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Las leyendas no tienen tal condición solo por los títulos que amontonan en sus vitrinas o cajones. Uno debe ser recordado por el legado que deja. Eso espera Edu Blasco, que se proclamó campeón del mundo por segunda vez en salvamento y socorrismo, la modalidad más dura de la natación. El nadador, afincado en Puerto del Rosario y que dio sus primeras brazadas las playas de Canarias, deja claro que él solo quiere sembrar un precedente: «Los deportistas de alto nivel podemos ayudar a los demás», dice alto y claro desde Australia, donde todavía atisba la parte bonita de la vida antes de poner rumbo al Sáhara, en su nueva misión humanitaria.
La fama, las medallas y los elogios no le hacen perder la perspectiva. Cuando él ríe, otros lloran. «Estoy comprometido con la causa y mi causa son los derechos humanos», afirma Blasco con contundencia, añadiendo que, para ello, tiene que «estar en forma», algo que es «muy sencillo para mí estar a un muy buen nivel físico todo el año». Las misiones le ayudan a luchar. Adarlo todo en cada entrenamiento diario. «En parte es malo porque hay un detrimento físico cuando vuelvo de una misión, pero me mantiene alerta y no me deja relajarme», asegura.
Tras su último éxito, coronándose como campeón del mundo en salvamento y socorrismo 4x25M junto a su equipo formado por Raúl Marek, Carlos Cote y Carlos Carrasco, insiste en que «cuando uno no tiene hambre y no cree en sus habilidades, empieza a buscar excusas», pero que él prefiere «salir de la zona de confort» para seguir siendo el mejor en lo suyo. «Tengo claro que ahora soy campeón del mundo, pero que si no quiero seguir habrá otro nombre en lugar del mío», añade el nadador vasco afincado en Fuerteventura.
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«Es la segunda vez que gano el Mundial y esto solo revalida mi trabajo y la confianza, demostrarme a mí mismo que puedo competir al máximo nivel a pesar de estar invirtiendo tanto tiempo y esfuerzos en misiones que evidentemente perjudican mi rendimiento», continúa Blasco con tremenda convicción.
La celebración dejará paso en breve al drama, ya que Eduardo pondrá rumbo a su sexta misión humanitaria. Estuvo antes en Libia, Túnez, Egipto, El Hierro y de nuevo en Libia. Intentó acudir a Gaza antes del Mundial pero le cerraron la puerta, aunque no desiste y espera «estar antes de que acabe el año». Lo próximo será el Sáhara en octubre, entregando medicamentos. «Es un pueblo muy castigado por la coyuntura actual y que siempre ha estado ligado a Canarias y a Fuerteventura, donde yo vivo», aclara.
«Intentaremos apoyar, tanto a nivel de visibilidad, como a tratar de llegar a Tinduf para echar una mano», prosigue el vigente campeón del mundo, que luego espera «ir al Mediterráneo, porque ese mar sigue siendo una guerra y no podemos parar».
Lo intentó antes del Mundial. Insistió de mil manera, pero no pudo salvar vidas en Gaza. Pero estará. Blasco no va a parar hasta poder colaborar. Él nació para esto. «Gaza es una masacre. Están impidiendo la llegada de todo tipo de ayuda, también de la mía, pero quiero estar antes de que acabe el año», asevera el nadador desde la otra parte del mundo. «Iré todas las veces que pueda y en zonas en las que no se nos permite ayudar. Donde solo existe el dolor y el miedo, donde niegan y no permiten la humanidad para las personas inocentes», indica con un nudo en la garganta.
«Me gusta mucho viajar y ver mundo: es bonito y feo. Ahora estoy viendo la parte dulce, en Australia, te contesto desde el hotel y veo luces en todos los rascacielos. Mi sueño es seguir conociendo el mundo y aprendiendo de él», declara a este periódico.
«Yo no quiero ser el nuevo nadie, solo quiero ser el primer Eduardo Blasco y sembrar el precedente de que los deportistas de alto nivel podemos ayudar a los demás. Me gustaría que se me recordase por lo que fui capaz de hacer. Sé que nunca seré el mejor deportista, sí que puedo dejar un legado y una forma de vivir», confiesa en un ejercicio de madurez y altruismo que cuesta ver en otros profesionales de deportes como el fútbol.
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