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Rubén Naranjo, bendita idiosincrasiaRubén Naranjo ha devenido en escritor prolífico. Este geógrafo jubilado, hombre de conciencia ambiental y durante muchos años escribidor en las páginas de este periódico, se enfrenta ahora a componer una obra extensa en la que la idiosincrasia de nuestras formas pasan por el filtro del humor negro.
Eso queda impreso en 'Cosa buena poco dura', una colección de diez relatos en la que Naranjo vuelve a conceder una excedencia a Teo Álvarez, el atolondrado investigador de su particular saga literaria. Este compendio releva en su producción personal a su anterior libro de relatos, 'Diez muertitos o más', siguiendo la misma línea de puntos: «Son relatos cortos, como el autor (ríe). Siempre buscando que fueran negros pero sin que quedaran desligados del buen humor», bromea.
Naranjo se afana sobre el teclado y presume, entre risas, de ignorar los consejos de buenos amigos de pluma insigne como Emilio González Déniz, que le intentan susurrar al oído que pase sus ideas por un barniz de seriedad. «Escribo como hablo y huyo de tener una escritura muy formal. Aunque es algo que me sale de una forma más espontánea», indica dejando claro que sus referentes en la humorada pertenecen a otras generaciones.
Y es que para Rubén Naranjo hay una cosa que es ineludible en esta aseada trayectoria de narrador popular. La risa. «Empezando por uno mismo. Hay que saber reírse de uno mismo», dice.
Son diez las historias de humor casi criminal que forman 'Cosa buena poco dura'. En sus páginas hay asuntos veraces deformados para que las sonrisas no cambien por gestos torcidos. Una cabra muerta en el Risco de San Nicolás o terribles abusos en un colegio de curas, este último relato tarantinizado, forman parte de ese pleito con la vida que el autor resuelva a golpe de risas en sus páginas. «Hay algunos relatos que son 'true crime', alguno con un componente de aquello que decía nuestro novelista Alexis Ravelo de que la escritura es una forma de ajustar cuentas».
Y todo con un deje fácil de identificar, ese acento atlántico que se esconde de su propia presencia en tiempos globales pero carentes de personalidad. «Para mí es fundamental. Como docente ya me rebelaba contra ese complejo de inferioridad que tenemos. Recuerdo una vez con chiquillos haciendo un taller de radio en el que los niños usaban el vosotros y nosotros les decíamos que nuestra forma de hablar es buena, no hay ninguna necesidad de cambiarla», expone entre la indignación y las ganas de que su literatura se convierta en una pequeña trinchera en la que pelear por la identidad de la que provenimos.
La cabeza de Rubén Naranjo es en la actualidad un hervidero de ideas y sus dedos se mueven ágiles por el teclado de su ordenador. donde vuelca en un ritmo vertiginoso nuevas propuestas creativas.
Así, casi contra su naturaleza primigenia como lector, acabó convirtiendo en una obra en diez movimientos su última publicación. «La verdad es que ha sido casi sin querer. Además, nunca me han gustado especialmente los relatos cortos, además me dicen que se vende menos todavía que las novelas, pero para salir del personaje de Teo me parecía que era una forma de mantenerme en la temática pero desde una óptica distinta. Cada personaje tiene su forma de ser pero creo que reflejan cosas de nuestra sociedad de ahora, pero también de la de antes», explica.
Todo eso sucede mientras inventan nuevas líneas y prepara la reincorporación laboral de su Teo Álvarez. Otras formas de narración mas documentales atraviesan en estos momentos la fuente de sus ideas para convocar a sus lectores en una nueva parranda en la que bailar al son de sus letras.
Un clásico en sus libros es la colaboración de J. Morgan, autor de la viñeta diaria en este periódico, y relator de las costumbres isleñas como pocos son capaces de contarla. Morgan firma la ilustración que abre cada relato, con una caricatura vinculada al contexto de cada uno de ellos. Lo hace tras haberlos leído y conviviendo con el conocimiento del escritor, al que sabe muy bien de donde la brota la inspiración.
'Cosa buena poco dura' aparece en el mercado literario de las islas para romper esquemas premeditados y tratar de sacar una sonrisa que haga de cortafuegos en tiempos donde la palabra, contrariamente a su esencia, se convierte en motivo de enfrentamiento y en catalizador de descontentos.
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