolet Malibu me vino a la memoria Armando Curbelo, personaje vitalista e inquieto; un abogado con envidiable vocación humanística. Lo conocí en Berlín en 1973 (cuando crucé al lado Este) durante la feria de Turismo. Siempre me pareció familiar y un gran conversador; me entusiasmaban sus historias sobre aquellos míticos canarios que fundaron San Antonio; las vivencias con sus descendientes; sus libros sobre la gesta…
En 1995 recibí el Premio Nacional de Gastronomía al mejor libro y Armando me reiteraba que si un día visitaba San Antonio le llevara un ejemplar a la asociación de esos descendientes, que están orgullosos de sus orígenes. Yo había estado en San Antonio en 1986, pero fue de paso y nada tenía que ofrecer a aquellos recalcitrantes isleños. Y era ya más que el momento, Armando nos dejó en 2020.
Era descendiente de una de las familias lanzaroteñas que partieron de su isla el 20 de febrero de 1730 para escapar de las penurias y abandono que secularmente regían las islas. El velero hizo una escala de casi un mes en Tenerife y se sumaron familias de La Palma y Gran Canaria, y todas, dieciséis, fueron llevadas a Cuba. Tras un cierto tiempo las condujeron a Veracruz, desde donde, caminando 1.400 kilómetros con la protección de algunos soldados, para repeler eventuales ataques indios, llegaron el 9 de marzo de 1731 a un territorio bañado por el río San Antonio.
Allí implementaron el sistema de riego por acequias y cantoneras, técnica que habían desarrollado, siglos antes, los árabes en la Península; labraron una gran piedra para montar un molino de gofio comunal y levantaron con sus manos y escasas herramientas la primera catedral de los Estados Unidos de América. El último sobreviviente fue, precisamente, una Curbelo, María, que falleció en 1803.
Estaba deseoso por llegar. Era el principal motivo del viaje. Me apasionan los encuentros con descendientes de colonos canarios en la América española y observar como han conservado habla, comida, música… Me había hecho feliz el encuentro con los de Luisiana en 2019 del que escribí un artículo.
Y para poder cumplir los deseos de Armando, pocos meses antes me puse en contacto con la Canary Islands Descendants Association y le conté al presidente, Sr. Bustillo, la promesa que había hecho e, inmediatamente, se brindó a recibirnos y hacer de anfitrión. Incluso, para encontrarnos me invitó a cenar o desayunar. Pero sentí pudor y le dije que mejor nos veríamos en el desayuno.
Y es que también queríamos desquitarnos, para lo cual reservé la cena en el mejor restorán, el Bohanan's Prime Steaks & Seafood. Su histórico edificio del XIX estaba ese día hasta los topes de señoras con sus mejores galas y caballeros con smokings. Habíamos llegado en plenas fiestas de la ciudad. Pedimos un par de Fernet Branca, que es, con creces, el mejor aperitivo, y después un par de ensaladas César.
Esa mal interpretada siempre nos llegaba sin la pasta de anchoas untando cuscurros de pan tostado. Se lo comenté a uno de los jefes de sector y apareció con ¡cuatro boquerones en vinagre! Tania pidió solomillo y yo el New York cut steak, que es un filete de lomo bajo con un rabillo curvo de suave y sabrosa grasa levemente tostada. De guarnición, portobellos en reducción de vino tinto, muy ricos; las lógicas papas fritas y espárragos verdes. Era temporada. Con tres cervezas y una San Pellegrino, 278€; sin la obligada propina: mínimo 18%.
Y nos acomodamos en nuestro hotel, el River Walk Plaza, a pasos de la Plaza Islas Canarias y de la primera Catedral de los EEUU. A la mañana siguiente el Sr. Bustillo y el Cónsul Honorario de España nos estarían esperando para conocernos y desayunar.
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