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Yo era muy niña cuando probé por primera vez la comida libanesa y precisamente fue en El Coto Libanés. Desde aquel entonces el tabule pasó a formar parte de mis platos favoritos para siempre porque, aquella explosión de sabores, frescos y ligeros, estimularon mi paladar como nunca había sentido antes con cualquier otro plato.
Hoy, algunos años después, en otro local pero siempre en la misma zona de incidencia, la que los del barrio denominamos como Alcaravaneras, sigue El Coto ofreciendo lo que mejor saben hacer: un homenaje a la cultura y a la gastronomía libanesa.
Sin miedo a equivocarme, ellos fueron los primeros que trajeron hasta aquí las bondades de la cocina árabe con todo el sabor al mediterráneo más puro. Ellos, que cada vez que entran en sus cocinas, empiezan de cero porque, de lo contrario, nadie se explicaría cómo salen elaboraciones terriblemente frescas, donde el producto exhibe su mejor versión, porque, no hay cordero mejor que el de sus pinchos y, eso solo se explica cuando un producto llega del mercado, se le «molesta « lo menos posible y se le trata desde un respeto absoluto a la tradición.
Para mí que mis padres me llevaran a El Coto era una fiesta, porque, cuando la mesa se llenaba de platos, con tanto color, con texturas distintas y en una versión de todo para todos, era un auténtico festín.
La primera vez también que probé el hummus en mi vida y, he de decir que sigue haciendo el mejor hummus que he probado nunca. De hecho, solo me permito cierta promiscuidad con otra de sus cremosas elaboraciones, porque en El Coto también saben hacer el mejor baba ganoush del mundo entero. Con el contrapunto de ácido perfecto, con la berenjena como absoluta protagonista y, con una textura untuosa que no debe ser sencilla de conseguir, porque casi nadie la consigue igual.
Y también de niña aprendí en El Coto que el pan de pita era un pan árabe, más ligero que el pan de mi bocadillo diario en el recreo y, sin ellos saberlo, abrieron para mí y para muchos, una ventana a la cocina más saludable del mundo.
El Coto ha sido testigo fiel del crecimiento y el desarrollo de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, sobre esta afirmación nadie tiene dudas, pero, probablemente sin ellos pretenderlo, sus míticos platos y su forma de elaborarlos, forman parte de esa misma historia porque contribuyeron, hace más de 35 años al despertar de la curiosidad del paladar de los grancanarios.
Su pincho de cordero no tiene rival y es obligado disfrutarlo cada vez que alguien disfruta de su cocina. La carne de cordero viene a ser el resumen de un punto exacto de una carne que, por su naturaleza, es difícil pero que ellos consiguen traer a la mesa, con sencillez y hasta humildad, como si eso fuera fácil y aderezada con especias árabes, en un punto de lo más evocador.
Otro de esos platos que hacen suyos es el arroz con fideos. Y de nuevo regresa lo básico a la mesa, solo en apariencia, porque sin varita mágica hacen del arroz, un plato imprescindible en su restaurante.
Y así podría seguir y podría hablarles de toda su carta, de principio a fin, pero, probablemente la mayoría ya sabe de lo que les estoy hablando, eso sí, no terminaré este artículo hasta recordarles su versión del pollo strogonoff, sencillamente delicioso, sabroso y perfecto.
No hay mejores golosinas que la carta de postres de El Coto y la mayor expresión la encontrarán en su baklawa, esos antojos de paquetitos de auténtico hojaldre relleno de frutos secos con especial cariño al pistacho, pero, si había un postre que pedía de pequeña, de mediana y de ahora mismo, ese es su yogur con miel de caña que, al igual que el resto de los platos de El Coto, no existe, después de 35 años quien los haga mejor ni más deliciosos.
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