
Los patrones que dibujan nuestra vida
Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:04
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Miguel Ángel Rodríguez Sosa
Las Palmas de Gran Canaria
Lunes, 2 de diciembre 2024, 23:04
Imagina que tu vida es un lienzo y que, desde que naciste, alguien te enseñó a dibujar siempre con los mismos colores y formas. Esos ... colores representan las ideas, emociones y comportamientos que aprendiste de tus padres, tu familia, tus amigos, la sociedad... Con el tiempo, esa manera de pintar se volvió automática. Y, aunque ese dibujo ya no te guste o incluso te haga sufrir, sigues repitiéndolo porque no sabes que puedes cambiarlo.
Esas formas de pensar, sentir y actuar que repetimos una y otra vez, son los patrones que seguimos en nuestra vida. Son el resultado de las experiencias que hemos vivido, de las creencias que nos inculcaron y de las emociones que no hemos procesado.
Los patrones pueden ser tan simples como el tipo de personas que elegimos como pareja, o tan complejos como las creencias que tenemos sobre nuestro valor, nuestras capacidades o nuestra relación con el mundo. A menudo se manifiestan en ciclos que parecen no tener fin: relaciones que terminan siempre de la misma manera, emociones recurrentes como la culpa o el miedo, el perfeccionismo, la aprobación de los demás, o decisiones que nos llevan una y otra vez al mismo lugar de dolor.
Pero lo importante es entender que no estamos condenados a repetirlos eternamente. Más bien, son señales que nos invitan a reflexionar, a aprender y a crecer. Son la manera en que la vida nos dice: «Aquí hay algo que necesitas mirar, entender y transformar».
Los patrones son maestros disfrazados; reconocerlos es el primer paso para transformarlos. Una vez que reconocemos estos patrones, tenemos la posibilidad de romperlos y elegir un camino diferente.
En mi caso, te puedo decir que durante años viví repitiendo situaciones, reacciones, incluso relaciones, como si mi vida estuviera en un bucle del que no podía salir. No sabía que eran patrones, ni tampoco que podía romperlos. Simplemente me sucedían, y yo, sin darme cuenta, los aceptaba como si fueran mi destino.
Aprendí esos patrones sin elegirlos. Los aprendí de mis padres, que como todos los padres, lo hicieron lo mejor que pudieron, pero también dejaron en mí su legado emocional. Heredé sus miedos, sus formas de enfrentar la vida, sus silencios y también sus palabras que, aunque dichas con amor, a veces dejaron marcas profundas.
Mis hermanos, cómplices y rivales, me enseñaron a compartir y competir. El resto de la familia, los amigos y las profesoras aportaron más piezas al rompecabezas, moldeando mis creencias. Todo eso marcó la forma en que veía el mundo y, sobre todo, cómo me veía a mí mismo. Algunos fueron espejos, otros, modelos de lo que quería o no quería ser.
En mis relaciones, especialmente en las de pareja, vi cómo se repetían los mismos patrones familiares: los mismos silencios, los mismos temores, las mismas carencias de afecto. En ellas proyecté mis inseguridades, anhelos y heridas no sanadas. Repetí dinámicas aprendidas, dolorosas, hasta que entendí que el verdadero amor comienza con el amor propio. A partir de ahí, todo fue diferente.
Los hijos, bien merecen un próximo, maravilloso y exclusivo artículo, ya que ellos, sin decirlo, nos dan una segunda oportunidad para sanar.
En el ámbito laboral, deportivo, político, religioso y social, afloraron otros aprendizajes: cómo gestionamos el poder, la colaboración, el rechazo o la competencia. Incluso los patrones culturales de nuestra sociedad, como el individualismo, el consumismo, la competitividad o la justicia social, moldearon mis decisiones y emociones.
Viví tanto tiempo en piloto automático que olvidé que nuestra alma tiene su propio lenguaje. Ella conoce el camino, sabe lo que realmente necesitamos para ser felices, pero cuando no la escuchamos, busca formas de hacerse notar. A veces habla a través del cuerpo, otras a través de las emociones, y en ocasiones se expresa en el vacío que sentimos cuando estamos lejos de nuestro propósito.
La ansiedad, el agotamiento, la tristeza aparecían como señales, pero yo las ignoraba, creyendo que eran normales, que esa era la vida. La tensión, el estrés que no desaparecía, e incluso pequeños problemas de salud, eran su forma de pedirme que me detuviera, que dejara de caminar en círculos.
Fue entonces cuando todo cambió. Me senté a escuchar a mi alma. En ese momento comprendí que llevaba demasiado tiempo desconectado de lo que realmente importaba. Me di cuenta de que esos patrones que tanto dolor me causaban no eran mi destino; eran lecciones que la vida me ponía frente a los ojos para que las aprendiera. Y aunque al principio fue duro mirar hacia dentro, fue también el primer paso hacia mi libertad.
Comencé a prestar atención a lo que sentía, a lo que pensaba, a cómo reaccionaba. Descubrí que muchas de mis creencias ni siquiera eran mías; eran heredadas, impuestas o asumidas sin cuestionarlas. Poco a poco, fui soltando lo que ya no me servía. Cada patrón que rompí abrió una puerta hacia una vida más auténtica.
Y ahora, aunque no tengo todas las respuestas, algo fundamental ha cambiado: ya no soy prisionero de mis patrones. Ahora los reconozco, los enfrento y, si caigo, me levanto con más sabiduría.
Mi camino es solo un ejemplo de que es posible cambiar, de que es posible vivir de otra manera. Si estás leyendo esto, quiero que sepas que no estás sola o solo en tus luchas. Todos llevamos nuestras propias cargas, pero también tenemos nuestras propias llaves para liberarnos.
Si te apetece construir nuevos patrones, más amorosos, conscientes y libres, pide ayuda profesional. Mientras tanto, quizás, estas preguntas te puedan servir para ir abriendo boca: ¿Qué patrones están presentes en tu vida? ¿Qué cargas llevas que no son tuyas?¿Qué pasaría si hoy decidieras soltar lo que ya no necesitas?
Te adelanto que romper patrones no es fácil, pero es profundamente liberador. Porque cada vez que elegimos conscientemente un camino diferente, sanamos generaciones de sufrimiento y liberamos especialmente a nuestros hijos de esas cargas que no necesitan.
Pues eso, que cuando el alma habla, es el momento de detenerse, mirar hacia dentro y descubrir el camino hacia la vida que realmente deseas. Ojalá estas palabras te inspiren a dar ese primer paso.
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