¿Cómo hablar a las personas mayores?
Cómo debemos hablar a los mayores para no herir sus sentimientosSecciones
Servicios
Destacamos
¿Cómo hablar a las personas mayores?
Cómo debemos hablar a los mayores para no herir sus sentimientosJulia Fernández
Martes, 3 de septiembre 2024, 23:04
Necesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
Opciones para compartir
Son como niños. Esta es una de las frases que se repite mucho cuando los hijos adultos hablan de sus padres a partir de cierta edad. Y aunque parece inofensiva, detrás esconde una gran injusticia que puede hacer mucho daño. Seguramente nadie la dice con esa intención, pero lo que se desprende de ella, según los expertos, es cierto desprecio por una etapa de la vida, la vejez, que cada vez es más larga y podemos vivirla con total plenitud si la salud nos respeta y nos cuidamos. «Los mayores no son niños, lo que ocurre es que no sabemos tratarlos ni escucharlos», denuncia Natalí Pintos, psicóloga y experta en el tema.
Llamarles 'jefa' o 'abuelete' (si no es el tuyo propio, claro) no es algo que necesiten... ni que les guste. Digamos que cuando somos adultos y nuestros progenitores se hacen mayores se produce una desconexión y somos nosotros quienes dejamos de verlos como personas de pleno derecho. Es como si confundiéramos su necesidad de ayuda en determinados asuntos con una incapacidad total para desarrollar el resto de su vida. ¿Lo hacemos con mala intención? No, «pero lo que está detrás es el edadismo: les discriminamos solo por su edad», explica José Luis Cabezas, profesor de Piscogerontología en la Universidad de Granada.
No siempre ha sido así. Hace décadas, ser viejo era ser sabio y las canas daban respeto. El refranero popular está plagado de ejemplos. Durante siglos a las personas a partir de determinada edad se les trataba de usted como símbolo de admiración y se convertían, incluso, en los jefes de 'la tribu'. Luego el trato evolucionó y empezamos a usar el tuteo. En el que no hay nada malo siempre y cuando se mantenga la cortesía. Lo que ha pasado en los últimos años es que hemos caído en «la ñoñez», coinciden ambos expertos. «Todo esto responde a nuestra visión cultural de la vejez. Ahora la vemos como una regresión, una etapa de pérdida de capacidades. Y es algo terrible».
La esperanza de vida en España se sitúa casi en 84 años. Estamos en la cabeza del ranking europeo. Y esto se explica por la mejora de la alimentación, las condiciones de vida y la medicina. Es decir, un cuarto de nuestra vida transcurrirá dentro de eso que llamamos vejez. Pero los 70 o los 80 años en 2024 no son los mismos que en 1950. Gozamos de mejor salud y eso nos permite vivir con plenitud. Esta es la teoría. Pero en la práctica, no los tratamos como tal, presuponemos enfermedad y decrepitud.
A Ana, 79 esplendorosos años, a diario le sirven el café en la terraza de debajo de su casa, en Santander, con una sonrisa. El camarero la conoce desde hace años y todos los días le pregunta cuántos largos ha hecho en la piscina: nada entre 45 y 60 minutos todos los días. Por las tardes, sale a pasear y dos veces a la semana tiene clases de arte para quitarse la espinita de no haber podido estudiar «de joven».
Natalí Pintos
Psicóloga
A principios de agosto se incorporó un chico nuevo al negocio. El primer día que le atendió la llamó «florecilla» y a punto estuvo de ayudarle a sacar de la cartera la tarjeta de crédito para pagar. Se quedó estupefacta. Sabe que el chico solo quería mostrarle cariño, pero le hubiera gustado que le preguntara por su nombre y que no presupusiera que no veía «ni torta» al verla con las gafas de sol. Lo cuenta sin enfadarse, pero se nota cierta molestia.
José Luis Cabezas
Psicólogo y profesor
Lo que ha sufrido Ana es lo que Pintos llama «microedadismo». «Ejercemos una especie de protección hacia las personas mayores como si no se pudiesen desarrollar solas. Creemos que nos necesitan sí o sí», señala. Y nos pasamos de frenada porque ni siquiera les preguntamos si realmente es así o no. Lo damos por hecho. Y a veces, aunque preguntemos, si recibimos una negativa, seguimos erre que erre. Tenemos un problema de comunicación y también de empatía: «No nos damos cuenta de que estamos entre iguales».
9,4 millones
de españoles tienen más de 65 años. Son el 20% de la población. Y por delante les quedan todavía dos décadas de vida plena. La vejez es un cuarto de nuestra vida.
La psicóloga señala una expresión que resume esto muy bien: nuestros mayores. Se puso de moda en la pandemia y se ha incoporado a nuestro vocabulario habitual. A Pintos le hace de todo menos gracia: «¿Cómo que nuestros? No son nuestros. Hay que reflexionar sobre esto». Y también sobre el modo en que hablamos con los mayores, con una profusión de diminutivos exagerada y exasperante. «Hasta cambiamos el timbre de nuestra voz por uno más agudo», señala Cabezas. Es decir, casi como a un bebé.
– Pero muchas veces no lo hacemos con mala intención.
– Se puede tener buena intención, pero es algo que tenemos que pulir. A una persona mayor hay que hablarle como a una persona normal, con el cariño que le hablaríamos a alguien de 20 o de 40. Ni más ni menos.
Y otra cosa más, las broncas por hacer determinadas cosas que están dentro de sus capacidades hay que desterrarlas: «Tienen derecho, realmente, a hacer su vida como ellos quieran. Otra cosa es que exista una enfermedad, pero si no la hay, ¿por qué sus decisiones tienen que pasar por nuestro filtro?», concluye Pintos.
La manera de hablar a los ancianos como si fueran niños recibe el nombre de 'elderspeak', que podríamos traducir como 'lenguaje para viejos'. Además del uso de diminutivos, se identifica porque marcamos la pronunciación, hablamos lento, usamos frases cortas, elevamos el tono y hasta usamos un timbre de voz más agudo.
Este cambio de registro lo hacemos porque pensamos que las personas mayores no nos van a entender. Sin embargo, salvo que haya demencias o deterioros cognitivos no es necesario. Y mucho menos en el contexto hospitalario o en las residencias. «Cuando los ancianos son infantilizados de manera continuada, incluso tienen riesgo de caer en depresión», señalan Paula Cordova y Marina Francín, docentes investigadoras de la Universidad San Jorge
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.