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Hay silencios que pesan, duelen y superan el paso del tiempo. Pero hay ocasiones en que algunos intrépidos se cruzan por unos terrenos que casi nadie se atreve a transitar para aportar la luz necesaria que acabe con la oscuridad y ponga las cosas y la historia en su sitio. El periodista y escritor grancanario afincado desde hace años en Madrid, Antonio Rojas, y la historiadora cubana con nacionalidad española, Mirta Núñez Díaz-Balart, presentaron el pasado martes en Amesde en Blanquerina (Asociación de la Memoria Social y Democrática), en su sede de la calle Alcalá de capital española, la edición revisada y ampliada del libro 'Consejo de Guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la posguerra (1939-1945)', editado por Renacimiento.
Este volumen vio la luz por primera vez en 1997, cuando la memoria democrática o histórica era solo un deseo, no una realidad como ahora. En aquel libro documentaron los fusilamientos en las tapias del Cementerio del Este (hoy La Almudena) a manos franquistas desde el final de la guerra civil hasta 1945. Aquella investigación inicial cifró el número de asesinados en 2.663 personas. Ahora, a pesar de los palos en las ruedas que se le han puesto a los dos autores, han conseguido documentar el fusilamiento de al menos 2.936 personas durante esos seis años de represión.
«Aunque parezca increíble, la represión en Madrid no había sido estudiada científicamente, es decir, con respaldo documental, hasta nuestra investigación. Vivimos situaciones incómodas, tuvimos muchas dificultades, luego superadas gracias al apoyo de una entidad memorialista como Fraternidad Democrática de Militares del Ejército de la República y de aquellos que nos permitieron entrar en el archivo del cementerio. Todos los obstáculos se enmarcaban en la estrategia de ocultación que había seguido el franquismo desde su origen y que se mantuvo en la Transición durante largos años», explica Antonio Rojas.
El periodista y escritor subraya la importancia que tuvo en este proyecto editorial el respaldo de la Fraternidad Democrática de Militares del Ejército de la República. «Nos respaldó para las negociaciones que nos permitieron entrar e investigar, tanto en el Archivo de la Primera Región Militar, donde se encontraban los consejos de guerra, como en el del cementerio, que custodiaba los libros y órdenes de enterramiento», señala. «Recordamos especialmente a Roberto Arce, un hombre encantador y nuestro interlocutor en Fraternidad. La editorial Compañía Literaria, ya desaparecida hace años, cumplió, en la primera edición, un papel fundamental porque nadie quería publicarlo. Ellos sí. La copropietaria Dolores Cabra ha seguido vinculada a la memoria histórica y su compañero, Juan Barceló, ha publicado un libro de gran interés sobre la guerra, 'Brunete: El nacimiento del Ejército Popular'», añade Rojas.
Cuando se cuestiona a los dos autores sobre las conclusiones que han sacado durante la escritura del libro, se muestran tajantes. «Nuestro trabajo fue la primera pieza para desmontar el silencio y las mentiras construidas por el franquismo para intentar disfrazar la durísima y sanguinaria represión contra los vencidos. Su número es apabullante, en torno a 3.100 asesinados, pero como punto de partida, pues no se puede considerar la última cifra, ya que solo se incluye a aquellos que fueron ejecutados a partir de la represión legalizada por la institución militar. Pero fueron muchos miles más los asesinados con un tiro en la nuca o reventados en las comisarías u otros centros de detención y reclusión. La reedición del libro debe servir igualmente para animar a que se continúe investigando sobre la represión emprendida por el nuevo Estado salido de la guerra civil, un asunto que continúa levantando ampollas en ciertos sectores de la sociedad y en ciertos partidos del arco de la derecha y la extrema derecha. Hay que seguir exhumando fosas, devolviendo sus nombres a los asesinados y olvidados y levantar memoriales en su honor, porque nombrar es recordar», comentan Mirta Núñez Díaz-Balart y Antonio Rojas.
La nueva cifra de represaliados que desvelan en el libro es fruto de la investigación realizada por los dos autores y por «el último equipo que se organizó en tiempos de Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid y que, por ejemplo, sí pudo consultar la documentación en torno a las ejecuciones a garrote vil, una fórmula perversa destinada a aquellos que consideraban que debían sufrir especial penalidad», destaca Rojas.
La historiadora, hija de la primera mujer de Fidel Castro (no es hija del dictador cubano), tiene claro que la cifra es mucho mayor, tanto «en Madrid como en toda España». «Está por concluir el gran mapa o censo de los crímenes del franquismo. Las cifras son aproximadas, especulativas, pero en algún momento se llegará a la definitiva. Lo triste es que han transcurrido casi cincuenta años del final de la dictadura y aún queda muchísimo por hacer», se lamenta.
Cuando por fin pudieron acceder a los registros, se toparon con un nuevo obstáculo. No les dejaban hacer fotocopias, tenían que tomar notas a mano. «Éramos sospechosos de desvelar una verdad que había estado muchísimos años oculta y que no se quería revelar. Y pensaban que si hacíamos fotocopias tendríamos documentos y evidencias de aquellos crímenes. Y las autoridades del cementerio no querían pasar por colaboradoras de una investigación sobre su historia más negra y execrable. La herencia del franquismo llega hasta nuestros días, entre otros aspectos, por el uso continuo de eufemismos para ocultar o dulcificar lo que se había hecho», aseguran los autores de este volumen.
