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Tres sugerencias, a título de premisas, al lector si decide elegir Santa Cruz de La Palma como destino para una escapada vacacional por aquello de conocer más y mejor Canarias: 1) aparque las prisas, y no porque sea una ciudad de grandes dimensiones, sino porque conviene imbuirse de su tranquilidad; 2) olvide las dietas al menos por un día, salvo prescripción médica; 3) oblíguese a leer algo de la historia de la capital palmera, porque se trata de un municipio que tiene méritos de sobra para estar en los anales de la historia de este país. Y no es ninguna broma, que con la democracia no se juega.
En síntesis, Santa Cruz de La Palma es una ciudad atrapada en el tiempo, pero en varios tiempos a la vez. Hay una Santa Cruz con aire claramente colonial; hay una Santa Cruz que no se puede entender sin la influencia de la religión católica y lo que aportó a través del arte y la cultura, y hay una Santa Cruz que en el siglo XIX vivió una pujanza económica que la colocó casi a la vanguardia de España.
También hay una Santa Cruz que conviene tener presente, esa que vivió episodios dolorosos en la Guerra Civil y en los años siguientes, pues estamos ante uno de los enclaves de Canarias -la ciudad y la isla en su conjunto- que ofreció más resistencia ante el golpe franquista. Y lo pagaron muy caro muchos palmeros.
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No faltarán los que digan que Santa Cruz es una calle, una iglesia (El Salvador) y poco más. Se equivocan: para empezar, porque la calle principal (Real) tiene muchos recorridos y porque la iglesia merece una o más visitas igualmente sin prisas. Pero es que hay que callejear, hay que subir (si lo suyo no son las cuestas, pues entrene un poco), hay que bajar y entre paseo y paseo hay que sentarse, tomar un café o un aperitivo, mirar y dejarse llevar.
También está su lado playero, que ha ganado mucho con las obras de abrigo en la ensenada, como también hay una Santa Cruz portuaria, puerta de entrada y salida principal de la isla durante siglos: así se entiende, por ejemplo, la relevancia del arte flamenco, pues en Flandes sabían muy bien dónde estaba La Palma.
En cuanto a la historia, no es broma lo de la democracia; en 1773 Santa Cruz de La Palma vivió una rebelión civil que derivó en las primeras elecciones para designar a lo que hoy conocemos como concejales. De ahí que en la capital y en prácticamente toda la isla siempre haya una calle para O'Daly (de nombre Dionisio y de origen irlandés), que fue abanderado de aquella protesta junto a Anselmo Pérez de Brito.
Y si alguien decide dejar para el año que viene la escapada a Santa Cruz de La Palma, que anote en rojo en su calendario que son Fiestas Lustrales, que la ciudad y la isla entera se llenan de palmeros de medio mundo que no pierden la ocasión de acompañar a la patrona y de quedar boquiabiertos ante ese espectáculo simpar (y no es exageración) que es la Danza de los Enanos. Que nadie pregunte cómo va eso: en la magia está el encanto.
Tanto por barco como por avión hay buenas conexiones con la capital palmera. Si lo hace por mar, desembarca en la propia ciudad y caminando puede acercarse a los establecimientos alojativos. Si llega por avión, desde el aeropuerto (Los Cancajos) a la ciudad apenas son diez minutos de trayecto. Lo más aconsejable al entrar en Santa Cruz de La Palma es aparcar y olvidar el coche.
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Carlos G. Fernández y Lidia Carvajal
Rocío Mendoza | Madrid, Lidia Carvajal y Álex Sánchez
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