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«La noticia está en haber resistido sin ser un resentido. Ver que la vida te abre caminos y te diviertes. Vengo ahora de divertirme, de escribir lo que será mi próxima novela, que será distópica y donde está saliendo toda mi locura literaria con mucho humor». Así de claro se muestra Santiago Gil (Guía, 1967) cuando a media mañana se sienta en Antico Café para hablar de su nueva criatura literaria, el volumen de relatos cortos y cuentos 'Rastros de vida y palabras' (Mercurio Editorial), que desde este otoño puebla los estantes de las librerías.
El escritor, periodista y poeta alude a la resistencia y al camino transitado porque este libro supone una vuelta a sus orígenes, al género con el que comenzó a hacerse el nombre que hoy tiene en la literatura. «Hace 20 años de mi primer libro. Este libro es un regreso a mis orígenes y mucha parte de culpa la tiene Victoriano Santana Sanjurjo, que forma parte de Mercurio Editorial. Cuando estábamos con 'Los días de Guayedra', me dijo que hacía muchos años había trabajado 'El parque' en el instituto y a los alumnos les había gustado mucho. Me preguntó si no tenía más cuentos y le dije que sí, algunos publicados y otros no. Lo que encontré fue todo el camino que he recorrido, todos mis personajes, los temas recurrentes... He descubierto que no escribo los cuentos como hace 17 o 18 años, pero sí que los reconozco con el paso del tiempo y veo que se sostienen más allá de mí. Por eso estoy contento con este libro, porque ahí está todo. En una novela te puedes centrar solo en uno o dos temas, mientras que en los distintos cuentos o relatos cortos hay 50 temas y más de un centenar de personajes distintos», explica.
Santiago Gil reconoce que se encuentra «muy cómodo» cuando transita por los relatos cortos y los cuentos. Lo entiende como un cruce de camino entre su vertiente periodística y la de poeta y narrador. «El relato es la columna de opinión literaria pero con ficción. Menos el primero y el último de este libro, todos los demás han sido escritos, como máximo, en un día. He focalizado el tema sobre el que quería escribir y los entiendo como un trozo de vida que se queda ahí. Este libro son muchos trozos de vida que me han ayudado a entender la vida y la literatura. Ningún cuento te da el sentido de la vida pero te ayuda a buscarlo. Sabes que cuando lo acabas, el horizonte sigue siendo el mismo y tienes que seguir inventando. La diferencia con la novela es que puedes seguir inventando muchas salidas en el horizonte. En la novela y en la vida solo tienes una. Como sucede en el periodismo, en los relatos y en los cuentos cada día de escritura es distinto», subraya.
Sabe que se trata de un género que en España no cuenta con el reconocimiento de otros, aunque muchos de los mejores autores de la literatura nacional han escrito cuentos y relatos breves. «En España el cuento no ha tenido una salida muy comercial, en Argentina, al contrario, es el género por excelencia. La cultura del cuento la tuvo en España la generación del 50, pero después ha sido un género menor, cuando es mayor, porque es más difícil escribir un cuento que una novela. Cuanto menor sea la extensión, mayor es el eco que deja y lo que se logra a partir de ahí», asegura quien también poner en valor aquellos relatos de mayor extensión que casi adquieren el rango de novela. «Los cuentos largos se mueven entre el cuento y la novela, son 'nouvelle'. Tengo cuatro o cinco inéditas y es donde más a gusto estoy. La frontera entre el cuento y la novela es muy difuso. Muchos de los grandes libros son este tipo de relatos, como sucede con 'La Metamorfosis y otros cuentos', 'Pedro Páramo y el Llano en Llamas', 'La Lapa' de Ángel Guerra», pone como ejemplos.
La comodidad de la que habla cuando escribe textos como los que integran 'Rastros de vida y palabras' no implica sencillez. Al contrario, se trata de un género complejo y más exigente, desde su punto de vista, que el novelístico. «La novela para mí es un género más cómodo. Te puedes ir y venir las veces que quieras. En el cuento y en el relato corto tienes que elegir. Es como un combate de boxeo en el que tienes que ganar por KO, mientras que en la novela puedes ganar a los puntos, como decía Cortázar. Tienes que empezar a escribirlo y acabarlo cuanto antes. En el cuento lo que más me interesa es el cómo más que el qué», confiesa tras lo que alude de nuevo a las fronteras que se diluyen y a sus referentes. «Para mí se trata del cruce entre la poesía y el periodismo. El periodismo me ayuda a doblarle el cuello al cisne y la poesía me ayuda a quitarle al periodismo lo cortante que es a veces, lo poco lírico que es. Me marcaron los escritores americanos desde Scott Fitgerald en adelante, Malamud, Cheever y Carver. La cotidianeidad del cuento pero muy periodístico, con un sentido literario cerrado, cargado de humor, ironía, ternura y crítica social. Eso te permite moverte en todos los espectros, aunque es cierto que tiendo más hacia la derrota y las sombras de la sociedad», reconoce sin ambages.
