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Es curioso, pero puede que haya gente de mi entorno que se entere ahora del origen de Pijuán, el apelativo con el que yo solía y suelo dirigirme a personas con las que tengo bastante confianza. Así llamo, con este apodo aparentemente genérico, a ciertos compañeros de trabajo o incluso a familiares.
Nunca lo reflexioné demasiado, pero esta costumbre deviene del respeto y del cariño que siempre le tuve y le tengo al verdadero propietario de este cariñoso mote. Por Pijuán se conocía en Telde a José Juan Sanabria Estupiñán, un histórico exfuncionario del Ayuntamiento, un personaje popular donde los haya y una magnífica persona.
Su muerte, este verano, me pilló lejos y me privó de la despedida que yo le debía. Lo conocía desde hacía mucho tiempo, desde que era un crío, pero mis años de ejercicio profesional en Telde me permitieron horas y horas de conversaciones.
Era una fuente inagotable de anécdotas, la mayoría divertidas, historias de a pie del Telde de antes y de ahora que él contaba como nadie y que solían acabar en una sonora y contagiosa carcajada. Atesoraba una memoria prodigiosa, de gentes y paisajes, de la que dio buena cuenta en el pregón que nos regaló para las fiestas de San Juan de 2006 y que posiblemente explica su activismo en defensa del patrimonio histórico y la cultura local.
Además, se conocía Telde como la palma de su mano, fruto, en parte, de sus tareas municipales, donde este aparejador ejerció durante años como técnico en Urbanismo, aunque pasó por varios departamentos. Para muchos fue una cara amable, servicial y generosa, de ahí su popularidad y el cariño que se le profesaba en Telde.
El Pijuán de carne y hueso ya no está, pero su recuerdo forma parte de la memoria colectiva de su ciudad. Gracias Pijuán.
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