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A veces la sabiduría popular es más bien tontería popular: oímos cosas en la calle, las repetimos y las perpetuamos. En ocasiones se trata de auténticas estupideces. Este fenómeno afecta a temas de lo más diverso, pero en lo que concierne a los niños es especialmente rico. ¿Nadie ha oído decir –o incluso ha dicho– que tal o cual peque está «preadolescente», aunque todavía le faltan tres o cuatro años para entrar en esa etapa? Pues bien, de la mano de dos psicólogas vamos a aclarar qué les pasa a estos niños y niñas que tienen alrededor de ocho años y que, de repente, se vuelven irascibles, rebeldes y presentan cambios que el común de los mortales identificamos con la edad del pavo, que, en rigor, se inicia a los 12 ó 13.
Lo primero que hay que dejar claro es que lo que les ocurre tiene nombre: adrenarquía. Y no es ningún invento de padres y madres exagerados. Los profesionales conocen muy bien esta etapa que tiene una base física. «Hay edades en el proceso evolutivo del niño que se les puede llamar 'microadolescencias', caracterizadas por cambios significativos en el comportamiento y las emociones. La primera de ellas ocurre alrededor de los dos años y es conocida como la edad de la rebeldía, marcada por las rabietas. La segunda 'microadolescencia' se presenta en torno a los 8 años. Aunque menos conocida, es igualmente crucial en el desarrollo del niño», explica la psicóloga María Padilla, de Capital Psicólogos.
Tal y como destaca, hay estudios que revelan que en torno a esta edad hay cambios biológicos de calado: las glándulas suprarrenales comienzan a producir hormonas como la dehidroepiandrosterona (DHEA), que pueden influir en el comportamiento y las emociones de los chavales. «Estos cambios no son tan visibles como los de la pubertad, pero pueden afectar al estado de ánimo y la energía», destaca.Claro, físicamente no hay variaciones apreciables, como ocurre en la preadolescencia, y quizá por eso y porque ocurre muy temprano, pilla de sopetón a los padres y madres. Cuando los chavales son más mayores y vemos que les sale vello en lugares donde no existía, que sus atributos sexuales de desarrollan... estamos más 'avisados'. Pero a los ocho años, ¡entramos en pánico al ver a nuestros dulces pequeñines rebelarse y exigir autonomía!
Padilla llama a la calma y pide paciencia y comprensión a los adultos: «Estos cambios son parte de un proceso natural de crecimiento». Y también es clave reconocer este periodo para actuar en consecuencia (y no tratarles como a preadolescentes, puesto que no lo son) y saber que niños y niñas no lo afrontan por igual. Los rasgos principales de la adrenarquía son la irascibilidad y los cambios de ánimo y son comunes a ambos sexos, pero Padilla matiza que «las niñas pueden mostrar una mayor precocidad en cuanto a la madurez emocional, siendo más reflexivas y a veces más críticas consigo mismas y con los demás mientras que los niños suelen expresar estos cambios a través de comportamientos más impulsivos y una mayor necesidad de afirmación personal».
Otra característica importante de esta 'microadolescencia' es que los cambios en la manera de ser de los peques se producen «sobre todo en casa, de puertas para adentro. En la calle suelen mantener más la forma de ser que tenían», añade Nerea Bergara, psicóloga de Centro de Psicología Bilbao, que describe esta etapa, a nivel doméstico, como «la de los portazos». En esta fase todo les molesta y con su familia «van a tirar mucho de la cuerda», ya que quieren probar a desafiar toda autoridad. Y aunque en la calle sean menos 'intensos', también habrá cambios importantes en su forma de actuar. «Hasta los ocho años juegan con cualquiera, pero a partir de esta edad se vuelven más selectivos, cambian sus vínculos y empiezan a tener conflictos como 'me dejan solo', 'este me cae mal y no quiero estar con él'», describe Bergara. Es una etapa donde descubren las lealtades y empiezan a dar importancia al sentimiento de grupo, algo nuevo para ellos y que aún les resultará muy difícil de gestionar, ya que, a la vez que miran hacia afuera, también empiezan autoanalizarse y a preocuparse por su imagen. A veces, mucho más de lo que dejan ver. Un cóctel complicado.
En este sentido, Bergara aconseja a los adultos estar muy pendientes y entender «que ya no son nuestros niños pequeños que tienen que obedecer siempre». Así, propone respetar sus enfados y dejarles su espacio. «A veces somos muy pesados ¿'te has enfadado'? '¿Te pasa algo?' '¿por qué estas así?' Mejor esperar a que se tranquilicen para hablar con ellos –sentencia Bergara–. Y muy importante: ¡Que los padres prediquen con el ejemplo, en esta etapa nos van a imitar mucho!». La pregunta del millón es... ¿Se les pasará y volverán a ser como antes? Pues no –esto también es una falsa creencia popular–, ya empalmarán esta etapa con la preadolescencia.
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