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Pues ya está. Los electores han hablado y Donald Trump será investido presidente el 20 de enero de 2025. Y los norteamericanos han hablado con ... contundencia, otorgándole una victoria incontestable, de manera que su margen de poder ejecutivo será inmenso.
La primera reflexión es obligada: esto es la democracia y no vale rasgarse las vestiduras. Es más, quizás lo positivo es que se demuestra que el discurso de Trump y los suyos sobre el secuestro de las libertades por las élites de Washington es otra de sus falsedades. Al final, esto se decide con la suma de votos de aquí y de allá -con las peculiaridades del modelo democrático de cada país- y en Estados Unidos el balance no deja lugar a la duda: la mayoría quiere como presidente a un empresario cuyo discurso pasa por anteponer América al resto del mundo, que tiene un historial penal a sus espaldas, que aboga por cerrar fronteras y expulsar a los que no se ajustan a su canon del 'buen americano'.
En clave internacional, estamos a las puertas de un cambio radical. Se da la paradoja de que probablemente los dos conflictos bélicos que marcan la actualidad -el de Ucrania y el de Gaza y más recientemente el Líbano- puedan acabar en breve con Trump al mano. Pero acabarán 'de aquella manera': con el presidente electo llamando a Vladimir Putin y acordando que se quede con buena parte de Ucrania y prometiendo a Zelenski millones para reconstruir lo que queda de un país quebrado y que saldrá del conflicto derrotado moralmente, y con Netanyahu con permiso para que hacer lo que le plazca hasta que consume la liquidación de sus enemigos -y, de paso, de buen parte del pueblo palestino-.
Respecto a la OTAN y Europa, no pinta bien la cosa, pues Trump está cansado de aportar más dinero que el resto a la Alianza, mientras que con la UE lo que le interesa es precisamente lo que hay ahora: una Europa dividida, sin proyecto claro y con el populismo al alza. Y otro apunte en clave internacional: con este resultado, Marruecos gana enteros en su estrategia por controlar el Sáhara Occidental bajo el manto de su plan de autonomía.
El Partido Demócrata debe lamerse las heridas pero, sobre todo, ha de reflexionar sobre su inmenso error al pensar durante tres años y medio que Biden podía repetir. Y también debe abrirse una reflexión en el Partido Republicano, o en lo que quede de él: ¿tendrá capacidad para marcar su hoja de ruta o seguirá siendo una marioneta bajo el control de Trump? Es más, ¿quién sucederá a Trump? ¿Otro 'trumpista'?
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