Ese tono es inevitable. Su literatura, como cualquier aspecto de la existencia, vive de lo que nos rodea. «La vida es tragedia y comedia y eso está en el libro. Cuando es tragedia, si te das cuenta, tiene un toque irónico. Si hay melancolía roza lo cursi y lo emocionalmente alto, como dice Sabina. El primer relato y el último, por ejemplo, tienen que ver con el destrozo de las redes sociales. Dos personajes que se quedan al margen del mundo que vivimos. Eso es algo que está ocurriendo mucho», destaca con pesar.
«A veces me lanzo al vacío y veo que en el esperpento es la única manera de intentar contar este tiempo. En ocasiones no encuentras palabras para contar este tiempo», lamenta sobre la convulsa realidad que marca el día a día, en casi todas las esferas contemporáneas. Y más allá de cuestiones políticas o realidades puntuales, tiene muy claro cuál es uno de los pilares de la peligrosa deriva actual. «La sociedad se está muriendo porque no se lee. Y no se lee porque cojea la educación y la promoción de la cultura. Creo que vivimos uno de los peores momentos en la vida cultural, cuando tenemos todas las herramientas para que fuera el mejor momento», apunta Santiago Gil.
Focaliza su análisis en el universo literario, como espejo clásico para entender el mundo. El pasado y el presente. «Se crean fenómenos culturales, sobre todo literarios, cuando no han tenido tiempo para leer. Nosotros creamos de lo que vivimos y de lo que soñamos, pero sobre todo de lo que leemos. Todo lo que está en mis libros es lo que he leído. En mis libros está 'Moby Dick', 'El Quijote', 'Rojo y Negro'... y autores canarios como Lola Campos-Herrero o Alexis Ravelo. Por eso no se puede crear una cultura juvenil e infantil como la actual. Algunas instituciones oficiales no tienen ni idea de cultura. En muchos de los puestos hay una prepotencia de la ignorancia y una dejadez absoluta a la hora de saber a qué destinan el dinero público. Por otro lado, sueño con el día en el que la cultura no esté en manos de la política. Me refiero a la cultura de antes, a la que hay que preservar, al legado. La cultura viva tiene que estar en manos de las empresas y de la sociedad y para eso hace falta una Ley de Mecenazgo. También hace falta una burguesía y un empresariado con sensibilidad para invertir en cultura, como sucede en otras sociedades como la vasca y en otros países. Es una pena que no entiendan que la isla te está dando cosas, por lo que tú, como empresario, también le debes dar algo a ella y nada mejor que la vida cultural», lanza.
Santiago Gil tiene cada vez más claro cuál es su escudo protector y su pasaporte hacia la felicidad. «Hace tiempo que soy feliz en la literatura, escribiendo lo que no podía escribir hace 20 años. Me sigo levantando a las cinco o seis de la mañana para escribir y vivir momentos de mucha felicidad escribiendo, aunque sé que es trabajo baldío porque no voy a ganar dinero. Pero también sé que el tiempo que pase aquí voy a seguir generando cultura, obras y pistas para los que vengan después. Mis pistas, claro. Lo ideal es que muchos lo hagan como ya hicieron otros. Si dejamos romerías, carnavales y voladores que se pierden, lo que crearemos es una sociedad caótica en la que la mentira campará a sus anchas», argumenta.
Alerta también sobre un avance tecnológico cuyas consecuencias son por el momento desconocidas pero que, evidentemente entraña peligros, también para la escritura. «En la literatura va a pasar como con los siglos antes y después de Cristo. Habrá una era anterior a la Inteligencia Artificial y otra posterior. Soy de los afortunados que han sacado libros antes de la Inteligencia Artificial. A partir de ahora, ante cualquier texto ya no sabes qué es verdad y qué es mentira. La criba está en los clásicos. Consistirá en volver para atrás. Los escritores que vienen se tienen que alejar de lo que haya a partir de ahora y regresar a la esencia que solo van a encontrar en los clásicos y en todo lo que se escribió antes de la Inteligencia Artificial», puntualiza.
Santiago Gil defiende que en los relatos y cuentos que componen 'Rastros de vidas y palabras' figuran los puntos esenciales de su forma de entender la vida y la literatura. No solo porque son textos escritos durante los últimos veinte años, sino porque considera que, generalmente, más allá de la habilidad estilística, en las primeras creaciones ya figura todo lo que viene después.
«Escribí mi primer poema, en Las Nieves, en Agaete, en 1985, una noche de junio. Ya escribí ahí sobre muchas de las cosas que me siguen obsesionando. Todo ya estaba trazado. Aprendí con cuatro años lo que era la muerte por mi hermana. Eso te marca. Hace que la vida tenga otro sentido. Casi me ahogué de pequeño en Agaete y me sacaron del agua. También tuve un accidente muy grave de bicicleta por el que me quedé en coma cuando tenía 15 años. Por eso desde muy joven no sabía lo que quería, pero sí que sabía lo que no quería. Y el sentido a todo lo he encontrado leyendo y escribiendo», reitera el autor de Guía.
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