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Orlando Suárez Azofra. Es nombrarlo y arrecia la melancolía. Porque Orlando no solo fue un delantero de época y emblema de la UD en el cambio de siglo, capitán ejemplar, carisma a toneladas. Orlando fue, también, el corazón de la gente, que lo idolatró como a pocos haciendo justicia con su contribución a la causa. «Todavía me paran por la calle y me reconocen. Y a los más jóvenes son los padres los que, con esto de las redes sociales, les enseñan mis fotos. Para mí es lo que queda, el cariño de los aficionados, que te respete y te digan que te admiraron, que fueran felices cuando me vieron jugar. Un orgullo enorme que me emociona después de tantos años», confiesa.
Y ahora que su equipo está de cumpleaños con los 75 que festeja, su mensaje, desde el cariño reverencial que le profesa, no puede ser más elocuente: «Es precioso ver la UD en Primera y en estas circunstancias, con más de 20.000 abonados y la ilusión que está generando. Hay que felicitar al club por el trabajo que realiza para que todo sea como ahora porque, hay que recordarlo, no siempre se ha vivido una etapa como esta. Hubo tiempos en Segunda B y con problemas económicos. Junto a otros compañeros me tocó vivirlo y, por eso, se debe valorar lo que en la actualidad tenemos».
Habla desde un sentimiento blindado al timpo porque, como significa, lo suyo por la UD «es un amor para toda la vida». Y lo manifiesta desde una sinceridad que le quiebra la voz: «Son tantos recuerdos, tantas vivencias que se quedan dentro de ti... Los compañeros que me ayudaron cuando empecé, los canteranos a los que luego me tocó echarles una mano, los empleados del club, gente maravillosa, la alegría cuando ganábamos, las ganas de levantarnos cuando perdíamos... Me quedo con todo porque pude cumplir mi sueño y disfruté muchísimo pese a que tuve alguna lesión importante. Todo fue un aprendizaje que me enriqueció como futbolista y como persona, transmitiéndome valores y enseñanzas muy valiosas y que me han ayudado en todo momento».
«Se lo debo todo al club -continúa-. Crecí estando en la primera plantilla y así transcurrió mi vida. La UD fue mi familia y mi casa. Ahora ya no estoy en el club, aunque, a la distancia, por supuesto que lo sigo y le deseo lo mejor. Siempre estoy pendiente de sus resultados, de cómo va el equipo. Es algo que lo tengo incorporado a mi rutina y que nunca voy a perder».
Desde su estreno precoz, en la temporada 1989-90, a su sentido adiós, a la conclusión del curso 2002-03, su historia se escribió con mayúsculas y momentos irrepetibles que forman parte de una galería única y exclusiva: «No es fácil elegir un instante... Pero lo del ascenso del 96 a Segunda fue una locura. Veníamos de muchas decepciones en Segunda B, del lastre de haber estado quedándonos a la puertas del objetivo una y otra vez. Por eso, cuando lo logramos, todos explotamos de alegría, de satisfacción».
«Ver a la UD en Segunda B dolía muchísimo, nuestra afición no lo merecía. Aquella noche de Elche la tengo en lo más alto. Lo celebramos una barbaridad porque, en ese momento, lo significaba todo. Es verdad que luego también tuve el privilegio de estar en un ascenso a Primera División y fue algo que todos soñábamos con lograr. Pero lo del 96, por todo lo que comportaba, está para mí un escalón por encima», agrega.
Marcar goles y ser capitán en Primera, Segunda y Segunda B y haber totalizado 389 encuentros oficiales, lo que le sitúa entre los cinco de la historia con más presencias con la camiseta, solo por detrás de David García (474), Germán Dévora (453), Tonono (436) y Paco Castellano (432), lo lleva también «con muchísimo honor». Un privilegio que se ganó y que le distinguirá para siempre.
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