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Sin lugar a duda alguna, y como ha resaltado el profesor Fernando Martín Galán, en su obra ya clásica 'Las Palmas ciudad y puerto' (2001), «La moderna ciudad de Las Palmas debe en gran medida esa condición a la existencia de su puerto», algo que ... también afecta a la isla en su conjunto, tanto que el mismísimo Fernando León y Castillo tenía como uno de sus lemas 'El Puerto lo primero', lo que también defendieron muchos ilustres grancanarios en la segunda mitad del siglo XIX. Y si en el siglo XVIII no se aceptó un visionario proyecto, trazado por un experimentado teniente general de la Armada, el lagunero Domingo de Nava y Porlier, por razones quizá comprensibles aún en aquella época (lejanía de la ciudad y dificultad en las comunicaciones, falta de suministro de agua en la propia Isleta, e incluso temor a los ataques piráticos fuera de las murallas), un siglo más tarde, en la década de los años ochenta, la aspiración por un gran y moderno puerto en la Bahía de Las Isletas estaba mayoritariamente asumida por toda la población. Tanto que, el mismo anuncio de la subasta de las obras del puerto, no sólo produjo «una manifestación de regocijo general y espontánea», a la que siguieron «iluminaciones, veladas y banquetes y se colgaron las casas. Todo espontáneo, saliendo de adentro…», como Julián Cirilo Moreno recoge en sus memorias 'De los Puertos de La Luz y de Las Palmas y otras historias' (1947).
La Bahía de Las Isletas sirvió de fondeadero y refugio a ignotos marinos desde tiempos inmemoriales, y acogió a aquellos navegantes mallorquines que en el siglo XIV recalaban por Gran Canaria, y dejaron, en medio de los arenales, una pequeña ermita con una imagen de Santa Catalina, advocación popular en su isla de origen que aquí, tras la fundación de la ciudad, se convirtió enseguida en un extendido topónimo y nombre de varios lugares e instalaciones portuarias, sanitarias y de ocio. El mismo 24 de junio de 1478 la rada de Las Isletas no sólo acogió la llegada y desembarco de las tropas que, horas más tarde establecerían el Real de las Tres Palmas, y con ello el origen de la actual, populosa y cosmopolita población, sino que tras la misa de acción de gracias por el deán Juan Bermúdez, en el entorno donde luego se levantaría la Ermita de La Luz, el propio Rejón pudo hacer proclama de las intenciones poblacionales, evangelizadoras y fundacionales de la expedición bajo su mando.
A partir de aquel momento aquella bahía, puerto natural de magníficas condiciones (exceptuando los días de tiempo sur, en los que las tranquilas aguas de La Puntilla, al otro lado del istmo, eran una posible y buena alternativa para las naves a lo largo de varios siglos), se convirtió en punto crucial para los navegantes que se acercaban a estas islas, como le ocurrió a Cristóbal Colón desde su primer viaje al encuentro con las tierras del Nuevo Mundo, o a los buques que venían exprofeso a la Gran Canaria. Una bahía, defendida pronto por una fortaleza, con una pequeña ermita, que atendía necesidades espirituales de las gentes de la mar y de los viajeros, y un mesón, que confortaba a quienes llegaban y quienes esperaban partir. Y poco más. Pero todos atentos a buques mercantes, navales y de pasajeros, o de los piratas y corsarios que tanto asolaron la isla. Sin embargo, desde aquellos tiempos este entorno portuario de la Bahía de Las Isletas se conformó en una excelente encrucijada para las navegaciones atlánticas, y en la actualidad, con la mirada puesta en el futuro, el Puerto de La Luz sigue siendo un punto estratégico para la navegación internacional, como ha reconocido la propia presidenta de la Autoridad Portuaria Beatriz Calzada.
