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Suele ser frecuente que alguien califique de apocalípticos algunos artículos en los que se trata de reflejar algunas de las muchas cosas que suceden a ... nuestro alrededor. Como si fuese un inquietante ángel anunciador del desastre. En nuestra cultura occidental hay una base muy visible de los textos hebreos y cristianos, y no hace falta ser fervoroso creyente para ver cómo esos ángeles anunciadores de la destrucción (los que avisaron a Lot del castigo a Sodoma y Gomorra, el que anunció las diez plagas de Egipto) abundan en las biblias judía y cristiana, por lo que la idea moderna de lo angelical como algo bello y beneficioso está basada más en el arte que en los textos religiosos, en los que los ángeles exterminadores no son nada raros.
Por otra parte, o por la misma, la palabra apocalipsis ha sido y es manejada como la idea de una gran destrucción colectiva, sea por causas naturales o como resultado de la torpeza de los seres humanos. Y subyace siempre el señalizador dedo de la culpa, asunto muy explotado en la cultura judeocristiana, y por extensión incluso en las sociedades no creyentes, porque esa idea lo impregna todo. Supongo que se habrán dado cuenta de que, cuando sucede una catástrofe empieza enseguida un mecanismo para buscar culpables, cuando a veces es tan terrible que está fuera del control humano.
Ha llovido mucho desde que Umberto Eco publicó el ensayo Apocalípticos e integrados (1964), un libro que mete de lleno la nariz en el papel de los medios de comunicación en la cultura. Aquí, el apocalipsis no es una lluvia de fuego como en Sodoma o la muerte de los primogénitos como en el Egipto de Moisés. Es algo más sutil, y durante décadas el Apocalipsis tenía que ver con el dominio de las sociedades a través de los medios, y eso que hace sesenta años ni se soñaba lo que podría ser Internet. Los apocalípticos se oponían al control cultural de los medios, mientras que los integrados lo veían un mal necesario para la democratización de la cultura. Lo que nunca quedó claro -ahora tampoco- es qué se entiende por cultura, porque es el mismo departamento cultural el que organiza eventos que nada tiene que ver entre sí. Los estadounidenses al menos distinguen entre cultura y entretenimiento, y en España parece que seguimos en lo de siempre.
Pero sucede que, en noviembre de hace cinco años, nos dijeron que andaba suelto un virus procedente de China y que quedará para la historia como Covid-19. La cosa iba en serio porque las cifras de muertos daban vértigo, y entramos en una situación de la que todavía no hemos salido, porque nada fue lo mismo después de las aterradoras imágenes y el ambiente apocalíptico (este sí) que emanaba de las ruedas de prensa de Salvador Illa y Fernando Simón. Vivimos en Estado de Sitio mental, sacaron de la chistera vacunas improvisadas y parece que aquello amainó, pero lo que nunca ha salido a flote es el daño psicológico y social que produjo todo aquello, aunque las cifras que dan los especialistas en enfermedades mentales son escalofriantes. Y, como en los espectáculos de magia, de repente ya no hay covid, aquella plaga que en la cabeza de mucha gente se incrustó como un castigo bíblico. Sabemos que cualquier pandemia viene y se va, pero esta vez no se ha explicado a la gente ese proceso que ahora los listillos dicen que es normal, porque el virus se debilita y bla, bla, bla. Todavía hay personas incapaces de pisar la calle, pero de eso no se habla, estamos en otra pantalla.
Por si fuera poco, se suceden en cadena unas guerras terribles en Ucrania y en Oriente Medio. La cosa ha ido subiendo de tono y ya se empieza a hablar de posibles ataques con armas nucleares, mientras el clima se va al carajo y nos muestra su fuerza con desastres como el de Valencia (por nombrar al mayor, porque hay más). Y se mezclan los conceptos
de Umberto Eco con las plagas bíblicas, con lo que, dada la dinámica facilidad para extender noticias, bulos o lo que sea, el que no es conspiranoico es un integrado, pero eso va a dar igual, porque sean galgos o podencos, son perros.
Después de escuchar a Elon Musk, dueño de la red social X y ahora hombre fuerte del nuevo gabinete de Donal Trump, decir a los internautas que ahora los medios de comunicación son ellos, pues ya se ha dicho lo que faltaba por oír. La información ahora no necesita ser contrastada, la lanza cualquiera y crece la bola. Hace unos años se podían diferencias las Fakes de las noticias reales, pero ya es un despiporre. Las mentiras se mueven con una facilidad pasmosa, y yo creo que ya a la gente le importa un comino que sea verdad o mentira. Hombre, siempre he sido -y soy- un optimista irredento, procuro ver la botella medio llena, pero es que, con la amenaza de una guerra nuclear, el populismo sobrevolando Europa, la crisis climática cada día más presente y el poder en manos de quienes parecen haber accedido a un estado mental en el que se creen que es un juego, confieso que resulta muy complicado mantener el optimismo.
Porque al final no sabemos muy bien donde estamos. Yo, por ejemplo, se supone que soy un apocalíptico, pero escribo en un medio de comunicación, lo que me convierte en un integrado (siempre según la nomenclatura de Umberto Eco). Hoy los verdaderos apocalípticos están en las redes sociales, casi siempre de formas anónima, y son un instrumento de los que se postulan como ángeles exterminadores. Y les aseguro que no hay manera de colocar un argumento científico a un terraplanista, ni contradecir a alguien que afirma que La Tierra es hueca y que hay un mundo subterráneo, con puertas de salida en los dos polos. El último libro (póstumo) del mencionado Umberto Eco se titula De la estupidez a la locura. Y en esas estamos.
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