

Secciones
Servicios
Destacamos
Mario Hernández Bueno
Sábado, 11 de enero 2025, 23:09
Algunos grandes ríos tienen alias de colores: amarillo, rojo, colorado… y hasta uno de los grandes valses acogió el azul para el romántico Danubio. Pero el Danubio se torna gris cuando llega el invierno. Es entonces bonito desde una ventana con un chocolate caliente y la calefacción prendida. Así que el esplendoroso azul se malogra porque también la ciudades por donde discurre a finales de diciembre se congelan para pasar el invierno. Y así y con todo tomamos un mini crucero que partió de Viena, tocó Budapest y Bratislava, y nos despachó en Viena.
Fue mi cuarto fluvial. Hace años hice el del Volga y salvamos las tantas esclusas hechas a mano por prisioneros. No salí contento. Rusia se lamía aun las heridas de un socialismo por uebos. La gente no mostraba cordialidad y la comida, lagarto, lagarto. No se había recuperado de una amnesia disociativa colectiva: la desaparición durante decenios de una Alta cocina que se había creado entre los excesos de palacio a manos de grandes cocineros como Augusto Escoffier. El apodado «El rey de los cocineros y cocinero de reyes» pues prestó servicios al zar y a varias casas reales amén de dejar para las siguientes generaciones de colegas imprescindibles tratados… Hoy maltratados. Navegué por el «Río amarillo», el Yan Sen, y me forré de chow mein y otras preparaciones de una vieja y no menos imperial cocina que se formó en China como la también imperial francesa auspiciada por Napoleón. Pero este es otro chisme. No ocurrió igual en una muy católica e imperial España. Pero también éste es otro chisme. Y hace poco escribí sobre mi decepción ante las comidas en Cairo y la de uno de esos cruceros por un Nilo para arqueólogos aficionados.
En el barco la comida se elevó unos enteros, así que nada dejábamos en el plato para los peces en el río. Y tampoco hubo por Hungría y Eslovaquia, con ligeras cicatrices soviéticas, comidas de ensueño. En Budapest nos esperaba, y espero que así sea, una futura sobrina, Kristina. La novia de mi querido sobrino Víctor. Un chef que, como un seguidor de Escoffier, ha andado con su toca blanca por esos mundos. Kristina nos recogió a pie de nave y le dije que deseaba visitar el gran Mercado Central. Yo había estado en la capital magiar hacía años con un grupo de periodistas y tampoco comí bien. Hicimos un tour por el país y comimos suficientes coles, cochino y papas y salí sin saber lo que es el famoso Gulash. El mítico plato de pastores de vacas de las praderas húngaras del que aun no sé si es sopa o estofado. Alguien dijo que cuando es lo que yo creía, un estofado, se llama Paprika. Curiosamente, polvo bermejo más famoso que nuestro pimentón, que nació primogénito tras las gestas de nuestros conquistadores. Sazonador y colorante alimentario, príncipe de las cocinas españolas inventado por Nicolás Monardes. Un médico y botánico sevillano del XVI que tanto se entusiasmó con los vegetales que llegaban del Nuevo Mundo y hasta escribió un sesudo tratado.
El Mercado me abrumó. Es de hierro, como el del Puerto de Las Palmas de G.C., pero varias veces mayor y de dos plantas. Me deleité con las chacinas y embutidos, quesos, mieles, chocolates, foie gras… o su egregio vino licoroso Tokay. El régimen soviético no pudo con los aislados campesinos, que nunca dejaron de preparar ancestrales conservas para salvar los implacables inviernos. Y recordar de pasada que los dos países tradicionalmente con arraigadas culturas de foie gras son Hungría y Francia, si bien los primeros en confeccionarlo fueron aquellos viejísimos egipcios. Obvio que después de la incursión mercantil la maleta aumentó el peso. Y me empecé a acogotar. Teníamos más mercados por visitar.
Kristina no pudo acompañarnos pero tras preguntar le recomendaron el Vak Varju, donde -le dijeron- cocinan un magnífico Gulash. El restorán es de moderna construcción. Yo esperaba un antiguo y solemne comedor, pero la vida es como es y no como uno quiere que sea y, además, desconocía que en español es El Cuervo Ciego. Estaba lleno, griteríos de grupos de empresa y un pequeño jardín infantil con juegos junto a mi mesa. Pedí Gulash y me llegó un caldo, tipo aguachirri, coloreado con paprika y en el que margullaban algunos cachitos de papa y de carne. Tania se las vio con otra sopa, la de judías y cochino. Yo me las vería después con un indescriptible Tiltitt Kaposzta: col rellena de carne de cochino, nata, salchichas, col salteada... Y entonces Tania, que no quería ser menos, se la jugó con la Ternera al estilo Vadas, que no estuvo mal.
En la mesa del comedor del barco nos tocaron dos parejas catalanas. Gente amable y educada. Antonio Buixens Rosell, uno de los maridos, nos sorprendió por su vitalidad y arrestos: al terminar las cenas salía pitando a bailar con su dulce esposa Teresa. Cuenta 94 abriles y estuvo casado 30 con una turista alemana, con la que se fue a vivir, y trabajar en el desaparecido Banco Exterior de España, en el pueblito de Bad Nauheim, Hesse, cerca de Friedberg, donde estuvo el cuartel de los EEUU y donde sirvió Elvis Presley. Elvis, que había alquilado una vivienda a unos metros de la de Antonio, pasaba cada día por delante del jardín del catalán y desde su ostentoso descapotable se quedaba mirando y piropeando a su guapa esposa. Y Antonio, como un español de raza, le recriminaba muy airadamente. Un tipo interesante, Antonio. La única persona que he conocido que trató a «El Rey».
La comida en Bratislava fue en uno de los pocos restoranes que aun sirve cocina autóctona: Koliba Kamzík Zelená, que nos recomendó una tripulante.
De primero vino el Kamizik Tanier: nata, ñoquis, miniempanadillas rellenas de queso, chorizo, papas sancochadas y cebolla pochada. Nada más.
De segundo, ya envalentonado, pedí sin un diccionario el Katacle Prsia s Tekvicovym Krupoton: pechuga de pato sobre un risotto con verduras confitadas y mucha nata. Extraño pero comible.
Y ya metidos en gastos, Tania se arriesgó con el Pomaly Peçeny Malsity Bock, horneado de cochino con cerveza negra más panqueques de papa y col roja, que tampoco estuvo mal.
Y de postre, no sé si me atrevo a decirlo; bueno, si: Chrumkave Pirozky Soeslivkovym Lekvarom-makom a Skoricovou Smotanou. Lo juro, no volveré a apuntarme en un crucero fluvial.
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.