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María Pérez González
Las Palmas de Gran Canaria
Viernes, 19 de julio 2024, 22:54
Después de tres divorcios y un éxito literario sin parentesco, Ernest Hemingway había tenido una vida de altibajos que le llevaron al consumo de alcohol y a la ira desmesurada. Sus últimos años decidió refugiarse en el Pilar, su amado barco. Gregorio Fuentes, el pescador canario que le acompañaba en sus travesías, le enseñó todo lo que sabía del mar y la pesca. De su fuerte carisma y espíritu el escritor encontró la inspiración y la paz que necesitaba para seguir adelante.
Nacido el 11 de julio de 1897 en el Charco de San Ginés, el destino de Gregorio Fuentes estaba escrito. Descendiente de una familia humilde de pescadores, comenzó a trabajar desde temprana edad ayudando a su padre como marinero de cubierta. Seis años después, confiando en la promesa de un futuro mejor, su familia decidió emigrar a Cuba. Lamentablemente, su padre murió durante el viaje, obligando a Gregorio a buscarse la vida cuando llegó al país.
Pronto se convirtió en uno de los mejores pescadores de Cojímar, el pequeño pueblo pesquero donde decidió establecerse. Consiguió trabajo transportando pescado fresco de Cuba a Estados Unidos en una pequeña embarcación. A partir de ahí, ahorró suficiente dinero para regresar a Lanzarote y casarse con Dolores Pérez, con quien volvería a Cuba y tendría cuatro hijas.
A un océano de distancia, en el seno de una familia de clase media de Illinois, el 21 de julio de 1899 nacía Ernest Hemingway. Ernest fue el segundo hijo y el primer varón del matrimonio de Clarence Edmonds Hemingway, médico de familia y Grace Hall, artista. Apenas con siete meses realizó su primer viaje a la cabaña del lago que su familia había construido. Más adelante, tan pronto como cumplió la mayoría de edad, se casó primero con Hadley Richardson y en 1927 lo hizo con Pauline Pfeiffer.
Un año después, en 1928, el joven matrimonio se fue de vacaciones a La Habana. El escritor, que comenzaba a ser un aficionado de la pesca y el mar, navegaba cerca de Tortugas Secas, Florida, cuando una tormenta tropical les acechó. En ese momento, intentaron ponerse a salvo y comenzaron a pedir auxilio a los hombres cobijados en el puerto. Uno de ellos era Gregorio Fuentes, que se había anticipado a la tormenta mucho antes de que Hemingway se hubiese dado cuenta. Gregorio fue el único del puerto que decidió salir a ayudarles y ejecutar la maniobra necesaria para que volvieran a pisar tierra firme. Una vez a salvo, les invitó a su embarcación y agasajó con ron a Hemingway y a sus acompañantes. Seguidamente, le llevó hasta el faro para que pudiera comunicarse con la ciudad.
El escritor quedó impresionado con el temperamento decisivo y valiente del pescador, pero sus caminos se separaron de nuevo. Por un lado, Gregorio consiguió un trabajo en el 'Atlanta', un barco científico de la Universidad de Massachussets. Hemingway, por otro, regresó a Europa.
En 1934, gracias a la pequeña fortuna que había generado con sus crónicas africanas, Hemingway compró su barco soñado: 'El Pilar'. La compañía de Wheeler Shipyard de Nueva York lo construyó con el mejor roble americano y lo enviaron a Cuba. Lo único que quedaba por hacer era encontrar un capitán. Carlos Gutiérrez, quien había ocupado este puesto anteriormente, había desistido del cargo después de haber recibido malos tratos por parte del escritor. Los demás pescadores de La Habana sabían que Papa, tal y como le llamaban cariñosamente, no tenía un temperamento fácil de llevar. Sin embargo, el escritor recordó a un hombre lo suficientemente hábil y orgulloso para trabajar para él. Sin pensarlo dos veces, citó a Gregorio Fuentes en una cafetería de Casablanca para proponerle la oferta.
Gregorio, que todavía continuaba trabajando en el 'Atlanta', vio la oportunidad que estaba esperando y aceptó. Su trabajo, como habían acordado, se trataba de dirigir y controlar el barco, además de cocinar y preparar las bebidas. Y es que, todos los que le conocían, sabían que en el barco del escritor no podía faltar el alcohol.
Junto a Gregorio vivió la caza de submarinos nazis en la Segunda Guerra Mundial, así como sus temporadas de descanso en Cayo Paraíso, una pequeña isla de playas vírgenes donde anclaba su barco. Durante estas expediciones, Gregorio hacía de cocinero y también de profesor: le enseñó a distinguir las especies marinas y sus distintos hábitos. Así fue como empezó la lucha por cazar el marlín, el pez atlántico que más se le resistía.
«Gregorio fue el único que a bordo de una embarcación luchó contra el huracán de octubre de 1944, cuya velocidad fue de ochenta millas por hora, y llevó las embarcaciones de pesca y otras menores al malecón y al pie de las colinas cercanas a él», cuenta el escritor en 'El Gran Río Azul'.
