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Directo Las medidas para enfrentar el envejecimiento de la población, a debate en el Parlamento
Con sir Chipperfield. Atrás el puertito y la rampa MHB
Corrubedo
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Coma y... punto ·

Uno de los cientos de pueblitos de redes y nasas que continúan desapareciendo en el Primer Mundo

Mario Hernández Bueno

Sábado, 7 de septiembre 2024, 23:03

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Corrubedo se conoce más como un pequeño paraíso, oficializado como parque natural de La Coruña, que por el villorrio de pescadores que fue. Uno de los cientos de pueblitos de redes y nasas que continúan desapareciendo en el Primer Mundo.

Hoy, con su bella y larga playa de arena albina y suaves dunas, acoge una población cuya segunda vivienda viene desplazando a la genuina: la humilde casa de sólida piedra granítica y teja árabe. Y se advierte algún disparate. Tiene su vivienda, de vanguardista diseño, el reputado arquitecto Manuel Gallego Jorreto cuya fachada-ventanal, tan en boga, recuerda a la pantalla de un televisor.

Y cada agosto va a Corrubedo, unos días, un grupo de buenos amigos y parientes. Toman baños de mar; recorren los bellos paisajes de la zona; se van a curiosear al vecino pueblo de Riveira y comen buen pescado y el mejor marisco.

Y comenzó Corrubedo a recordarme a la Peñiscola de Calabuch. Entrañable película de Berlanga. Más, si a la villa gallega le faltaba el científico inglés (Mr. George Hamilton), Gallego convenció a un ilustre colega, también inglés, para que viniera a pasar unos días y se enamoró de la zona. Tan es así que compró un local en primera línea del mar; lo redecoró con sensatez y lo explota como figón marinero: Do Porto. Amén de haber remodelado una antigua casa con los cimientos metidos en el mar y la convirtió en su hogar.

Es curioso como ese ya consolidado vecino, sir David Chipperfield, premio Pritzker: el Nobel de Arquitectura, siendo, como es, un rico septuagenario no tira la toalla. Aparte de hostelero compra y remodela casas agonizantes; está proyectando un estudio de arquitectura: un laboratorio para experimentar con colegas del mundo y asesora a la ciudad de Santiago. Y a todo esto hay que añadir la recepción de una incesante peregrinación de arquitectos, que vienen para presentar sus respetos al maestro.

Fuimos a Corrubedo atendiendo la gentil invitación de esos amigos y parientes y pasamos tres días estupendos. Nos alojamos en el hotelito Dos Casqueiros. Casona muy bien remodelada y gestionada por dos damas amorosas que preparan unos desayunos de hadas madrinas. No faltaron unos huevos poché -ya casi olvidados en la Cocina profesional- sobre un, también olvidado, Pisto manchego de nota… buen pan gallego, prieto, oloroso, sabroso. De los mejores del mundo. Y se come en una terraza, desde donde, con una caña, se puede pescar algún sargo.

Desayunando en Dos Casqueiros MHB

Se ubica a pasos de la casa del sir y de lo que fue el desahogo marinero: un puertito, una calita y una rampa para desplazar a los barquillos y las capturas. La lonja ya está a cal y canto. Y, como en uno de esos pueblos para veraneantes, no falta alguna curiosidad y el personaje: un churrero y su kiosco, situado estratégicamente: cerca de la calita, donde fríe el churro convencional, el que heredamos siglos ha de la India, y el mismo pero enfundado en chocolate. No despacha menos de tres y no se aviene a vender dos y uno. Se lleva uno una cantidad y se la zampa en casa o en el cercano Do Porto o en otro de los dos baretos vecinos con el café con leche. El churrero viene cada verano desde Santiago y hace su agosto merced a las colas, cada mañana y cada tarde, de niños y mayores, de locales y madrileños… y canarios.

Desde el restorán Do Porto, a la derecha el kiosco de los churros MHB

La primera noche cenamos ¡cómo no! En Do Porto. Éramos ocho. El local y la terraza estaban a tope. Una mesa era nuestra; otra era del sir, que comía con su familia venida del Reino Unido. Y, obvio, estaba su esbelta esposa, quien, visto como es costumbre dar, como cortesía, un cachito de queque con el café, hornea regularmente piezas y las entrega al figón. El queque es una de las pocas herencias gastronómicas y lingüísticas inglesas a nuestras islas; si por algo se premiaría a la Cocina inglesa es por su repostería. La repostería inglesa, y la de cualquier lugar, tiene similitudes con la arquitectura: todos los ingredientes han de incorporarse minuciosamente medidos.

La noche en Corrubedo MHB

No me hizo falta ver la carta. A la puerta había una pizarra: «Hay calamares de la Ría de Arousa». Y me contuve para no dar saltos de euforia. El calamar sahariano no está mal, está mejor que el de las aguas del Índico o el de las adyacentes a la Patagonia, por lo que estaba ansioso por volver a catar el calamar cántabro: pequeño, rojo y sabor único ¡Como echo de menos ver por las noches, a metros del litoral de Arguineguín, los petromax alumbrando el agua para atraer a los calamares, y degustarlos después asados, fritos o jareados. ¡Cómo hemos perdido cosas ricas!

Calamares locales a la plancha MHB

Y en Do Porto nos los hicieron a la plancha. Si llegan a ser a las brasas le doy un abrazo a Isabel, la proba, simpática y nervuda cocinera que sustituyó a un chef islandés ¡Como está el patio! Y vino también el pulpo de la zona a la plancha con la omnipresente Ajada, amén de una Ensaladilla sin tacha; sardinas de ley o xoubas; fresquísimos sargos a la plancha; ¡pan!… Tarta de Santiago, Natillas, vino, aguas, cervezas,… un banquetazo por 47€ por barba.

Pulpo de la zona con un poco de ajada y cachelos MHB

Además, los jóvenes camareros se ganan más que bien el pan y mejor las propinas: no paran y se muestran pacientes ante el montón de comensales, que no para de reclamar atención. Otros días añadimos al festín berberechos, almejas, era tiempo de bivalvos, y nécoras. Las noches frescas y la luna llena, llenísima, culminaban veladas deliciosas con las tertulias. Y acababa así la pequeña estancia en Corrubedo con los cariñosos amigos y parientes. Y partimos en auto a recorrer parte de los montes y playas de las Rías Altas.

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