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Con Ignacio Llopis en Despaña MHB
Cosas de Nueva York (y V)
Coma y... punto

Cosas de Nueva York (y V)

¡Como desaparecen las cosas buenas! La gastronomía tiende a la simplicidad

Mario Hernández Bueno

Nueva York

Sábado, 31 de agosto 2024, 22:49

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La decepción que me causó Litte Spain la compensaría en una sabrosa tienda de ultramarinos con restorán de Cocina española que ofrece una granada minuta. Funciona desde 1985, se llama Despaña Brand Foods y está en el 408 de Broome St. Soho.

Su historia tiene las raíces en el concejo de Amieva, Asturias, y las aventuras y desventuras de la incierta emigración. Marcos Intriago y sus hermanos, Cándido y Manolo, crecieron alimentándose con genuinos productos de su generosa tierra y la cocina materna de potes contundentes y pacientes guisotes. Tras una trashumancia por América del Sur, Marcos desembarca en NY para visitar a unos familiares. Lo engancha la ciudad, y allí se queda, y trabajará como repartidor de pizzas, camarero y cocinero. Y, ya adaptado al terreno de juego, abre con un hermano el restorán Don Pelayo. Un puntazo de la desdichada Cocina española, que deambula por el mundo malamente. Después se asocia con un gallego, José Pernas, y crean, en 1971 en Queens, una fábrica de chorizos, chistorra y morcillas. El éxito no tarda, por lo que amplían las gamas y se hacen con la logística para un buen número de restoranes. A los que surten con alimentos y bebidas españoles: turrones, Queso manchego, conservas de pescado y de verduras, jamones, vinos…, abriendo, tiempo después, la tienda.

Y allí, atento a lo que sucedía, encontré al joven Ignacio Llopis, que había fichado tres meses atrás como director de marketing y ventas. No tardamos en charlar. Es un relaciones públicas de raza y tiene una exquisita educación. Simpatizamos. Pero, además, cuenta hoy Despaña con más savia nueva: la hija de Marcos y su esposo, quienes tienen bien consolidada la suculenta embajada. Desde aquí saludo al admirable Ignacio.

Koreatown aun no es barrio. Es el trozo de la 32 St. que va desde la 5ª a la 6ª avenidas y acoge restoranes y comercios. La Cocina coreana sigue ganando enteros en el mundo. Habíamos estado, durante un viaje anterior, en el Gaonnuri. Comedor de no poca elegancia, magnífica culinaria y, al estar situado en la última planta de un alto y moderno edificio, vistas de cine. Y antes de penetrar en la 32 pregunté a una viandante de ojos rasgados cuál era su restorán preferido. Y como no dudó, nos fuimos para allá como balas. Miss Korea no es elegante, destaca por una decoración moderna y, como siempre en NY, en penumbra. Yo he tenido que cenar en buenos restoranes con la linterna del móvil colocado sobre una copa. Veíamos muchos comensales de ojos cumplidos, lo que supone una garantía. El servicio es informal, camareros muy jóvenes que se movían con rapidez. Tania optó por la Ramen de verduras y yo de ternera. Esas contundentes sopas japonesas la vienen adoptando los restoranes coreanos como también sushis y sashimis para engordar la clientela.

Una de las cosas que más me gustan, y lo que distingue un típico servicio a la coreana, es el Banchan: platillos, hasta más de veinte, con pequeños bocados entre los que destaca el Kimchi: col asiática aderezada con lo más parecido al Mojo picón.

Un banchan de 6 platillos MHB

Los más viejos lectores recordarán aquellos carros, con muchos entremeses, que recorrían los comedores, para servir mini porciones, en la Red de Paradores Nacionales. Pues eso es lo más parecido al lejano Banchan. ¡Como desaparecen las cosas buenas! La gastronomía tiende a la simplicidad. Nos pusieron seis rabaneras. Después vino un copioso plato con pulpo, gambas, verduras, unos desconocidos rulos de pasta de arroz, que jamás había probado, y fideos, todo ligeramente salseado, y, aparte, un cuenco de arroz. Y tan grande fue aquel que apenas pude sorber algo de la Ramen. Salimos contentos. La cuenta, con un agua Perrier y dos cervezas, salió por 133€. Ofrece una extensa carta, sobre todo de sugerentes menús.

Una de las especialidades de Miss Korea MHB

Después nos metimos en el muy cercano supermercado H. Mark, cuya variedad de productos exóticos y los precios me parecieron ideales.

Y también cumplimos con un japonés, el Blue Ribbon Sushi bar & Grill, que está situado en la 58, a pasos de Columbus Circus y la Trump Tower. Es difícil distinguirlo desde la calle: está al fondo de un pasillo en el hotel Columbus. Las paredes aparecen forradas de madera y, al fondo, preside una barra-cocina con cinco cocineros. En silencio. Impolutos.

Cocineros del Blue Ribbon Sushi bar & Grill MHB

Nos sentaron en un comedor anexo. El personal no era simpático, pero la comida lo redimiría. Un fresquísimo Sashimi (4 cortes de atún rojo, 6 de salmón y 4 de pescado blanco) 49€, una Ramen de carne y un Pollo empanado, la especialidad (tarda dieciocho minutos), que lo sirven con un cuenquito con miel y wasabi. Y acabé por deleitarme con un helado de jengibre y chocolate.

Sashimi variado del Blue Ribbon Sushi bar & Grill MHB

Mi manifiesta carnivoría, la búsqueda del filete casi perfecto (no existe el perfecto, Maurice Dreicer no lo consiguió. Ya les hablaré un día de este personaje), me hizo volver a Peter Luger, el mejor asador de NY y, probablemente, de los EEUU. Me encanta su atmósfera. Puro gastete: típico restorán popular alemán casi desaparecido. Tras llegar a Brooklyn el metro deja al comensal a metros. No es zona glamurosa. De noche mosquea. El local es grande y, en esta ocasión, no solo los amplios comedores estaban a rebozar sino que la cola continuaba por la acera, tanto a nuestra llegada como a la salida.

Galería de los premios anuales del Peter Luger MHB

Sus asados se resumen en el T-bone steak, corte que lo ha proyectado a la fama y lo sirven para dos, tres,… comensales. La Ensalada César y unos langostinos suelen ser los principios. Y eso pedimos, mas el T-bone para dos, 143€. El servicio con la tan familiar chaquetilla de hilo blanca y corbata negra tampoco es glamuroso, pero me encanta. Es también la vestimenta de esos sobrios comedores germanos. Y siento decirlo: ninguna de las carnes que, esta vez, comí en NY, me satisficieron. Cortes de novillos, de no más de año y medio, y, obvio, sosones. Véase la foto el color: es rosa en el interior.

T-bone del Peter Luger. Véase el color rosado de la carne MHB

Una carne de vaca de más de cinco años, una vez asada debe continuar con su fuerte color rojo, tirando a violeta. Como su tinto: un gran reserva. Pero si la carne de novillo cuesta lo que cuesta. ¿Cuánto costaría la de una vaca de 7 años? No es fácil.

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