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Jon Rivas
Sábado, 20 de julio 2024, 17:58
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Se toma Pogacar un día de asuntos propios en pleno Tour, pero ni por esas deja de ganar. Sube al primer puerto de la etapa, muy cerca de las rutas que eligen como campo de entrenamiento los ciclistas con posibles, él entre ellos, y va como de pícnic, 'pique-nique' que dicen los franceses, y al llegar, entre la humedad que asciende desde la caldera de Niza, a la cima de ese col de Braus que pintan de segunda categoría, pero es como de primera porque el pelotón se rompe a pedazos casi comenzada la etapa mientras enlaza curvas de herradura, una tras otra, con la temperatura cerca de los 30 grados, el líder se aleja del grupo de sudorosos colegas que han sufrido como perros, se acerca a la cuneta y, alegre y festivo, bromea con Urska Zigart, su novia, arrojándole el agua de su bidón.
Y después de unas risas cómplices entre los dos, picados todavía porque su federación ha excluido de los Juegos a Urska pese a ser la vigente campeona de Eslovenia en ruta y contrarreloj, Tadej sigue en carrera como si la cosa no fuera con él, dejando hacer a los demás, tratando de cumplir con su palabra de pasar un día tranquilo, entre amigos, pero hasta cuando no quiere, gana.
Y pone cara de bueno para explicarlo. «La etapa no salió según lo planeado», y eso que su plan era no hacer nada, y el de muchos otros equipos era un plan trabajado y estudiado. Pero es cuestión de piernas, de clase, de energía, esa que le empieza a faltar a Carlos Rodríguez, que ya perdía tiempo en el primer puerto. Decía Pogacar en la víspera que iba a dejar hacer, que era un día para que llegase la fuga, y que un simple mortal de las decenas que corren el Tour, tuviese la oportunidad de levantar los brazos en la línea de meta. Una jornada para la gloria ajena, de alguien que no estuviera tocado por la varita mágica como él, que parece correr por encima de lo divino, y lo humano.
Pero queriéndolo o sin querer, es Pogacar el que gana. Sin hacer ni un esfuerzo de más, dejando que los demás negocien la carrera y establezcan sus estrategias. En el cuartel general del UAE, por una vez, las luces del cuarto de banderas se apagaron pronto la noche anterior, no hubo conciliábulos hasta la madrugada entre Gianetti, Matxin y los directores que organizan desde los coches. Se decretó, por una vez, que reinara la calma; que la fiesta la organizaran otros. Pero ni así.
Porque después del esfuerzo titánico del grupo en fuga, que se fue desmenuzando según iban pasando los kilómetros y los puertos del recorrido castigaban las piernas; tras el indudable compromiso que adquirieron Enric Mas y Richard Carapaz con el espectáculo de intentar jugarse el triunfo en un «pas de deux», con ataques incesantes entre ellos. Después, también del ritmo frenético que le puso el Soudal, con Mikel Landa destrozando al grupo en la última ascensión para mayor gloria, que no fue, de Remco Evenepoel. Después de todo ello, ganó el de siempre.
Porque al final, los demás corredores le pusieron el triunfo en bandeja. Esta vez no tuvo que bajar al barro para conseguirla, fue una entrega a domicilio, cuando tras los dos ataques de Evenepoel, contraatacó Vingegaard, que había ido a rebufo toda la etapa, y a su rueda, sin ningún esfuerzo, se pegó Pogacar. Llegaron juntos hasta la rueda de Carapaz, y Mas, que duró en el grupo lo que Vingegaard tardó en bajar un piñón. Y así, con Carapaz, que ya ha ganado el premio de la montaña, aguantando un poco más, llegaron juntos a los últimos 300 metros. Y el esloveno, que había preferido no intervenir en toda la jornada, que pretendía dejar hacer porque él se había tomado un día para asuntos propios, despejó las dudas sobre si alguna vez había visto vídeos de Miguel Indurain y había comprendido su mensaje, pero no, él es de otra pasta, así que arrancó sin encontrar respuesta en Vingegaard, y llegó a la meta para conseguir su quinta victoria, y como si un chispazo eléctrico hubiera fundido los plomos del Tour, la imagen televisiva se fue a negro. Y explicó que, pese a que la rivalidad entre ambos es solo deportiva, «en este tipo de circunstancias, no le dejas nada a tu rival más cercano».
Y hasta se excusó un poco por haber tenido la osadía de ganar. «Le hemos dado tiempo suficiente a la escapada para luchar por la victoria», y en sus palabras dejaba implícito el mensaje de que los fugados no habían aprovechado esas facilidades, y no le falta razón, porque así fue, y la escapada fracasó por rencillas internas de los fugados. Y sobre el acelerón para superar a Vingegaard, puso un ejemplo: «No creo que los velocistas se digan un día gano yo y al otro tú. Nosotros, los corredores de la clasificación general, somos iguales. Queremos ganar, nos pagan por ganar. Siempre debes intentar ganar cuando sea posible». Pero Vingegaard, durante un instante, acarició la idea de que el líder fuera clemente: «En cierto modo esperaba que Pogacar me cediera la victoria de etapa». Pero, «la carrera fue difícil, sabía que no tenía posibilidades en el sprint y estaba al límite». Por eso, «no lo culpo en absoluto. Probablemente yo hubiera hecho lo mismo».
Cinco etapas ya, suma el fenómeno esloveno, y todavía queda la contrarreloj final que, está claro, no será como la de 1989 entre Lemond y Fignon. Para Pogacar será la oportunidad de una sexta victoria, como en el Giro. «Francamente, hubiera preferido un sprint en los Campos Elíseos. Pero, ya que estamos aquí, espero con ansias esta experiencia». Voraz e insaciable.
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