Así y todo, su personalidad narcisista no pudo evitar sabotear la amistad. Ocurrió un día en que el 'Pilar' se encontraba anclado en frente del velero de unos amigos del escritor. Con el fin demostrar su autoridad ante ellos, le dio órdenes a Gregorio alzando la voz, de manera que este no tuvo más remedio que dimitir del trabajo para conservar su dignidad. Tras sopesar sus acciones, Hemingway se disculpó a regañadientes y esperó a que regresara. Finalmente, Gregorio aceptó sus disculpas y volvió al Pilar, esta vez para siempre.
Después de regresar de la guerra civil española, Ernest Hemingway era un escritor consolidado, cuya novela 'Adiós a las armas' se había convertido en su primer éxito en ventas. No obstante, su fama no consiguió acallar los demonios de su mente. Su temperamento obsesivo le llevó a prestar demasiada atención a las opiniones negativas de sus obras. Y su sensibilidad ante ellas le costó la libertad a la hora de escribir.
Mientras tanto, siguió escribiendo a pesar de las críticas. En el año 1937 publica 'Tener y no tener', que cuenta la historia de Harry Morgan, un hombre que se ve forzado a ser un criminal para seguir adelante económicamente. Durante los primeros meses de su publicación, la novela vendió más de veinticinco mil ejemplares. La mayoría de críticos, en cambio, atacaron la obra tildándola de confusa y mal estructurada. El escritor no tuvo más remedio que defenderse, declarando que las críticas recibidas no habían sido más que intentos para hundir su carrera profesional.
Para apartarse de la vida pública, se refugiaba en su paraíso, el 'Pilar'. Surcando la corriente del golfo, una corriente oceánica que se extiende desde México hasta las Islas Canarias, experimentaba la verdadera libertad y con ello, su escritura volvía a fluir. Su novela póstuma, 'Islas a la deriva', deja entrever sus pasatiempos en aquella época. Thomas Hudson, el protagonista, es un artista aventurero que navega junto a su capitán de barco, Antonio.
Más adelante, en 1940, se publica 'Por quién doblan las campanas'. Inspirada en su época como corresponsal en la guerra civil española, se centra en el personaje de Robert Jordan, un profesor estadounidense que decide unirse a la lucha. La novela no solo fue un éxito inmediato, sino que las críticas eran inmejorables con respecto a sus anteriores libros. Pero nada de esto valía para el escritor, quien describió una vez su trabajo como «una enfermedad, un vicio y una obsesión». Demostrar su valía se convirtió entonces en su única intención al escribir.
Las temporadas de caza de marlín junto a Gregorio se convirtieron, por lo tanto, en la primera inspiración para Santiago, el protagonista de la obra. Aunque, a medida que transcurrieron los años, los propios habitantes de Cojímar fueron aportando testimonios valiosos que terminaron por componer la obra en la mente del escritor. Él mismo relató la vez que los pescadores le contaron la historia de un marlín que estuvo resistiéndose al anzuelo de un pescador durante horas.
En septiembre de 1952, la revista 'Life' publicó 'El viejo y el mar' y, una semana más tarde, fue publicado el libro. La obra recibió una atención sin precedentes, llegando a ganar el premio Pulitzer al año siguiente. Asimismo, en 1954, el escritor recibió el premio Nobel de literatura por su obra completa.
Por otro lado, en la prensa se hacía eco de la originalidad de la obra en contraposición a lo que había escrito anteriormente. Y es que, Santiago no era el héroe prototípico de sus novelas; ya no existía la masculinidad exaltada que caracterizaba a Thomas Hudson en Islas a la deriva. Al contrario que sus predecesores, Santiago era un hombre tenaz pero capaz de reconocer el momento de rendición de la lucha. Según los críticos, Hemingway había logrado llegar al culmen de su carrera con la obra. Finalmente, había conseguido el reconocimiento que deseó durante toda su vida.
En 1960 se marchó de Cuba junto a su esposa, instalándose definitivamente en Ketchum, Estados Unidos. Tras décadas de sufrimiento psicológico, llegó un diagnóstico médico que lo condenó a pasar los últimos años de su vida entre el hospital y su hogar. Con el objetivo de matar el tiempo, comenzó a escribir historias cortas hasta que finalmente acabó siendo paralizado por el mismo fantasma que rondaba a los escritores de mucho éxito: la certeza de que probablemente nunca fuera capaz de superarse a sí mismo. Su personalidad autodestructiva prevaleció, provocando que cumpliera el destino que había vaticinado hacía tiempo y acabara con su vida el 2 de julio de 1961.
Su bien más preciado, 'El Pilar', lo cedió a la única persona que sabía cuidarlo. Desgraciadamente, Gregorio no tenía suficiente dinero para mantenerlo, y decidió donarlo al gobierno cubano. Actualmente se exhibe en la Casa-Museo de Hemingway en Finca Vigía.
Fue el respeto que sentía hacia el pescador canario lo que consolidó su amistad, convirtiéndola posiblemente en la única relación duradera que mantuvo a lo largo de su vida. Acostumbrado a un mundo donde las apariencias dictaban la norma; y a una personalidad que le exigía y presionaba, navegando junto a Gregorio encontró un lugar donde, después de todo, pudo estar en calma.
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