Y es que, desde tempranas fechas de comienzos del siglo XVI, o quizá antes, la incipiente población, sus regidores y sus comerciantes ya tenían clara la importancia que aquel puerto, en la rada de Las Isletas, tendría para el progreso de la entonces aún joven Villa del Real de Las Palmas. Son muchas y diversas las crónicas y documentos de la época que hablan constantemente del Puerto de Las Isletas, desde el que, como señala el profesor Martín Galán, «Las Palmas ha podido contar con un recurso natural ventajoso, que le viene dado por la situación marítima en la que se encuentra»; ser una ventajosa y principal estación de apoyo, en las rutas marítimas que cruzan el Atlántico.
Y esas ideas sobre las posibilidades manifiestas del puerto de 'Las Isletas' pronto se concretaron en una iniciativa, que se elevaría a la corona y se concretaría en una disposición real, que bajo el título de 'Licencia para que se pueda poblar el puerto de las Isletas', dada en Granada el 19 de octubre de 1526, adelanta en más de tres siglos el deseo claro, la necesidad y las expectativas que la capital grancanaria tenía de contar con un gran y activo puerto comercial en Las Isletas. Un real decreto, y las intenciones locales que venía a avalar, que parecen adelantar a comienzos del siglo XVI aquella proclama, que se hizo tan popular en la segunda mitad del XIX, de 'El Puerto lo primero'.
En la mencionada Licencia, firmada por el emperador Carlos y por su madre la reina Juana de Castilla (que en el año de 1515 había dado a la capital grancanaria su título de Noble Ciudad Real de Las Palmas'), se expone como por el concejo, la justicia y el regimiento de la isla se hizo relación de la situación que se creaba por el monopolio del mesón del puerto, cuyos arrendadores «venden muy caros los mantenimientos e vituallas que tienen en el dicho bodegón», algo que resultaba muy oneroso a quienes llegaban o partían del «dicho puerto, el principal surgidero de donde se sirve y provee toda la isla», sin que ninguna otra persona «pueda vender cosas de comer, ni acoger huéspedes», ante lo cual, estudiado el asunto detenidamente, y considerando lo ventajoso que suponía que «se diese facultad que cualquier persona que quisiese vivir en el dicho puerto pudiese vender todos los mantenimientos que quisiesen a los extranjeros y a todas las personas que se los comprasen, y que el provecho que de esto resultaría sería que en el dicho puerto se haría pueblo de algunos vecinos que en el querrían tener casas de trato y se pasarían allí pescadores y personas que viven de la mar», se daba licencia para que cualquier persona que allí quisiera vivir y hacer su casa se le facilitara solar de los terrenos públicos y concejiles, permitiéndoseles la actividad comercial que estimaran oportuna.
Sin duda, una iniciativa local y una licencia de la corona que adelantaba una visión mucho más dinámica y avanzada de aquel orbe portuario. Se contemplaba ya a comienzos del siglo XVI un puerto dedicado a la actividad comercial, al servicio de buques y pasajeros, en un entorno que para ello debería contar con un vecindario dedicado a estas labores. No fue así, no pudo ser pues no se dieron las condiciones necesarias, aunque poco a poco, en los siglos siguientes, fueron apareciendo almacenes, se mantuvo el bodegón, viviendas incipientes, que conformaron la imagen del puerto, hasta que en 1883 se comenzó la construcción de los primeros muelles y explosionó toda esa gran actividad naval, comercial e industrial que lo ha llevado a ser hoy uno de los mejores puertos del mundo.
Más, esta 'Licencia' de la corona permite establecer, o al menos intuir, apreciar, como hace ahora cuatrocientos noventa y ocho años ya se tenía una idea avanzada de que en la bahía de Las Isletas debía conformarse un gran puerto. Por ello los responsables del Puerto de La Luz, y los de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, deberían acoger esta fecha, 19 de octubre de 1526, como un origen claro del Puerto de La Luz en la Bahía de Las Isletas, y prepararse para conmemorar con el esplendor que merece, y las reflexiones que puedan derivarse de ella, el 500 Aniversario de la misma en 2026, un Aniversario que habla mucho de las ideas, expectativas y necesidades que impulsaron a través de los siglos la creación de este gran puerto atlántico/internacional que hoy se conoce y valora en el mundo entero como 'Puerto de La Luz'.
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