El libro retrata el periodo más feroz de la represión franquista. «A partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, afloja, pero no desaparece la persecución de los enemigos del régimen. España fue una inmensa cárcel y un gran paredón. No olvidemos tampoco que el régimen terminó apuntándose unos últimos fusilamientos el 27 de septiembre de 1975, dos meses antes de la muerte del dictador. Acabó como había empezado, asesinando», explica el grancanario.
Tal y como sucedía con el volumen de 1997, 'Consejo de Guerra. Los fusilamientos en el Madrid de la posguerra (1939-1945)' incluye una serie de ilustraciones de José Robledano Torres. «Son el mejor testimonio de lo que ocurría en las cárceles franquistas. Son magníficas, desgarradoras, y fueron depositadas por sus herederos en la Biblioteca Nacional para conocimiento de la sociedad. Su inclusión en el libro fue una aportación de la editorial, que consideró que formaban un todo con el contenido del libro. Y en esta reedición se ha respetado su presencia», destaca Antonio Rojas.
Esta versión actualidad y revisada lleva desde el verano en las librerías. Y las reacciones no se han hecho esperar. «Los familiares de los fusilados se dirigen a nosotros y se muestran agradecidos de que lo ocurrido no haya quedado en el olvido o para decirnos que gracias a nuestro listado habían encontrado a algún familiar del que no sabían cuándo había muerto. Somos muchos los que a lo largo del tiempo hemos colaborado a través de la investigación para desentrañar esa inmensa venganza que fue el franquismo», esgrime la historiadora cubano-española.
Antonio Rojas es consciente de que la realidad madrileña que desvela este libro es extrapolable a su archipiélago natal. «En toda España se sometió a la población a una feroz represión. La mecánica era igual en todo el territorio, desde las Islas Canarias hasta el último rincón del Pirineo. En el Archipiélago, que estuvo en manos rebeldes desde el primer momento, se desarrollaron episodios dramáticos, como han desvelado algunos trabajos», puntualiza.
Los responsables de este libro han vivido en sus propias carnes lo duro que es hurgar en torno al franquismo para retratar su verdadero rostro. Pese a ello, se muestran «optimistas» con los avances alcanzados en torno a la memoria democrática. «Se van haciendo cosas lentamente, pero se avanza. No nos desmotiva ni la actitud del PP y compañía con sus leyes autonómicas de la Concordia y otras mentiras, un ejemplo más de los eufemismos que usaba el franquismo para sus labores de envolvimiento y disfraz de la realidad», dicen a la vez que son conscientes de que la justicia no llegará a tiempo para algunas familias. «Para todos, desgraciadamente, no, porque cuántos han muerto en este largo camino, ellos y sus familiares. No hay que perder la esperanza, pero ciertos partidos, al tiempo que ponen el grito en el cielo por la exhumación de los restos de criminales como Franco o Queipo de Llano, siguen humillando a los familiares de las víctimas de la represión, como sucedió recientemente en el Parlamento de Baleares. Realmente, a los sectores conservadores se le sigue indigestando la aceptación de esa realidad a la que contribuyeron en primera línea, porque tanto la oligarquía, el ejército como la Iglesia apoyaron mayoritariamente a los golpistas y luego participaron en la construcción del estado franquista. Pero, a pesar de todo, se van haciendo cosas», comentan.
Escribir un libro a cuatro manos no es sencillo, entre otras cosas porque el lector debe percibir un solo estilo narrativo. Se llega a buen puerto si se planifica y estructura muy bien el proceso. «Se definió muy bien el trabajo de campo y quién hacía qué y se mantuvo una estrecha comunicación, lo que permitió que pudiéramos trabajar a cuatro manos sin que se produjeran problemas. Lo mismo ocurrió para la reedición actual, en la que hemos vuelto a colaborar con este sistema que tan buen resultado nos dio. La tenacidad y la seriedad han facilitado las cosas», puntualizan los autores que contaron en la presentación del libro con las intervenciones de Núria Marín, delegada de la Generalitat en Madrid y Jaime Ruiz, presidente de Amesde.
Entre los pasajes terribles que ha desvelado la investigación realizada por Mirta Núñez y Antonio Rojas figura aquel sobre el que les alertó Alberto Reig Tapia. En el registro del cementerio de La Almudena (en su momento denominado del Este), en el apartado de observaciones, se reducía a estas personas a la palabra «Auditor» o simplemente a la letra «A». «Así era. Cuando no unas simples comillas si la relación de fusilados ese día era muy extensa. Queda la impresión de que también eso era parte del proceso de cosificación del fusilado, al que se había tratado de borrar cualquier atisbo de dignidad. Los simples partes de enterramiento o la documentación del Registro Civil muestran la voluntad institucional de disfrazar lo que eran asesinatos, envueltos, eso sí, en fraseología militar, y en unos juicios que eran una representación, en los que las oportunidades de defensa eran nimias y el resultado final ya estaba predeterminado», puntualiza el periodista y escritor grancanario.
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