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Mario Hernández Bueno
Sábado, 13 de julio 2024, 21:51
A las 8 a.m. estaba en nuestro hotel Mr. Bustillo, el presidente de la asociación de los descendientes de los canarios. Fue fácil distinguirlo, no había nadie más en el lobby. Me pareció un bonachón y no tardamos en simpatizar. Y con Tania caminamos hacia su hotel, donde tendríamos el desayuno y nos encontraríamos con el Cónsul Honorario de España.
«Steve tardará muy poco», nos decía Freddy. Ya nos tuteábamos. «Es un prestigioso abogado y no para», apostilló. Y apareció un hombre de fisonomía anglosajona. Yo quise ver a un Kirk Douglas en sus años mozos, pero el sonoro apellido castellano enseguida desveló que no, que era hijo del doctor Alfonso Chiscano: el tinerfeño que acabó medicina con calificaciones extraordinarias y se propuso aprender todo y ejercer en los EEUU. Y tras no pocas vicisitudes y mucha beca consiguió, con creces, sus propósitos: se convirtió en un eminente cirujano cardiovascular.
Luego de casarse con una norteamericana de origen inglés y haber ejercido, entre otros, en el famoso hospital de Houston, un día visitaron San Antonio y al mostrárseles una piedra circular de un molino para gofio, así como diversos vestigios de aquellos pioneros canarios, le dijo a su mujer: «Nos mudamos». Y también se convirtió en un infatigable valedor del mantenimiento de las costumbres y el estudio de la odisea de aquellos isleños. Y porque, además, desde hacía años algunos ricachones de origen anglosajón y teutón trataban, y aun tratan, de borrarlos.
Viajaba cada año a Tenerife y permanecía un tiempo operando y enseñando las últimas técnicas desinteresadamente. Y me contaba el doctor Juan Cabrera, exdecano de la faculta de Medicina de la ULPGC, que cada curso recibía a dos de sus estudiantes para enseñarles los avances en la especialidad. Tiene calle, la trasera del Hospital Dr. Negrín de Las Palmas de G. C., y un busto en Santa Cruz de Tenerife. Se fue en 2019.
Steve Chiscano se mostró como si nos conociéramos de toda la vida. Hiperactivo, amigable, gran conversador, soñador. Nos habló de una serie de proyectos en colaboración con las universidades canarias o de su empeño en unir las Islas y San Antonio con un vuelo regular. Y después del desayuno les hice entrega de mi libro en el jardín del hotel junto a una angosta canalización del río San Antonio que, a modo de homenaje, cruza la ciudad.
Y continuamos con el anfitrión: el paciente Freddy, quien nos había preparado la visita a puntos de la ciudad relacionados con Canarias. Y como por las fiestas se cerró la zona de alrededor del fuerte de El Álamo (antigua misión), no pudimos visitarlo. Yo lo vi años atrás y me decepcionó no encontrar referencias de los canarios, que tuvieron que haber participado en la tan cinematográfica contienda. Pero Freddy me dijo que eso ya se había corregido. Sentí que Tania no pudiera ver una de las construcciones de la épica hispano-mejicana-texana. Todo se andará. Texas nos encantaba.
Fuimos a la Plaza de Las Islas Canarias y muy cerca nos detuvimos ante un grupo de estatuas de bronce de personajes del XVIII: un indio, un fraile, un soldado de la Corona y una pareja de colonos isleños. ¡Y una cabra! Un capricho innegociable del Dr. Chiscano que era imposible –le habían dicho- pero cuando fue a su inauguración se encontró con la sorpresa. La primera idea para la creación de tan explícito monumento se pergeñó en una tertulia en el Club Náutico de Las Palmas de G.C., en la que se encontraba Armando Curbelo, me contó otro de los presentes y expresidente del club, Fernando del Castillo.
La Plaza estaba abarrotada de gente. Continuaban las fiestas y además era sábado. Me recordaron a uno de los tantos festejos patronales de cualquier pueblo de las Islas en verano. Y había ventorrillos. Y se cocinaban olorosos comistrajes, sobre todo «burgers». Freddy quería enseñarnos la Catedral por dentro cuyo nombre original fue De San Fernando.
Tiene dos partes: la más antigua, la trasera, muy rústica, levantada en 1738 por los pioneros canarios, y otra, la moderna, de estilo neogótico inglés y con una solemne fachada que vigila la lúdica Plaza.
Pero se hacía imposible entrar, el obispo trataba de que el recinto no fuese invadido por los tantos visitantes locales y foráneos. Freddy nos demostró que es un personaje querido, al paso saludaba a gente y me presentó a no poca, entre ellos al jefe de los archivos de los documentos de la etapa española, a un alto cargo del ayuntamiento… Y visto que la Catedral estaba muy vigilada, hasta por policías, telefoneó a una señora, que ostenta un cargo en la administración del obispado, y le dijo que estaba con unos amigos canarios que habían venido a rendir una visita. La señora no se hizo de rogar. Vino rauda desde su hogar; nos abrió y contemplamos el interior.
Precisamente, en la parte más antigua, la rústica, está el retablo y debajo de la imagen de la Virgen de la Candelaria el escudo de Canarias. Bien es cierto que la ornamentación ha sido más que manoseada por la colonia mexicana. Fórmula idónea para conseguir el pastiche. Y hasta han colocado a su patrona y hoy la Catedral se llama De Nuestra Señora de la Candelaria y Guadalupe. Lo canario está fielmente amenazado. Por unos y por otros.
Y no he escrito de comida. Algo me sentó mal la noche anterior y siquiera pude desayunar, salvo un agua de manzanilla. Y la esposa de Freddy sufría de «pomo rodado» (indefinible irregularidad estomacal). Así que no conoceríamos a doña Gloria hasta el siguiente desayuno, y a partir de ahí tendríamos dos días intensos, inolvidables, en la mayor ciudad canaria.
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