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Un día de este verano en Corralejo. J.L.R.
El imbécil de la mesa de al lado y otras historias gastronómicas desde la hamaca
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El imbécil de la mesa de al lado y otras historias gastronómicas desde la hamaca

Desde esa bucólica terraza en un pueblito pesquero de Fuerteventura, hasta la lectura de un formidable libro sobre la alta cocina francesa

José Luis Reina

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 20 de agosto 2024, 22:54

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Para escribir, hablar, o incluso dar el coñazo sobre gastronomía, hay que tener en cuenta algunos aspectos fundamentales. El principal es tener una formación específica sobre ello, desde luego, para así poder tener algo de rigor en algo tan subjetivo. Tener una cultura gastronómica no solo requiere de comer en muchos sitios, hablar con muchos cocineros y leer libros especializados. Lo fundamental, pienso, es tener una sensibilidad sobre esta temática, que englobe todo lo demás.

Y esa sensibilidad gastronómica, me temo, se tiene o no se tiene. Para decir si esto es lo mejor, algo en lo que caemos mucho, hay que habérselo comido todo, viajado mucho, y tener una visión amplia. Criticar es comparar, y comparar, en este caso, es comer mucho. Anotar continuamente, retener y refrescar. Invertir para luego compartir.

Otra cuestión fundamental, como recuerda siempre el admirado colega Mario Hernández Bueno, es pagar todo, dejar buenas propinas, y así valorar realmente lo que estamos comiendo. De ahí que, como podrá imaginar, no sea este un oficio de la fiesta eterna, siempre y cuando el que escriba, hable o incluso aterrorice a los demás con sus aventuras culinarias, se tome el asunto en serio, y no se venda por un plato de croquetas. Si aplicamos todo lo anterior en un supuesto proceso de selección, el tema de la información gastronómica sería un solar con algunos brotes verdes, heroicos. Es un terreno muy goloso para todo tipo de calaña, algo con lo que hay que convivir, por otro lado. No queda otra.

En todo esto he estado pensando -aunque no mucho, afortunadamente- durante el periodo veraniego de asueto, en el que una de las mejores cosas que me han pasado, gastronómicamente hablando, ha sido leer 'La transmisión del sabor', de Bill Buford, ejemplo de sensibilidad gastronómica, pasión, y cierta locura. El célebre periodista de Nueva York decidió trasladarse, junto a su familia, a una de las cunas culinarias de Francia, le hermosa ciudad de Lyon.

Lo hizo para escribir, con su desgarrador e inconfundible estilo, el duro proceso que viven los aspirantes para formarse como chef de alta cocina francesa, además de escribir sobre el modo de vida en Francia. Ya había hecho algo similar con 'Calor', sobre la gastronomía italiana. Pero en esta ocasión, Buford y los suyos pasaron cinco años en Francia, y el periodista acabó trabajando como chef en un estrella Michelin. Una surrealista maravilla.

Pescado con vistas al mar

En términos más banales, cotidianos y domésticos, no suelo dedicar el tiempo de descanso a descubrir nuevos restaurantes. Activo la desconexión también en este sentido, siempre procurando, eso sí, huir de las trampas propias de la fecha, y comer bien allá donde se dirijan los pasos. En Fuerteventura, por ejemplo, más allá de esa icónica carne de cabra que uno va pidiendo en cualquier lugar con barra, la terraza del restaurante Ramón, en La Lajita, fue un fantástico descubrimiento prácticamente a orillas del mar, en ese pequeño enclave pesquero que aleja cualquier síntoma de masificación, flotadores y olor a crema solar. Pescado fresco, ensalada, lapas, sardinas..., y vino de Lanzarote. El pescado, milagrosamente, bien preparado, sin ejecutar esa dichosa manía de secarlo y cargárselo sin margen de arreglo.

Ese argentino...

En Corralejo, El Patio Argentino fue otro hallazgo de altura. Entiendo que el entorno influye para que la experiencia sea aún más placentera, pero este restaurante, del que me habían hablado, me enamoró. El mix de carnes asadas, con empanadas criollas, chorizos, bife argentino, entraña y cerdo ibérico, además de papas fritas y ensalada, fue un delicioso homenaje. La calidad y los puntos de la carne, perfecto. Señalan que es ideal para dos personas, aunque de ahí comían cuatro. Su precio, 47 euros, más que razonable. Y el baño en la playa nada más salir de ahí, inolvidable. También pasamos por Tenerife, pero eso ya da para un reportaje independiente.

Llegó el imbécil

El punto negativo, reciente además, fue una comida familiar en el interior del clásico restaurante Casa Carmelo, en La Puntilla (Las Canteras). Y no por la comida ni por el profesional servicio de sala, siempre garantía de la casa, sino por un imbécil que nos tocó en la mesa de al lado, que se dirigía a sus compañeros comensales, no mucho más avispados, gritando como si estuvieran en La Cícer. Ellos, además de igualarle el tono de voz para responderle, no paraban de pedir botellas de vino, y las quejas del resto de mesas ya eran mayoritarias. El imbécil en cuestión, además de los eternos gritos, solo decía cosas especialmente desagradables, y más saliendo de él, con todo lujo de detalles. Una experiencia horrible. Afortunadamente, y por el bien de todos, uno de los camareros nos propuso cambiarnos de mesa, algo que aceptamos rápidamente. Creo que la segunda mejor experiencia gastronómica del verano fue cuando el imbécil salió de la sala.

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